Eduardo Meana Laporte - El ecosistema del silencio fértil

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Saber estar en silencio es llegar a pertenecerse más. Es hacerse más consciente y más crítico de todo, más dueño de las palabras, más capaz de resistencia ante la palabrería vacía y vaciante, y ante el silencio usado como arma: el silencio hiriente y ninguneador.
Hacerse más uno mismo. Por eso tiene que ver con la identidad.
El silencio así es fecundo: pues recuperando mi sustancia de mismidad, sustanciándose mi 'yosoy' ya no desde fuera sino desde 'la tierra existencial que soy y habito', puedo, por fin, establecer un vínculo dialogal y nutriente con el tú, con el otro; un vínculo que no sea dependiente o posesivo, sino atento y receptivo.
El silencio receptivo, contemplativo, dialogal, se vuelve ecosistema: un hábitat cotidiano de equilibrio sustentable de la identidad, el amor y la creatividad.
Este libro tiene su 'hermano mellizo' llamado «Te amaré en Silencio» – tu Intimidad como Contemplativo de Dios y Receptivos del hermano". Son parecidos, comparten ADN, se complementan; aunque cada uno tiene su núcleo propio.
En éste, se acentúa la consideración del silencio como ecosistema y lugar de identidad personal, si bien siempre aparece su cualidad de 'lugar del escucha del Tú divino y el tú humano'. En el otro librito,se profundiza esa cualidad dialógica que el silencio nutre y permite, y la reflexión sobre el Ecosistema que sostiene esta vincularidad, queda mencionada, pero sin ser desarrollada.
En ambos, entre capítulo y capítulo hallarás intercaladas, como poesía que nos dé otra perspectiva y otra respiración, algunas letras de canciones que fui componiendo -casi todas, últimamente.
Escribo como quien recorre un paisaje: el sagrado lago del alma humana, rodeado de montes, bosques, vibrando con nuestra época…, pero memorando tantas huellas y avizorando perspectivas.
Por eso, voy y vengo: si has caminado lugares hermosos, sabes que no se trata de un único trayecto lineal. Sabes que, al subir una altura, cambia tu paisaje, mejora tu perspectiva. Y que, si caminas rodeando el lago, el agua es la misma…, pero ahora puedes ver otro bosque escondido en su lado opuesto, quizás de otras especies. Además, cada hora del día despierta nuevas tonalidades en las rocas: y así descubres su composición y hasta su relieve.
Te invito, entonces, a leer despacio. A parar en cada párrafo, sin que sientas que eso es un problema. Es como detenerte a mirar un árbol hermoso. Quién te dijo que un libro debe ser una prueba de velocidad. ¿No serán los mismos que te tratan de vender un tour de muchas ciudades en pocas jornadas, quizás…? ¿O que nos aseguran que para mantener muchos «amigos» basta verles algunas fotos y leer algunas frases que deciden editar?
Reaccionemos.
Andemos juntos por el corazón que se extravió en la palabrería, se reconoce capaz de más sentido y solidez, y busca paz. El camino del silencio es el camino hacia ti mismo. Me conmueve percibir la búsqueda de tantas y tantos: una búsqueda de plenitud, de sentido, que no se mide por lo material, ni en vacaciones soñadas, ni por logros, ni excesos, ni escapes.
Viajemos juntos sin apuro. Quienes nos hemos alejado de nuestra alma paso a paso, necesitamos volver paso a paso. Dale tiempo a este libro. Fue escrito -como su libro hermano- con tiempo, amor, y memoria de muchos que charlaron conmigo sus pesares y búsquedas.
En el centro de ti mismo, te espera un premio; es una gracia de paz, pero no se te dará sin intentar paso a paso, párrafo a párrafo, comprender, acallar y dejar atrás, desandándolos, a tus ruidosos, engañosos laberintos.

