Alessandro Manzoni - Los novios

Здесь есть возможность читать онлайн «Alessandro Manzoni - Los novios» — ознакомительный отрывок электронной книги совершенно бесплатно, а после прочтения отрывка купить полную версию. В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: unrecognised, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los novios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los novios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Esta obra maestra de la literatura italiana relata una historia de opresores y oprimidos, donde dos campesinos ven amenazado su amor. En la ciudad de Milán del siglo XVII y bajo la sombra de la peste cercenando vidas, la trama brota del hallazgo de un viejo manuscrito y logra enlazar de forma magistral ficción y realidad. Para enmarcar las muchas desventuras de la pareja protagonista, Manzoni crea un extenso mundo social, surcado por estigmas e injusticias, donde todos los personajes quedan magistralmente caracterizados y despiertan en el lector piedad y amor, risa, desprecio o admiración. El autor los retrata mientras muestra su afecto por el pueblo anónimo, y elige para ello a los humildes como héroes de su novela. El resultado marca en Italia el inicio de la novela moderna de corte realista.

Los novios — читать онлайн ознакомительный отрывок

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los novios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—¿Si tendrá la cabeza ocupada en algún grave negocio? —discurrió para sí Lorenzo.

Y luego dijo:

—Tenga usted muy buenos días, señor cura. Vengo a saber a qué hora le parece a usted que nos veamos en la iglesia.

—Sin duda querrás decir qué día.

—¿Cómo qué día? ¿No se acuerda usted que hoy es el que está señalado?

—¿Hoy? —replicó don Abundo, como si fuera la primera vez que oía hablar del asunto—. Hoy... hoy; pues ten paciencia, porque hoy no puedo.

—¿No puede usted hoy? ¿Qué ha sucedido?

—Ante todo, estoy desazonado.

—Lo siento; pero es tan poco y de tan corto trabajo lo que tiene usted que hacer...

—Luego hay... hay...

—¿Qué es lo que hay, señor cura?

—Hay embrollos.

—¡Embrollos! No sé qué embrollos puede haber.

—Fuera preciso estar en mi lugar para saber cuántos entorpecimientos se encuentran en este oficio, cuántas cuentas hay que dar. Yo soy demasiado blando de corazón; trato de vencer obstáculos, de facilitarlo todo, de hacer las cosas a gusto de los demás, y luego para mí son las reconvenciones.

—Por amor de Dios, no me tenga usted en ascuas; dígame usted de una vez lo que hay.

—¿Sabes tú cuántas formalidades se necesitan para hacer un casamiento en regla?

—Algo debo saber de eso —dijo Lorenzo, empezando a alterarse—, pues tanto me ha quebrado usted la cabeza estos días pasados; pero ahora, ¿no se ha hecho todo lo que había que hacer?

—Sí, todo: a ti te lo parece. El tonto soy yo, que para que las gentes no penen he dejado de cumplir con mi obligación; pero ahora... basta; sé lo que me digo. Nosotros los pobres curas nos hallamos entre la espada y la pared; vosotros impacientes... Yo a la verdad te disculpo, pobre muchacho; pero los superiores... Basta; no se puede decir todo: nosotros, en fin, somos los que pagamos el pato.

—Pero explíqueme usted qué otra diligencia es la que hay que practicar, y se hará al instante.

—¿Sabes tú cuántos son los impedimentos dirimentes?

—¿Qué quiere usted que sepa yo de impedimentos?

—Error, conditio, votum, cognatio, crimen, cultus, disparitas, vis, ordo, etc.

—Usted se está burlando de mí: ¿qué tengo yo que ver con esos latines?

—Pues si no sabes las cosas, ten paciencia y confórmate con el parecer de los que las saben.

—En resumidas cuentas...

—Vaya, Lorenzo mío, no te acalores: estoy pronto a hacer... todo lo que esté en mi mano. Quisiera verte contento, pues yo te estimo... ¡Cuando pienso que estabas tan bien!; nada te faltaba; se te ha metido ahora en la cabeza el casarte...

—¿A qué viene esta reconvención? —prorrumpió Lorenzo entre sor— prendido y encolerizado.

—Eso es decir... en fin, ten paciencia.

—En una palabra...

—En una palabra, hijo mío, yo no tengo la culpa. La ley no la he hecho yo. Antes de hacer un casamiento tenemos obligación de practicar muchas, muchísimas diligencias para asegurarnos de que no hay impedimento alguno.

—Pero por María Santísima, dígame usted: ¿qué impedimentos son ésos?

—Ten paciencia: no son cosas éstas que puedan arreglarse así como se quiera en dos palotadas. Creo que no habrá dificultad; pero de todos modos hay averiguaciones que nosotros forzosamente tenemos que practicar. El texto está claro y terminante: antequam matrimonium denunciet...

