Jaime Restrepo Cuartas - El sol que nunca vimos

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Uno de los grandes méritos de la obra de Jaime Restrepo Cuartas es la capacidad de mostrarnos, en su dimensión más humana, personajes que en nuestra realidad suelen dejarse al margen. En esta novela, Sulay y Jónatan, una joven indígena y un muchacho guerrillero, reclutado por la organización desde que era casi un niño, encarnan la dureza y también las falacias del conflicto político de los últimos años en Colombia.Y para indicarnos los caminos que los dos protagonistas recorren para encontrarse, para lograr «ver el sol», Restrepo Cuartas nos hace creíbles la descripción de la vida en un campamento guerrillero y la de las comunidades vecinas; los conflictos, las afugias, las rencillas y los sucesos que hemos entrevisto, casi todos los colombianos desde lejos, mediados por el filtro de los medios de comunicación.En
El sol que nunca vimos Jaime Restrepo Cuartas nos revela los resortes que mueven su escritura, su apasionado interés por la gente, sus razones y motivos. Un narrador que observa con minucia y —como buen médico— sabe de las vicisitudes del cuerpo y de las honduras de eso que llamamos el alma, que otorgándola, hace vitales y conmovedores sus historias y sus personajes.

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“A mí se me perdió la cartilla una vez que ocurrió un ataque, para mí el más sorpresivo de mi vida como guerrillero; yo estaba de guardia y solo pude quedarme con lo que tenía puesto: una muda de ropa. Por fortuna Elián tomó mi morral, que estaba casi vacío y conservaba mis cosas más personales, y después, una vez nos reagrupamos, me lo entregó. Eso fue antes de que estuviéramos a cargo de los secuestrados; ahora es más difícil que eso ocurra, nosotros tenemos, igual que el Secretariado, tres cordones de seguridad, y sería muy extraño que no nos alcanzaran a avisar. En esa oportunidad nos zumbaban las balas y hubo varios muertos en nuestras filas, como quince recuerdo y todavía me estremezco.

“Ahí hay frases buenas que le encienden a uno el fervor revolucionario, como eso de la igualdad y que no haya ricos para que tampoco existan pobres. Bonita frase, ¿no? Son cosas que se dicen, por eso me gané muchas veces la enemistad de Jerónimo. ¿Cómo así que él si puede gastar a sus anchas y a nosotros nos dejan migajas?, ¿por qué a él le llegan las cajas de whisky que después se las tenemos que cargar nosotros y para la tropa es apenas una pizca de aguardiente? Son cosas indignas. Por la tienda de él pasan las mujeres, obligadas, lo que a mí me consta. O si no vean a Alma Nubia, quien dejó incluso a Garrapacho, que curiosamente sigue siendo su amigo, para irse a vivir con Jerónimo, y entonces, ¿por qué a uno no lo dejan buscar la suya, así tenga que ir lejos y se corran los peligros que sean necesarios? Nadie les está pidiendo que la moza de ellos se acueste con uno. Peligros corremos a diario.

“Cuánto diera por volver a ver a Sulay, sabiendo que los hermanos me pueden llevar por el monte. Ellos se conocen bien otros caminos que nosotros ni siquiera imaginamos y que los indios no nos enseñan y los mantienen como un secreto de la comunidad –y los secretos de ellos jamás se divulgan–. Yo por eso me he hecho buen amigo de los indios, son mis cuñados, aunque se ríen cuando les hablo del tema. Se burlan con razón, yo no he visto a Sulay sino una vez; aunque yo sé que ellos tienen ganas de ir a visitar a la madre Uma. ‘Estamos listos’, me responden, ‘esas selvas son nuestras’. Y les tienen nombre a los ríos y las quebradas. ‘Llegamos a caño Loro’, me dijeron; ‘estas aguas son podridas y ahí nacen las larvas de los gusanos, a ellas vienen a defecar las loras’.

—¿Cómo así que a defecar?

—Pues sí, ellas también tienen sus misterios. A los árboles de las orillas del caño vienen las bandadas de loras, nosotros hemos visto miles. Y de ese caño nunca beben.

—¿Así es la cosa?

—Así como le digo. Y él médico y ni se da cuenta de lo que pasa. No indaga como lo hacemos los indios.

“De todos modos en esa cartilla me di cuenta de la existencia de un código moral que no cumplen ni siquiera los jefes. Esos reglamentos sirven cuando se le hace un juicio a algún guerrillero: ahí sí se aplican con severidad y he tenido la oportunidad de ver castigar a alguno por intentar huir, sonsacar a la mujer de uno de los jefes o violar a alguna de las muchachas o, mejor dicho, porque ellas les dijeron que las habían violado. Digo esto aunque francamente creo que a Astrid no la violaron sino que a Chorro de Humo, el guerrillero que la preñó y luego huyó con ella, lo pescaron antes de que se embarcara en Buenos Aires rumbo a San Vicente del Caguán. El hombre no se dio cuenta del seguimiento que le hacían, le tenían desconfianza. A él lo acusaron de violación y de traición y por eso lo fusilaron, y a ella le quitaron los rangos y privilegios y le practicaron un aborto contra su voluntad. Pero las cosas no son como parecen ser. Todos recordamos que ella lo asediaba y fue la que lo hizo fracasar. A nosotros, conocedores del tema, no nos dejaron declarar. Yo por eso me cuido, no vaya a ser que le resulte a uno una torcida y lo meta en una novela bien preparada. Acá se le paran muchas bolas a las declaraciones de las mujeres, y como hay tan poquitas la mayoría se mantiene con ganas de ganarse el favor de alguna.

