Mauricio Besio Roller - Sabiduría, naturaleza y enfermedad

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En este texto, los autores buscan abordar filosóficamente la atención de salud y sus fundamentos, apoyados en su experiencia, su reflexión y su amplia trayectoria docente. El libro toca temas variados, como el objeto de la actividad médica, la eutanasia, el acto sanador y el alma humana, entre otros. Está pensado para todas aquellas personas que interactúan con enfermos desde distintas disciplinas y condiciones o bien para los interesados en la reflexión ética-filosófica de este tema, pues busca contribuir al desarrollo de una sabidurí­a en la atención de salud.

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Antes de acotar su inteligencia, el niño hace afirmaciones o preguntas que nos desarman: “¿qué es lo que había antes del principio?” o “¿cómo supieron mis padres que yo me llamaba Cristóbal?”. Estos juicios nos desarman porque tienen una amplitud y una radicalidad a la cual nosotros nos hemos desacostumbrado; habituados como estamos a acotar –sin darnos cuenta–, el rango del operar de nuestra mente. Es difícil contestar a las preguntas de los niños, aportándoles lo que en su etapa mental necesitan, pero sin acotarles innecesariamente la profundidad y el campo de las respuestas posibles. Solo los muy sabios pueden contestar adecuadamente a los niños.

El proceso educativo y su equilibrio

La educación formal desarrolla, agudiza, fortalece el operar intelectual del niño. Ese desarrollo es algo bueno, es necesario e inevitable. Hay sin embargo en ello un riesgo: el de limitar, rigidizar, estrechar involuntariamente el campo posible de uso de la inteligencia. Atendiendo a un espectro acotado de objetos, se corre el riesgo de que los niños acaben por pensar que solo existe aquello acerca de lo cual ellos son capaces de pensar. Para que ello no ocurra, o que ocurra en menor proporción, la educación debe poder introducir los respectivos equilibrios o contrapesos.

El niño, junto con aprender ciertas cosas, debe asimismo tomar conciencia de las que ignora; peor que ignorar, es ignorar que se ignora. Si se conocen pocas cosas y se ignora que se ignoran otras muchas, se toma lo que se sabe por un absoluto. El problema es cuando se le da valor de absoluto a lo relativo. Hay por ejemplo cosas que tienen importancia absoluta y otras que únicamente la tienen de manera relativa. La justicia en la vida social, por ejemplo, es un valor de carácter absoluto, los modos de vivirla, relativos; relativos a las circunstancias históricas, geográficas, psicológicas y materiales de los pueblos. La educación debe permanentemente estar atenta a introducir las instancias adecuadas de relativización, a riesgo –de no hacerlo–, de engendrar absolutistas; y las instancias adecuadas de absolutización, a riesgo –de no hacerlo– de engendrar relativistas. Si se suprime lo absoluto, desaparece también lo relativo, y educar sin mostrar qué es absoluto y qué es relativo no es educar. La filosofía es máximamente ambiciosa, porque aspira a alcanzar conocimientos absolutos, desde los cuales se hace posible relativizar. “Dar a cada uno lo suyo”, expresa el carácter absoluto e inmodificable de la justicia. Qué sea exactamente lo suyo para cada persona y en cada una de sus circunstancias, será en ocasiones fácil y en ocasiones difícil de determinar. Lo que no cambia, y no es más fácil o más difícil, es saber lo que se quiere determinar. La veracidad en el lenguaje humano es asimismo un elemento esencial de la comunicación y la filosofía debe ser capaz de definirla. No obstante lo anterior, saber si fue o no veraz una tal comunicación no será siempre fácil de determinar. Tener la resolución, el coraje, la perseverancia para buscar el núcleo radical y absoluto que se encuentra en cosas relativas, exige rigor y flexibilidad, saber lo que se sabe y saber lo que se ignora.

Los profesionales, su potencia y su “estrechez mental”

Los profesionales de la salud llegamos a serlo luego de un largo período de instrucción formal: preescolar, escolar básica, escolar media, universitaria y profesional. En tanto que sujetos instruidos, somos mentalmente sofisticados. Somos capaces de captar con nuestra inteligencia dominios de la realidad que otros ni siquiera sospechan. Esto es bueno y necesario, pero igualmente tiene riesgos.

