Remedios Zafra - Ojos y capital

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Ojos y capital es un ensayo de textura piel y tft que oscila entre las 4 y las 15 pulgadas, habla sobre el presente y la cultura-red y amenaza con la materialidad de «lamer los ojos».Este libro, que transita por la conformación identitaria a través de la visualidad y la economía, se pregunta por cómo los ojos operan hoy como nueva moneda. Para ello, pretende identificar desarrollos contradictorios de la transformación capitalista de un mundo conectado, excedentario en lo visual y trucado en la preeminencia de lo económico frente a clásicas y nuevas formas de política y ética.Quiere hacerlo atravesando conceptos como sombra, mirada, desaparición, (auto)representación, derroche, reciprocidad, lazo moral, capitalismo o feminización, interpelado por las vigentes formas de creación de valor y nueva colectividad en las redes.

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Y late la idea, es solo una sensación, de que para el equilibro de este sistema han de darse unos mínimos. En primer lugar, que la precariedad pacífica sea vivible para convertirse en algo normalizado y en aspiración resignada de la mayoría (relativamente igualados en dicha precariedad). El mundo entonces nos envolverá, nos envuelve, en la posibilidad percibida como necesidad de estar conectados y alimentar el excedente de cosas prescindibles que nos entretienen y obligan. Incitándonos a formar parte de un juego que siempre quiere más y donde nosotros somos los protagonistas (inocentemente solo para nosotros). Puede que detectar cómo para muchos, esos límites de “mínimos” se convierten en “todo está perdido” y conocer diariamente flagrantes formas de desigualdad (también visibilizadas), nos anime a apropiarnos de la tecnología como fuerza social para crear mundos mejorados. Puede que esta fuerza sea junto con la recuperación de la “atención pausada” ante las cosas que nos importan, mecanismos verdaderamente disruptivos para crear otras formas de “valor” y de alianza entre las personas. Y si bien cabe la posibilidad de que esa “atención” que a menudo añoramos sea ya cosa de un pasado sin pantallas, sí podría inspirar nuevas formas de concentración, de ser necesario con sus “nuevas palabras”, que ayuden a crear condiciones de conciencia para un sujeto abrumado por el ver.

1. OJOS Y CULTURA-RED (EXCEDENTARIA)

2 Lo parece Parece que habitamos una época grande en la potencia de sus nuevas - фото 11

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Lo parece. Parece que habitamos una época grande en la potencia de sus nuevas formas de compartir y construir, y no menos poderosa en la amenaza de fragilidad y en las formas de desigualdad y crisis que la acompañan. Habitamos, entonces, un comienzo, donde hay zonas de contraste que atraen y asustan porque son desconocidas o porque están gestándose y, justamente por ello, nos implican como agentes activos; zonas que no quieren convertirse en copias de los grandes caminos ya transitados.

Este escenario, al que llamaré cultura-red, viene definido por la convivencia y construcción de mundo y subjetividad a través de las pantallas en un contexto excedentario en lo visual (imagen, información, datos…). Contexto caracterizado en un marco donde conviven formas de capitalismo cognitivo o informacional con otras formas de economía social que surgen desde la ciudadanía. Allí donde podemos gestionar trabajos, conocimiento y vida ayudados (o condicionados) por las lógicas algorítmicas y de bases de datos que alimentamos y que nos alimentan online, organizando visibilidad y existencia. Pero esta cultura-red no solo proporciona mecanismos para lo que hoy consideramos imprescindible en una sociedad global y conectada, sino que gestiona lo excedentario, lo acumulado que se manifiesta en lo social y en lo individual, el sobrante de cosas digitales que crecen exponencialmente y que diariamente producimos, consumimos y desechamos de los otros, permitiéndonos nuevos hábitats de relación de los que se deducen condicionantes biopolíticos para ser y para poder ser, nuevas manifestaciones de la realidad social y del poder en la red.

Un asunto prioritario aquí sería el que relaciona ser visto en la pantalla con existir y formar parte de las nuevas lógicas de “valor” en el mundo. Con independencia incluso de una existencia material, lo expuesto y enmarcado en la pantalla, sea representado, presentado o creado, es lo que parece determinar hoy la nueva ontología de la cultura-red, la nueva articulación de lo real.