“Sí, Chorro de Humo, el mismo negro que estuvo en el rancherío aquella vez que mi padre me entregó a la guerrilla. Allí mi taita hizo un acuerdo con ellos. Era muy joven y el rostro no se me olvidará jamás, fue él quien le puso el fusil a mi madre cuando ella quiso rescatarme. Por eso lo odié desde aquel día y como la vida nos pone siempre en circunstancias difíciles de prever, luego me arrepentí de odiarlo. Aunque pensando lo que ha pasado hoy tengo un sentimiento ambiguo, especialmente después de haberlo visto sufrir cuando ocurrió la muerte de su mujer y de su hijo.

“Es mucho más difícil que las mujeres entren al movimiento; primero, son hogareñas y los padres tienen sobre las niñas una mayor influencia, y también hay mucha deserción una vez entran a las filas. Yo aprendí que hay que vincularlas cuando están jovencitas. En la adolescencia son desobedientes con los padres y les gusta enfrentárseles, liberarse e irse a recorrer el mundo, a tener aventuras. Sin embargo, las mujeres son más delicadas que los hombres y se aburren con facilidad de las tareas que exigen mayor fortaleza física; por eso muchas se escapan cuando quedan en embarazo y más si logran tener un hijo”.

Jónatan cavila y siempre que piensa en alguna mujer, recuerda a Sulay. Jamás olvidará su cara.

“Las mujeres de estos pueblos abandonados se deslumbran con los jóvenes que les coquetean cuando pasan armados recorriendo los caseríos. Ellos siempre buscan la manera de acercarse y hacerles propuestas y ellas ni lo piensan. Casi siempre se van la misma noche que les hacen alguna promesa, cualquiera que ella sea, y creo que las diferentes propuestas no importan. Así como los jóvenes se deslumbran con las armas por el poder que ellas otorgan, del mismo modo las mujeres se enamoran de los hombres que las llevan. De eso nos alegramos y cuando una mujer llega al campamento hacemos fiesta y todos queremos conocerla, ¿quién no?, y los jefes siempre les tienen consideraciones especiales; claro, ellos ni cortos ni perezosos las disfrutan primero.

“Para lograr quedar en embarazo y tener posibilidades de que le permitieran tener a su bebé, Astrid esperó a que uno de los comandantes le hiciera propuestas. Eso ocurría cada rato con las más afortunadas. Se cuidó de no aparecer enamorada de nadie y dejó de tener sexo furtivo con los compañeros. Ellas se pueden negar a esos encuentros esporádicos y a las quisquillosas se les va cogiendo ojeriza y eso trae sus desventajas en medio de tantas situaciones adversas. Esa es una de las particularidades con las mujeres; una vez pasan por las manos de los jefes, especialmente con los guerrilleros que no tienen mujer, deben prestar un servicio obligatorio. Aquí lo llamamos ‘servicio sexual obligatorio’, como los médicos con el año rural.

“Nosotros hacemos la solicitud ante Calixto, él es el encargado de distribuir los condones y de vez en cuando nos avisan, casi siempre de manera intempestiva, que esa noche tendremos mujer. Si no hay condones disponibles lo inducen a uno a que se eyacule afuera y se lo dicen de una manera perentoria; como quien dice, lo hacen responsable de la posibilidad de un embarazo. Uno tiene entonces tiempo de organizarse bien, bañarse y tener ropa interior limpia. Y en la hamaca, cuando la gente se está durmiendo, aparece una de ellas, cualquiera de las disponibles. Casi siempre es un encuentro rápido, solo de sexo, aunque si uno le gusta a la vieja, ella se queda ahí la noche entera y hasta lo puede hacer dos o tres veces. En ocasiones, de esos encuentros, han nacido noviazgos clandestinos, que uno disfruta como un adolescente, le toca pensar travesuras, jugar a las escondidas y corretear con ella por entre los matorrales.

“Cuando el día señalado por el destino llegó, el comandante que esperaba a Astrid resultó de otro frente. Era nada menos que Chorro de Humo. Lo llamaban de ese modo por ser negro como el carbón y porque se perdía de vista sin dejar rastro. De noche uno sentía cuando llegaba al percibir el olor a humo, cosa que él justificaba al comentar que le gustaba soplar el fogón en la cocina. Los nuevos compañeros arribaron un amanecer para hacer un intercambio de prisioneros, lo que es común para evitar que se vayan creando ciertas amistades que se tornan peligrosas. Hay secuestrados con mucho liderazgo y a esos hay que aislarlos o se hacen amigos de un guerrillero y se traman fugas o se buscan privilegios. Casos se han visto de guerrilleras que se enamoran de soldados y se escapan con ellos, como Nadia, una niña que huyó con un soldado por los lados del río Jiguamiandó en el Urabá chocoano. En esta historia, Chorro de Humo, como buena pinta que era, entró tumbando.

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