—Ya he dicho a usted que yo no entiendo ni quiero entender de latines.

—Ello es preciso que yo te explique...

—Pero, ¿no ha hecho usted ya todas estas averiguaciones?

—No todas, te digo, como hubiera debido hacerlas.

—¿Y por qué no las ha hecho usted en tiempo? ¿Por qué me dijo usted que todo estaba acabado?, y ahora ¿por qué me hace aguardar?

—¿Ves cómo me echas en cara mi demasiada bondad? Para servirte más aprisa facilité las cosas, pero ahora han ocurrido circunstancias... Yo me entiendo.

—Y por último, ¿qué quiere usted que haga?

—Que tengas paciencia por algunos días... En fin, hijo mío, unos días no es la eternidad... Vaya, ten paciencia.

—¿Por cuánto tiempo?

—No vamos mal —dijo para sí don Abundo.

Y con modo afectuoso contestó:

—Así como unos quince días, y en este tiempo indagaré...

—¡Quince días!, ¡ahora sí que estamos bien! Se hizo todo cuanto usted quiso; se señaló el día; el día llegó, y ¡ahora salimos con haber de esperar otros quince! ¡Quince demonios! —prosiguió dando un golpe sobre la mesa.

Y hubiera continuado con el mismo tono y estilo, a no haberle interrumpido don Abundo, cogiéndole una mano con cierta amabilidad tímida y oficiosa, y diciendo:

—Vaya, vaya, Lorenzo, no te alteres, por Dios: yo trataré, yo veré si en una semana...

—¿Y qué le diré yo a Lucía?

—Que ha sido una equivocación.

—¿Y las gentes qué dirán?

—Diles a todos que yo he tenido la culpa por servirte demasiado presto. No temas, échame a mí las cargas. ¿Puedo hacer más?... Ea, ¡una semana!...

—¿Y luego no habrá más entorpecimientos?

—Cuando yo te lo digo...

—Pues bien, aguardaré una semana; pero cuente usted que pasada ésta, no me satisfaré con chanzonetas. Entretanto, páselo usted bien.

Con esto se marchó, manifestando en su despedida más despecho que urbanidad.

Saliendo a la calle y dirigiéndose disgustado a casa de su novia, iba discurriendo en medio del enojo acerca de la pasada conferencia, y le parecía cada vez más extraña. La acogida reservada y fría de don Abundo, sus palabras inconexas, sus ojos azules que mientras hablaba volvía de una parte a otra como si temiera que desmintiesen sus dichos, el hacerse de nuevas respecto de un casamiento concertado con tanta anticipación y formalidad, y sobre todo el indicar siempre una gran cosa sin decir nada claro; todas estas circunstancias reunidas daban en qué pensar a Lorenzo, y sospechaba que hubiese algún misterio diferente del que indicaba don Abundo.

Estuvo dudando un momento si volvería atrás para hacerle hablar claro, cuando en esta incertidumbre vio a Perpetua que iba a entrar en un huerto, junto a la casa del mismo cura. Diole una voz cuando iba a abrir la puerta, apretó el paso, la alcanzó, la detuvo en la entrada, y con el objeto de descubrir terreno trabó conversación con ella.

—Buenos días, señora Perpetua: esperaba que hoy hubiésemos tenido un rato de diversión...

—Amigo, Dios no ha querido. ¡Pobre Lorenzo!

—Hágame usted un favor. El señor cura me ha ensartado un fárrago de razones que no he podido comprender. Explíqueme usted mejor el motivo: por qué no puede o no quiere casarme hoy.

—¿Te parece a ti que yo sé los secretos de mi amo?

—Bien me lo figuraba yo que había misterio —dijo para sí Lorenzo.

Y para descubrirlo continuó:

—Vaya, señora Perpetua, nosotros somos amigos: dígame usted lo que sabe; favorezca usted a un pobre muchacho.

—Lorenzo mío, mala cosa es haber nacido pobre.

—Es verdad —contestó Lorenzo, confirmándose cada vez más en su sospecha—. Es verdad; pero los curas no deben tratar mal a los pobres.

—Oye, Lorenzo, yo nada puedo decir, porque... en fin, porque nada sé; pero lo que te puedo asegurar es que mi amo no quiere hacerte perjuicio, ni a ti ni a nadie, y no tiene culpa...

—¿Y quién la tiene? —preguntó Lorenzo como descuidadamente, pero con el oído fijo y el corazón alerta.

—Repito que nada sé... pero puedo hablar en defensa de mi amo, porque me incomoda sobremanera ver que se le obligue a hacer daño a nadie. ¡Es un bendito!, y si peca, peca por demasiada bondad. Es bien cierto que en el mundo hay bribones, prepotentes, hombres sin temor de Dios.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los novios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los novios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los novios»

Обсуждение, отзывы о книге «Los novios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x