Esto da al maravilloso ingenio del autor espacio suficiente para bosquejar a todas las clases sociales, desde el rey de España al oscuro pechero; desde el cura de aldea hasta el cardenal; desde la ingenua aldeana a la criminal aristócrata, y todos tan distintos y caracterizados, tan de verdad, que quedan en la memoria del lector como si realmente los hubiera conocido . Y este arte alcanza incluso a los personajes secundarios —como Inés, Perpetua o El Canoso—, a los que dota también magistralmente de fisonomía propia y rasgos inconfundibles. Todos excitan la piedad, el amor, la risa, la admiración o el desprecio.
Situada cronológicamente entre finales de 1628 y 1630, bajo el dominio de Felipe IV y con el dramático episodio de la peste cercenando vidas, la novela está conducida por una armonía que enlaza de forma magistral ficción y hechos reales; y se eleva desde su restringida parcela histórica para ser un vigoroso valor representativo de Italia.
La moral cristiana impregna toda la narración y da al libro el gran mérito de ser fundamentalmente democrático, y de querer mejorar al pueblo con hermosos ejemplos de devoción sincera, caridad universal y humildad.
Tras una primera acogida más bien fría y crítica de muchos detractores que la leyeron con una inteligencia llena de sistemáticos prejuicios, comenzaron a apreciarse en todo su valor sus inefables bellezas, y a publicarse entusiastas elogios. El propio Goethe declaró que «en Los novios se pasa constantemente de la conmoción a la admiración, y de la admiración a la conmoción, sin que se salga nunca de estos dos grandes afectos».
El escaso éxito inicial de la novela retrajo a Manzoni de los trabajos literarios; pero transcurrido algún tiempo volvió a escribir varias obras más de contenido moral y de crítica literaria.
En todos esos años, su vida familia fue muy grata . Enriqueta Blondel hizo feliz a Manzoni, y le dio ocho hijos. Su muerte en 1833, sumió a la familia en un profundo dolor. Mas, contra lo que pudiera suponerse, el poeta contrajo nuevas nupcias con Teresa di Cesare en 183 7. Esta unión trajo perturbaciones a la tranquila casa del gran autor. Los graves problemas económicos, y el carácter de su nueva esposa amargaron la existencia de Manzoni en esa etapa.
Por fortuna, el Gobierno puso fin a la difícil situación del escritor señalándole una pensión digna, y las condiciones editoriales mejoraron un poco, con lo cual pudo pasar sin sobresaltos los últimos años de su vida. Dos caídas derrumbaron su salud, ya muy quebrantada por una enfermedad que padecía desde 1858. En sus momentos lúcidos, presintiendo la muerte, se preparaba al postrer viaje, y lo hizo con especial devoción en la Pascua de 1873. Después de una larga agonía, entregó su alma a Dios el 22 de mayo de 1873, a los ochenta y ocho años.
Italia le tributó honores extraordinarios, y desde su muerte, la gigantesca figura de Manzoni, gran poeta y gran prosista, insigne historiador y pensador, permanece en la memoria de los hombres.
La traducción al castellano que aquí presentamos es la que realizó el escritor romántico español Juan Nicasio Gallego entre 1836 y 1837, que está considerada una versión magistral. Por ello, se ha optado por respetar rasgos lingüísticos de la época, y los propios del estilo y el habla del traductor, como diversos arcaísmos, leísmos, etc. Así conserva el sabor y el espíritu original.
C. C. A.
INTRODUCCIÓN
«La historia puede considerarse como una guerra ilustre contra el tiempo, porque al arrancarle de las manos los años, que ha reducido a dura esclavitud, convirtiéndolos en cadáveres, la historia los resucita, los examina, y al revistados los alínea de nuevo en orden de batalla. Pero los ilustres campeones de semejante torneo tan sólo cosechan palmas y laureles, los despojos más ricos y resplandecientes, embalsamando por medio de la tinta las proezas de los príncipes, potentados y personajes de noble estirpe, zurciendo con la aguja de su talento los rasgos escritos con hilos de oro y seda, un brocado de acciones gloriosas.