Claro que interesará de manera más intensa aquello que existiendo en la red alude a la materialidad de un sujeto, aquello que recorre la complejidad del habitar hoy de las personas un mundo irreversiblemente conectado. Porque lo que se deduce de esta configuración de colectividades de individuos frente a sus diversos dispositivos móviles, habla de un territorio peculiar para entender las formas de economía y política que vienen. En ellas se alza una práctica cotidiana, habituarnos a la autogestión del excedente de cosas que compartimos y que nos comprometen a través de lo que vemos.

Entender la obligatoriedad de dicha práctica, o por qué muchos la perciben como tal, implica facilitar la toma de conciencia del ver y sus repercusiones en las redes. Me refiero a la conciencia no solo como “saber y conocimiento” de afuera, sino también como gozo, descubrimiento, epifanía del uno mismo, mirada interior, liberación de la dependencia frente a lo que vemos.

Si el capitalismo se ha basado de manera indispensable en el doble dispositivo “disciplina y gestión” 6como órdenes de funcionamiento y control, cabría identificar de qué manera, en qué contextos, este doble código sigue operando en la cultura-red. De la misma forma, habríamos de conocer dónde y cómo está siendo difuminado. Es decir, dónde la red adquiere un potencial más transformador frente a la disciplina y la gestión capitalistas. Considero que esas ubicaciones tienen que ver con las zonas en las que viejas parejas que marcaban relaciones dicotómicas como público-privado, afición-trabajo o producción-consumo, están siendo transgredidas hacia un nuevo modelo, dando forma a un escenario que difiere muy claramente del ayer.

UN SOL CEGADOR (PODER Y OCULARCENTRISMO)

Era tanta la luz y tan excesivo el paisaje que tuvimos que guiarnos por el olor y el tacto de las cosas 8.

Cada día me levanto al amanecer y enseguida, si hay suerte, mis ojos se estimulan con el sol anaranjado que parcialmente se eleva detrás de una torre, creando reflejos en la multitud de edificios acristalados que conforman la zona financiera de la ciudad. Después el sol continúa elevándose, se apagan los reflejos cálidos y deja de ser visto desde mi ventana. Rápidamente mis ojos derivan en la pantalla y allí se quedan, como hipnotizados, gran parte del día. Como esos monjes que evitan la tentación del afuera, advierto que bajar la persiana me tranquiliza y concentra. La habitación solo tolera estar iluminada unos instantes y enseguida se oscurece.

Si ustedes me vieran en este lugar mientras escribo seguramente pasarían rápido por la escena y reclamarían a sus dedos una pantalla táctil, o un ratón, tal vez un mando, como posibles apéndices útiles y mejorados de sus manos, algo que les permitiera manejar la imagen y “pasar a otra”. La escritura cuando se genera complace solamente a quien escribe, pero la imagen para el que mira no es especialmente atractiva. Difícilmente esta escena sería estímulo para un reality de televisión, como esos que cuentan los días de algunos famosos desde el desayuno a la cama, sus compras, charlas y cosas cotidianas, variadas en anécdotas y humor. Les aseguro que con mi imagen de ahora se aburrirían hasta bostezar. Pero no me achacaría yo toda la responsabilidad, pues ni siquiera las personas más expresivas lograrían atraer la atención de quien mira, limitándose a escribir, traduciendo sus conversaciones en carcajadas o histrionismos del cuerpo, más vistosos que lo que da de sí el goteo de letras Times sobre la página. Las pocas variantes de la escena hablarían en este caso de ver cómo se lee y se escribe mientras se mueven las facciones de la cara según interese y avance en la escritura. Un sorbo de alguna bebida fría que saboreo y moja mis comisuras; el olor a la calefacción de aceite y al café del vecino; la mano que rasca o masajea zonas dormidas sobre la tela fina y agujereada de algún pijama y que recuerda que hay cuerpo; y la mirada perdida entre alguna tecla desgastada o más sucia que las demás durante dos o tres segundos.

Como alteridad en esta imagen monótona, al cabo de un rato subo mis gafas que resbalan. Y al elevar la cara mis ojos derivan en la minicámara inserta en la pantalla de mi ordenador que parece apagada. En el mero hecho de encontrarla late siempre la duda de si, pareciéndolo, alguien podría haberla hackeado para mirar. Pero enseguida reitero lo que les adelantaba, que nadie tendría interés en ver que una mujer escribe y pone caras ante su editor de texto. Decididamente no es una escena que despierte curiosidad suficiente como para querer verla más de unos segundos. Y les comparto esto porque dudo si podría contar lo que sigue en este libro sin acudir a mi propia experiencia material y localizada frente a las imágenes y como imagen posible.

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