Si nuestra educación preescolar, escolar, universitaria y profesional no ha tenido las adecuadas instancias de contrapeso, hay cosas importantes de la vida que quizá no veamos, y no solo no las veamos, sino que, peor aún, no sepamos que no las vemos, y operamos entonces de hecho como si no existiesen. Y no las vemos porque no se aprenden en la educación formal, o porque nuestra educación formal no ha sido equilibrada. Es decir, se ha tratado de una instrucción que ha sido formativa en lo particular, pero tal vez deformante respecto de lo general o de lo fundamental. Y estar deformado con respecto a lo fundamental no es bueno, y en un profesional, peligroso.

El desarrollo actual de las ciencias naturales, sean estas físicas, químicas o biológicas, y de las ciencias humanas y sociales, ha alcanzado un grado tal de especialización, que el cultivo de cualquiera de ellas, con algún grado de profundidad, agudiza nuestra inteligencia en grado extremo. Esto nos permite discernir con facilidad en cada campo los fenómenos correspondientes a ese ámbito de realidad y a extraer de ellos su significación conceptual. Esta capacitación intelectual opera en nuestra inteligencia de modo análogo a como una lente de aumento operaría en el ámbito de la visión. Ahora bien, y continuando con la comparación, si luego de mirar por un tiempo al microscopio, para desentrañar la estructura oculta de un tejido, se nos solicita un rendimiento visual en el entorno habitual, tendremos que retirar nuestra vista del microscopio, y readaptarnos para mirar a la realidad de forma amplia –sin anteojos–, sin las restricciones que en este caso impondría inevitablemente la visión microscópica, esto es, estrechamiento del campo visual, imposibilidad de captar un objeto en su totalidad, pérdida de la visión de conjunto y de las relaciones que se establecen entre las cosas.

La formación profesional universitaria actual se basa de modo predominante en el estudio de las ciencias naturales experimentales y algo en el de las ciencias humanas y sociales, y muchas veces complementado con el aprendizaje de disciplinas administrativas y de gestión. Esta formación proporciona al profesional contemporáneo un desempeño asombroso en el orden técnico-científico y operativo. No obstante lo anterior, y debido justamente al desarrollo excepcional de capacidades puntuales, el ejercicio profesional exige también hoy, la capacidad de poder distanciarse de la visión específica y especializada para tener una visión integrativa y de conjunto. No basta con saber que un paciente tiene un cáncer pulmonar y saber que existe una multiplicidad de tratamientos posibles. Es necesario además saber que un paciente es una persona, que es miembro de una familia y de una comunidad, y que tiene sentimientos, proyectos, creencias, expectativas, derechos y deberes. Es decir, es necesario poder sustraerse por un momento a la visión acotada, para mirar a la realidad en la máxima amplitud que nos sea posible.

El experto y el sabio

El que sabe de lo puntual es el experto, el especialista o el perito. A la persona que es capaz de una mirada amplia de la realidad, en sus términos más generales, fundamentales e integrativos, se la reconoce como una persona sabia. Todos los seres humanos, enfrentados a sus decisiones más radicales, intentan, en la medida de sus posibilidades, una mirada que les permita tomar decisiones sabias. Cuando esa visión sapiencial de las cosas se intenta de manera rigurosa, crítica y disciplinada, estamos en el ámbito de la filosofía, y a los que la cultivan se los llama filósofos, es decir, “amigos de la sabiduría”.

La mirada filosófica, en consecuencia, es connatural a los seres humanos, y todos en alguna medida la ejercitamos, aunque solo sea a la hora de ordenar los aspectos más decisivos de nuestra existencia. La complejidad y la especialización de la vida moderna exigen cada vez más instancias de ordenación, las que son en definitiva instancias filosóficas. Sin sabiduría, la especificidad del saber y del hacer, con la potencialidad de bien o de mal que de él deriva, se convierte en peligrosa. Aprehender las cosas de un modo más integrativo y profundo no garantiza el poder resolverlas, y a veces hace surgir nuevas y mayores dificultades. No obstante, la cuestión fundamental que se nos pide como seres humanos no es vivir fácil o difícil, sino vivir de un modo inteligente, y se vive y se actúa de forma más inteligente cuando se aprehende la realidad de manera amplia y completa.

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