»No le es permitido, sin embargo, a mi pequeñez elevarse a tamaños asuntos, a sublimidades tan peligrosas, que podrían exponerme al riesgo de perderme en los intrincados laberintos de las intrigas políticas, por dejarme guiar por el estruendo de las bélicas trompas.
»Pero habiendo tenido conocimiento de hechos memorables, que atañen a gente de humilde cuna y escasa importancia, me propongo transmitirlos a la posteridad, haciendo su verídico relato. En él se verá, en reducido escenario, surgir dolorosas tragedias de horror, y escenas de refinada maldad, mezcladas con empresas virtuosas y de angelical bondad, en contraposición a diabólicos designios. Ya la verdad, que si nos paramos a reflexionar que nuestro territorio está sometido a la dominación del Rey Católico, nuestro señor, que es ese esplendente sol que jamás se pone, y que sobre el mismo horizonte, con reflejada luz, como la de una luna que no tuviese fases, brilla el héroe de ilustre raza, que pro tempore, le representa, y que los muy altos senadores, a manera de estrellas fijas, y los demás magistrados, a semejanza de planetas errantes, reparten por doquier su luz, formando un nobilísimo cielo entre todos, no se nos alcanza la causa de que tal cielo se transforme en un infierno de acciones tenebrosas, maldades y crímenes, y que vaya multiplicándose el número de los hombres temerarios, a menos de no reconocer, como causa para ello, las malas artes e intervención del diablo, puesto que la malicia humana, por sí sola, no debería poder resistir a tantos héroes que con ojos de Argos y brazos de Briareo, se afanan y trabajan en bien de la cosa pública.
»Al descubrir lo ocurrido en los tiempos de mi temprana edad, aun cuando la mayor parte de las personas que en mi relato figuran, hayan desaparecido del mundo, pagando tributo a las Parcas, sin embargo, por justos miramientos callaré sus nombres, es decir los de sus familias, y lo mismo haré con los sitios en que los hechos tuvieron lugar, indicando tan sólo a bulto, los territorios. Nadie podrá imputar esto como una imperfección de mi relato o deformidad del mismo, a menos que quien tal piense no sea persona enteramente desprovista de filosofía; porque las personas versadas en esta materia verán que nada falta a la sustancia de la expresada narración. Así es que siendo cosa evidente y que nadie podrá negar, que los nombres son simples accidentes...»
La primera idea que me asaltó, después de desojarme para conseguir descifrar los garrapatos de descolorida tinta de este manuscrito, para llevar a feliz término el transcribir la historia que en él se cuenta, fue si después de haber logrado, como hoy se dice, darla a luz, no podría encontrarme con que nadie quisiese tomarse el trabajo de leerla.
La duda de que esto pudiera acontecer, y la de que el ímprobo trabajo, que me estaba tomando, fuese perdido, me impulsaron a suspender la copia, y a reflexionar, maduramente, lo que más me convenía hacer.
La verdad es, me decía yo, hojeando el manuscrito, que de esta granizada de sentencias, no está empedrada toda la obra. El bueno del sentencista[1] ha querido empezar echándosela de sabio, pero en el transcurso de la narración y algunas veces en el curso de la misma, el estilo es más llano. Esto es verdad; sin embargo ¡es tan vulgar!, ¡tan falto de vigor!, ¡tan chavacano!, ¡tan correcto! Idiotismos lombardos, a montones, frases empleadas al revés, construcciones gramaticales arbitrarias, períodos cojos y mancos, revueltos con algunas elegancias españolas sembradas aquí y allí, y lo que es peor aún, en los pasajes más terribles y conmovedores del relato, sin ton ni son, citas para llamar la atención hacia todo lo que lo merece... Algunas flores retóricas no pegarían mal, siendo delicadas y de buen gusto, pero veo que este bendito señor reincide y persevera en escribir con la retórica de mal gusto que al principio empleó, reuniendo cualidades tan opuestas, en apariencia, como la de trivial y afectado en la misma página, en un mismo período, y hasta podríamos decir que casi en una misma frase.
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