¿Qué ganamos con una universidad católica? Insisto: el cultivo del intelecto. De esta manera, no pretendemos solo formar los modales y hábitos de una persona educada, sino además la fuerza, disciplina, rectitud y versatilidad del intelecto, el dominio sobre sí mismo, y la claridad de juicio sobre lo que acontece. Si bien algunos podrán contar con este don por naturaleza, lo normal será adquirirlo con años de esfuerzo. Este es el verdadero cultivo de la mente.
Por cierto, la educación que planteo se manifiesta en los buenos modales y en el correcto hablar, pero va mucho más allá; pone la mente en forma. Cuando esta ha sido formada de ese modo, concibe una comprensión conectada de las cosas que permitirá a cada individuo desplegar todas sus capacidades, y quienes han recibido dicha formación académica se caracterizan por todo lo anterior, como también por su mesura, sensatez y franqueza. En algunos casos, el intelecto los llevará a emprender en los negocios y a influir de manera positiva en otras áreas, mientras que en otros suscitará el talento de la especulación filosófica y estimulará el razonamiento hacia la consecución de un conocimiento superior en un área intelectual específica. En tal caso, estará preparado para retomar con facilidad cualquier tema de estudio y para desempeñarse con aptitud en cualquier profesión o área científica.
“La educación que planteo se manifiesta en los buenos modales y en el correcto hablar, pero va mucho más allá; pone la mente en forma.”
Los siguientes discursos están dirigidos a la consideración de los objetivos y principios de esta educación, y para ello, el primer paso en la formación intelectual es cultivar la mente de los jóvenes con las ideas de ciencia, método, orden, principio y sistema, y con reglas y excepciones, riqueza y armonía. El resultado de dicha instrucción es una persona intelectual tal como la concibe el mundo de hoy: aquella que tiene opiniones válidas sobre temas de filosofía y actualidad.
A fin de alcanzar este ideal, es urgente para los prelados católicos que sus fieles sean formados en la verdadera sabiduría, la que ha sido custodiada por siglos en reconocidas universidades que han superado múltiples dificultades para resguardar este tesoro. Tal sabiduría ha sido confiada a nuevas generaciones por maestros confirmados a su vez por la coherencia de sus antecesores.
DISCURSO 1
Introducción
IDEAS CLAVES
Polémica sobre la inutilidad y exclusividad religiosa de las universidades inglesas de entonces – La educación como resultado de la experiencia de toda una vida – Filosofía de la educación basada en el orden natural más que en la Revelación – Las universidades consideradas desde la perspectiva de la razón y sabiduría humana – Aprecio e inclusión de la sabiduría de los no creyentes
1.
En el siguiente discurso continuaré mi consideración sobre el fin de la enseñanza universitaria y muy en especial sobre la educación liberal 22 y los principios según los cuales debe ser conducida. Mi razón para tratar esta cuestión es porque ella ocupa un lugar muy particular en mi corazón. Pero además me refiero a ella porque ha sido objeto de grandes controversias, cuando después de un profundo debate, quedó en evidencia que durante casi un siglo la universidad ya no educaba a sus jóvenes con propiedad, por lo que se vio obligada a reflexionar sobre sus responsabilidades. Los argumentos en contra de los estudios universitarios hacían referencia a su lejanía con las ocupaciones y los deberes de la vida, es decir, a su inutilidad . La controversia giraba también en torno a la crítica de la conexión de este tipo de educación con una forma particular de fe, o sea, su exclusividad religiosa .
2.
Existen varias razones para abrir la discusión sobre la educación liberal, refiriéndome a algunas lecciones que he apren-dido en los últimos años. En primer lugar, mi solicitud por el tema de la educación es algo que ha llegado a formar parte de mi ser y los fundamentos que ahora presento, conformes con la Iglesia católica, han sido mi profesión desde un temprano período de mi vida, cuando la religión era para mí un objeto más de sentimiento y de experiencia que de fe. Estos se apoderaron de mí cuando me introduje en los escritos de la Antigua Cristiandad y comencé a acercarme al catolicismo; desde entonces, mi percepción de su veracidad se ha ido fortaleciendo cada vez más día tras día.
En segundo lugar, y más importante aún para referirme al asunto de la educación liberal, es que los fundamentos con los que conduzco esta reflexión provienen simplemente de la experiencia de vida, y no proceden de la teología ni implican un discernimiento sobrenatural, como tampoco asumen una relación especial con la Revelación. Los principios que sostienen mis argumentos son dictados por la prudencia y la sabiduría humana, y no requieren de la iluminación divina, puesto que son verdaderos, justos y buenos en sí mismos, de modo que pueden ser reconocidos por el sentido común, independiente de las creencias religiosas de quienes los mantienen.
Lo anterior explica que el cimiento de la filosofía de la educación se funda en verdades del orden natural, de ahí que al abordar el tema de la educación liberal, podemos servirnos de las investigaciones y la experiencia de los no católicos. La aceptación de contribuciones de los no creyentes no descalifica el modo de proceder de la Iglesia católica y, muy por el contrario, la Iglesia nunca ha rechazado las ideas de las autoridades externas cuya sabiduría ha contribuido a la formación del juicio, sino que ha reconocido y valorado el testimonio de no creyentes y paganos como evidencia de su propia verdad.
“La Iglesia nunca ha rechazado las ideas de las autoridades externas cuya sabiduría ha contribuido a la formación del juicio, sino que ha reconocido y valorado el testimonio de no creyentes y paganos como evidencia de su propia verdad.”
La Iglesia reconoce y hace uso de la sabiduría de doctos, críticos y antiguos eruditos que no son de su comunión, formulando y poniendo por escrito las enseñanzas teológicas de sabios de todos los tiempos, desde Aristóteles hasta pensadores contemporáneos. En la plenitud de su iluminación divina, siempre ha hecho uso de toda verdad y sabiduría que ha visto en las enseñanzas de otros, de modo que sus hijos se han favorecido de sugerencias y lecciones externas, incluso cuando esas verdades no hayan sido proporcionadas por ella misma.
3-4.
Finalmente, deseo aclarar que en mi argumentación no apelo a la autoridad de las enseñanzas de la Iglesia católica, sino que consideraré la cuestión de la educación superior en base a la razón y sabiduría humana. Sobre esta premisa, fundo mi investigación en razonamientos y abstracciones, determinando lo que es verdadero y correcto.
Les recuerdo que me refiero aquí no solo a los grandes temas de la verdad inmutable, sino también a los asuntos prácticos. Pero no intento entrometerme en estas materias, puesto que sería atrevido de mi parte opinar sobre aquellas que ya han argumentado personas más importantes que yo, de quienes aún tengo tanto que aprender. Aludo más bien a cuestiones que no son simples, como la unión de la teología y las ciencias, que se ha resuelto diversamente a lo largo de la historia, dependiendo de cada caso. Así también con el antiguo debate de si la teología y las ciencias debieran enseñarse separadas. En el contexto actual, la respuesta puede variar según las circunstancias, aunque para mí esto no sería sino el mal menor.
5-6.
Con todo lo dicho, no atento contra la autoridad de la Iglesia que nos ha guiado sabiamente a lo largo de la historia. A pesar de nuestras raíces católicas, Inglaterra e Irlanda ya no son lo mismo, pero Roma permanece igual. Hoy el Santo Padre nos otorga la misión de trabajar juntos en esta tarea de educación para recuperar nuestros orígenes, la que cumpliremos celosa y entrañablemente.
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