En un escenario como el descrito, va a existir, alternativamente a la desaparición de empleos, un aumento de la demanda de recursos humanos con competencias que son irremplazables por las tecnologías automáticas, tales como la creatividad, la sensibilidad frente a hechos o situaciones de interpretación compleja, habilidades sociales y emocionales de interacción, además de la capacidad de actuar con flexibilidad frente a cambios rápidos. No obstante lo anterior, lo que parece predominar es miedo por lo que pueda ocurrir, ya que en el mismo año 2015 en que se hicieron los anuncios del Foro Económico Internacional, la Universidad Chapman de Orange, California, publicó los resultados de una encuesta que clasifica los peores temores de los ciudadanos estadounidenses. Los desastres provocados por el hombre, tales como el terrorismo y los ataques nucleares estuvieron en el tope de la lista de los horrores más populares. Pero cerca en el segundo lugar, aún más terrorífico que el crimen, terremotos y hablar en público, fue el temor a la tecnología. De hecho, la tecnología parece asustar a muchos de nosotros más que lo absolutamente desconocido. Según las respuestas dadas, el estudio concluye que “los americanos le temen más al remplazo de la gente en el trabajo que al miedo a la muerte”. Lo dicho anteriormente podría explicarse por el hecho contradictorio de que crecerán los puestos de trabajo cognitivos y creativos de altos ingresos y las ocupaciones manuales de bajos ingresos, pero disminuirán con fuerza los empleos rutinarios y repetitivos de ingresos medios. En el futuro previsible, los trabajos de bajo riesgo en términos de automatización serán aquellos que requieran de capacidades sociales y creativas; en particular, la toma de decisiones bajo situaciones de incertidumbre y el desarrollo de ideas novedosas, según el estudio conducido por Carl Benedikt Frey y Michael Osborne de Oxford Martin. La cruda realidad es que, en la nueva economía, la gran mayoría de la gente hará todo lo que se espera que haga, estudiar una carrera universitaria, especializarse, hablar distintos idiomas, para buscar un trabajo estable y, sin embargo, no le será fácil.
Para dimensionar el cuadro que se está formando a partir de esta tendencia a la rápida automatización de capacidades, no sólo productivas tradicionales, sino cognitivas, debemos recordar el extraordinario avance tecnológico en robótica y su impacto en el trabajo, que se remonta a noviembre de 2006, cuando Nintendo introdujo la consola para videojuegos Wii. Como especialmente los jóvenes de la época recordarán, éste era un dispositivo compacto y ligero con una tecnología de visión muy compleja. Los investigadores del área de la robótica supieron apreciar de inmediato el enorme potencial de esta tecnología que permitía “ver” y que hace imposible no relacionarlo con el surgimiento de la visión en la evolución, cuando hace 600 millones de años los primeros animales marinos que tuvieron ojos provocaron lo que se conoce como la Explosión Cámbrica, pues las ventajas que esta nueva capacidad les otorgaba para encontrar alimentos, defenderse y adaptarse a su entorno, hizo crecer en cantidad y diversidad las especies que poblaron los océanos. El camino seguido por los robots que pueden ver, está comenzando a ser la clave para que asuman muchas tareas nuevas que antes les eran imposibles, en contraste con los robots industriales de la generación anterior, que además exigían una programación compleja y costosa, por lo que estamos asistiendo al inicio de una oleada expansiva de innovación que producirá robots destinados a realizar casi cualquier tarea comercial e industrial. Martin Ford, autor de un inquietante libro, El ascenso de los robots, que a primera vista, por el nombre, parece un texto de ciencia ficción, indica que en Estados Unidos y en otras economías desarrolladas, el principal problema se dará en el sector de servicios, que es donde están empleados la gran mayoría de los trabajadores. En la misma línea indica, por ejemplo, que Momentum Machines, Inc., una empresa de San Francisco, California, se ha propuesto automatizar por completo la producción de hamburguesas, con iniciativas que ya estaría estudiando Mc Donald’s para reducir drásticamente el personal en sus locales.