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El silencio, un don a recuperar, lejos de los extremos que desfiguran la palabra: la hostilidad callada, el miedo mudo, y la palabrería devaluada

Comenzar este viaje implica ajustar nuestros mapas. Y casi siempre, eso incluye distinguir localidades de nombres parecidos. A veces hay lugares con el mismo nombre en comarcas muy, muy lejanas.

Así sucede con el Silencio.

Hay un Silencio en la Comarca de la Vida; y es el Ecosistema más humano, el que necesitamos para ser receptivos, dialogales, contemplativos y fecundos.

Pero hay estaciones de silencios en algunas comarcas de muerte. Necesitamos descartar de entrada estos silencios que matan. Nuestro viaje también es aprender a evitar estos destinos.

En primer lugar, no hablo por supuesto aquí del silencio impuesto a los otros por intimidación, tortura del tipo que sea, chantaje; pues ese no es un silencio elegido sino una censura sufrida: y es siempre señal de una opresión intolerable.

Partimos del silencio como opción… ¿Opción humanizadora, de vida? Eso buscamos. Pero…

Pero aún debemos distinguir, como en todo lo humano, la posibilidad de pervertir esta opción, y hacer del silencio elegido un instrumento deshumanizador.

Ya sea como silencio hostil, como arma, como signo quizás de una herida que busca vengarse hiriendo más, éste es un silencio hecho ninguneo. Es un ignorar deliberado, una manera de quitarle al otro la palabra pues se le quita al otro su calidad de interlocutor, y se lo reduce a un ‘nadie’, ‘para mí tú no existes’.

O también, se pervierte al silencio elegido viviendo sólo en combativos silencios tácticos, que buscan solamente neutralizar las palabras que están por venir: silencios como radar, que no acogen sino detectan, detectan en función de un contraataque, receptan para agredir.

Todo lo anterior genera su fruto, de su misma especie: esos tipos de silencios mortíferos que parten en realidad de un ‘no escuchar’, llevan al otro a que se calle, lo llevan a su propio silencio de muerte, a la solitariedad, al aislamiento…, así son las discusiones, y los vínculos, cuando uno hace silencio sólo para destruir las palabras del otro y rebajar el ser del otro a la irrelevancia.

Y tantas veces, esta experiencia de coerción, moral, emocional, abusiva, colectivista, física, social, en que una persona es obligada a callarse, genera el silencio del miedo.

En todos estos sentidos, el silencio no se trata de ningún ecosistema.

Y ya no es una ‘nodriza de la palabra’ sino un ‘asesino de la palabra’. Y no es silencio un lugar de identidad personal sino de confusión, desidentificación, desvalimiento. Y no un manantial nutricio de la mejor expresividad, sino el desamor ejercido o sufrido donde está vulnerada la comunión.

Es que los humanos podemos hacer de cualquier dimensión humana, según con qué intención la vivimos, un lugar de vida o un lugar de muerte.

Y aquí estamos queriendo aproximarnos al tesoro del Silencio como dimensión vivificante. Pero no podemos hacerlo, si no reflexionamos acerca de sus formas deformadas, y del trabajo que implica pasar de la palabrería a la interioridad fértil.

La ternura, por ejemplo, también nos muestra esta doble posibilidad: está llamada a ser un lugar de vida; pero los humanos podemos contaminar la ternura hasta deformarla, pudrirla, y hacerla, ya deformada, un lugar ambiguo de posesividad y dependencia; y así devenir en cadenas de muerte.

También ocurre esta posibilidad con el silencio; en un extremo tiene estas dimensiones mortíferas. Es el silencio de los enemigos, el silencio desolador de la hostilidad.

Y también es mortal el silencio del no atreverse a decir las cosas que son. El elegir un silencio de miedo personal que nos aísle en el propio dolor. De esa dimensión me ocupo de alguna manera cuando, a lo largo de todo el libro “Santa Resiliencia”, pondero el valor de la palabra, y hablo de la necesidad de poner palabras, nombrar, alumbrar la verdad existencial.

