En clima imaginativo-mágico, entonces, la enfermedad es conceptualizada como poseedora de una causa eficiente conocida, cuya presencia suele entenderse como castigo por no respetar alguna cláusula, tabú o código culturalmente validado, y cuya “sanación” depende de la voluntad del mismo causante36. La sintomatología específica en este esquema conceptual es poco relevante, ya que conociendo esa causa única para todas las afecciones, y el rito al que debían someterse, el análisis de la expresión específica de la dolencia carece de sentido.
En forma separada, y muchas veces simultánea con la concepción imaginativo-mágica de enfermedad, coexiste la interpretación religiosa de ella como un efecto causado por una falta moral en relación a la divinidad37. Esa coexistencia de magia y religión es plausible, ya que quienes eran revestidos por poderes mágicos solían ejercer también como sacerdotes, en sus caracterizaciones de chamanes, druidas, machis, etcétera. La atribución de causalidad divina para las diversas experiencias de difícil comprensión, como asimismo de toda realidad inexplicable por la sola percepción sensible, era frecuente en las primeras civilizaciones. A partir de sus registros literarios, nos encontramos con cuán emblemáticos son los efectos provocados directamente a los mortales por las divinidades egipcias, griegas y romanas, así como la personificación en dioses particulares de realidades o atributos tales como el amor, la justicia o la ira.
La dolencia experimentada por los seres humanos era seguramente entendida y querida –buscada directamente o a través de un intermediario– por alguna divinidad. Toda actitud evasiva consistía en procurar que esa divinidad revirtiera o no causara el mal temido. De allí los ritos y sacrificios de carácter religioso, mediados o no por sacerdotes, con la clara intención de evitar ese daño. La enfermedad representaba cierto castigo divino, cuya expresión somática o conductual era igualmente irrelevante, por corresponder solo al deseo de ese dios. No deja de ser interesante recordar y constatar que, cercano aún a nuestros días, las enfermedades mentales eran atribuidas a castigos por malas acciones38, o algunas epidemias entendidas como acción divina. Incluso actualmente se tiende a pensar que ciertas enfermedades epidémicas, sobre todo las de transmisión sexual, podrían ser consecuencia de un “castigo divino”.
Fue Hipócrates y su escuela, precedidos por Alcmeón de Crotona, quienes consciente y deliberadamente intentaron desligar la magia y la religión de la enfermedad39. Por primera vez se la entendió como un acontecimiento que podía responder a un ordenamiento natural de los fenómenos, con una causalidad y una dinámica distintas, ya sea a la arbitrariedad de la acción de un poder mágico o de algún espíritu benigno o maligno, o bien consecuencia de una falta moral o a una indisposición con la divinidad. A partir de este momento, la manera regular y previsible de presentación de la enfermedad pasa a ocupar un lugar relevante, ya que puede dar luces acerca de su causa natural, y a su vez proporciona herramientas para su posible evitación o sanación.
La concepción mágico-religiosa, que precedió culturalmente por muchos siglos a la conceptualización griega de la enfermedad como un fenómeno natural, persiste no obstante hoy en la medicina moderna, aunque revestida a veces de ropajes muy diversos e inclusive con aura y lenguaje de apariencia científica. No pocas actitudes actuales del profesional de la salud hacia sus enfermos revelan una cierta identificación con elementos imaginativo-mágicos o religiosos. Por otra parte, la presencia de conceptualizaciones exageradamente culposas o supersticiosas en relación a la enfermedad revelan asimismo cómo estos elementos mágicos o religiosos siguen modelando nuestra experiencia de enfermedad y determinando las conductas que adoptamos para enfrentarla. La pervivencia, y aun el florecimiento, de las medicinas paralelas, dulces o alternativas en la actualidad, es en alguna medida, una manifestación de lo anteriormente señalado. Desconocer o menospreciar estos elementos equivale a privarse de una clave de comprensión acerca de la densidad antropológica que reviste el enfermar, con la consiguiente dificultad para entender y ayudar mejor a nuestros pacientes. No es posible desconocer el carácter mágico agregado de numerosos accesorios, implementos o herramientas médicas modernas, tales como los guantes, los delantales, los fármacos, los exámenes diagnósticos, los aparatos médicos o la psicoterapia, por solo mencionar los más evidentes.
LA EXPERIENCIA DE ENFERMEDAD
Después de que su enfermedad ha recibido un nombre, lo primero que suelen preguntar los pacientes es: ¿y cuánto tiempo tardaré?, ¿cuánto tiempo tendré antes de…?, ¿cuánto tiempo?, ¿cuánto tiempo? Y el médico responde que no puede prometer nada, pero…
John Berger. Un hombre afortunado
En este capítulo reflexionaremos acerca de esa experiencia espontánea y universal del enfermar, tomando conciencia no solo de la dificultad inherente a esta empresa, sino también de su capital importancia y necesidad. Esta experiencia se constituye como originaria y originante, a la vez que motivadora y estructuradora de toda actividad médica y de todo estudio acerca de la realidad de la enfermedad humana40.
La experiencia humana de la enfermedad
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