En el pasado, la educación ha sido el antídoto más seguro contra el desplazamiento que produce la automatización. Un tejedor artesanal desempleado podía aprender a manejar maquinaria. Un maquinista desplazado podría aprender ingeniería o administración. Este camino ascendente siempre estuvo disponible porque incluso cuando los trabajos de baja calificación desaparecían, las economías se volvían más complejas, al igual que el trabajo que las impulsaba. Las habilidades cada vez más sofisticadas generaban ingresos significativamente mejores. Esta dinámica aún se da en la era de las máquinas inteligentes. La diferencia es que con el crecimiento explosivo de la tecnología, la divergencia educativa entre lo que se enseña y lo que se necesita se está haciendo cada vez más pronunciada. Hace una generación, una persona podía pasar cuatro o cinco años estudiando para sacar un título profesional y esperar con confianza la obtención de un empleo estable. Éste ya no parece ser el caso. Las presiones de la automatización y la globalización, además de las crecientes complejidades del trabajo disponible, pueden llevar a problemas de empleabilidad y un estancamiento de los ingresos de técnicos y profesionales, por supuesto con la excepción de aquellos que puedan demostrar un aporte de mayor valor, a través de competencias y prácticas que los equipan para trabajar en áreas nuevas que requieran de solución de problemas complejos e innovación.
Otro factor que da cuenta de lo que ocurre en una sociedad que está viviendo un fuerte proceso de transformación, lo constituye el hecho de que en su entorno físico no existe ya nada completamente natural pues la vida cotidiana de las personas se desarrolla rodeada de los más diversos dispositivos tecnológicos. La Revolución Industrial del siglo XIX abrió las puertas a una nueva etapa de la civilización. A partir de entonces la tecnología ha invadido todos los rincones de la vida humana. Los avances científicos del siglo XX y sus repercusiones en el diseño y desarrollo de nuevas tecnologías han hecho cambiar por completo, en pocos años, el panorama actual. Por una parte, se han creado nuevas fuentes de energía. La síntesis de nuevos materiales con propiedades insospechadas, como por ejemplo el grafeno, altera por completo el total de componentes disponibles para realizar nuevos productos. La tecnología láser permite utilizar la luz como fuente de energía no sólo extraordinariamente potente, si se desea, sino también insospechadamente versátil y adaptable tanto a trabajos de tipo mecánico como a funciones de comunicación o de procesamiento de información. La biotecnología permite por primera vez la producción de organismos vivos con características predefinidas y siguiendo procesos enteramente artificiales. Nunca como hasta ahora había estado la sociedad en su conjunto tan articulada en torno a la actividad tecnológica, y nunca la tecnología había tenido tan fuertes repercusiones sobre la estructura social, y en especial sobre la estructura cultural de una sociedad. En definitiva, pues, la tecnología actual tiene efectos decisivos en los componentes más peculiares de nuestra cultura: nuestros sistemas de conocimientos, nuestras pautas de comportamiento y nuestros sistemas de valores. Y ello no de una forma esporádica y accidental, sino de manera sistemática, continua, intensa y sin vuelta atrás.
Otro aspecto clave que se potencia con los avances tecnológicos de la era digital, son los cambios generacionales que conforman un cuadro con diversas consecuencias para el trabajo y los negocios. Los representantes de la generación milenio, que ya tienen actualmente más de veinte años, están accediendo a los puestos de trabajo con ciertas actitudes, intereses y demandas que marcan fuertemente las tendencias para el consumo y los requerimientos a las organizaciones y líderes de equipos de trabajo. Están insertos en un mundo, donde se envían 30 000 millones de mensajes diarios por WhatsApp, donde más del 80% nunca se separa de su teléfono inteligente. Este “mundo del ahora” obliga a las empresas a responder en tiempo real dondequiera que estén sus clientes y sean estos quienes sean. Sería un error pensar que esto se limita a economías altamente desarrolladas, ya que abarca a sociedades tan diversas que van desde el auge de compras en línea en China hasta el creciente número de suscripciones de telefonía móvil en África. También se espera que un punto de inflexión muy importante ocurra en 2020, que será el momento, según un vaticinio de Google, en que casi toda la población del mundo estará conectada a internet.
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