Pues una de las claves del proceso de fortalecimiento y re-identificación existencial de la resiliencia, para quien transita desde adversidades, es la palabra: la palabra del diálogo en comunión de ayuda, la palabra con sentido que llamamos ‘logos’, portador de nueva vida y luz y belleza, la palabra asumida como trabajoso camino de verdad personal que desvela el ser, la palabra que desenreda la atadura mortífera, la palabra que intuye un ‘para qué de tanto dolor’ hacia una luz de esperanza.

Por eso, doy por seguro, amigo mío, amiga mía, que sabes y puedes cotejar en ese librito mi total afirmación sobre la convicción de expresarnos desde lo profundo de cada uno de nosotros; y por eso, estar seguro de que en estas páginas que lees no buscamos ‘que la gente se quede callada cuando debe hablar’; no buscamos un silencio de miedo, timidez, complicidad criminal, falso recato, ocultamiento de lo difícil u oscuro, de ninguna manera.

Pero… ambas cosas, palabra humana y silencio humano, van juntas: la palabra significativa nace del humus fértil de un silencio personal introspectivo, que sufre, medita, escucha, y así se hace capaz de su más propia palabra, dicha en su cantar, gritar y dialogar.

Por eso, en el caminar de estas páginas, buscamos recuperar el lugar maravillosamente fecundo de tu silencio. Que es tu saber estar contigo mismo, con los demás y con Dios, desde la fuente silenciosa de tu libertad e identidad.

Fuente silenciosa, lugar íntimo, a recuperar… en medio de tantas, tantas palabras que te vocean sus productos, que te dicen sus opiniones, que quieren formatearte desde afuera.

Sí: esa palabra inflacionada es la expresión devenida en palabrería. Es el falso compartir de lo trivial, un excesivo y abrumador compartir de voces, corrompido en palabrerío.

Si el silencio hostil o el silencio del miedo están en un extremo del ecosistema humano del encuentro con sentido, la palabrería ocupa el otro extremo. Y en realidad, da su tono al entorno habitual de la mayoría de la gente y las culturas. Ese palabrerío banaliza las cosas con su trivialidad, su vacío de sustancia, su superficialidad. Manipula al otro porque no lo deja al otro ser otro -ni siquiera a Dios lo deja ser Dios.

Porque discursear en exceso sobre el otro es presumir abarcarlo, es un acto de permanente invasión. El palabrerío mantiene en un lugar funcional la vida: hablo desde opiniones en boga que funcionan como automatismos no discutidos, hablo desde lo prejuzgado y preconcebido que diré siempre en tales y cuales situaciones y ante tal tipo de personas; es la respuesta que ya tengo, la frase que ya sirve, que cae bien o graciosa o utilitaria o que ya funcionó… No me vuelvo a hacer cargo de un emitir palabra más personal y reflexiva, sino que la palabra está en función de un mecanismo inercial, el soltar palabras parece que funciona solo.

A veces, así se dicen oraciones hasta de la Misa. Y se repiten consejos a los hijos, como formando parte de una inercia ciega que ha tomado posesión de su libertad, el lenguaje despliega su tejido, sus formas… y las personas deben entrar en su lógica, en su cosmovisión. Lenguajes que se meten en vidas ajenas, o que exhiben en demasía lo íntimo, o lenguajes obscenos, o de horizonte sólo materialista, o que dan por sentado que en el mundo “el hombre es lobo para el hombre” y todo se trata de competir y vencerse y supervivir el más despiadado; o lenguajes románticos que se generalizan como único modo de expresar sentimientos… así, subiéndose a formas de hablar que otros diseñan y exportan en sus productos culturales -canciones, series, reality shows, modas de celebridades, ideas de ideólogos, etc.- es posible transcurrir repitiendo palabras ajenas, vivir entretejido en un idioma que no nace de la propia identidad y del propio corazón sapiencial, sino que es parte de una superestructura cultural, comercial, ideológica.

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