un
pirata
contra
el
capital
steven johnson
Traducción de Miguel Marqués
Título:
Un pirata contra el capital
© Steven Johnson, 2020
Edición original:
Enemy of all mankind: a true story of piracy, power,
and history’s first global manhunt, Riverhead Books, 2020
All rights reserved including the right of reproduction in whole
or in part in any form. This edition published by arrangement
with Riverhead Books, an imprint of Penguin Publishing Group,
a division of Penguin Random Housse LLC
De esta edición:
© Turner Publicaciones SL, 2020
Diego de León, 30
28006 Madrid
www.turnerlibros.com
Primera edición: julio de 2020
De la traducción:
© Miguel Marqués, 2020
Ilustración de cubierta:
Velero en una tormenta, en Julio Verne, Histoire générale des grands
voyages et des grands voyageurs, 1880. © iStock
Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial
ISBN: 978-84-17866-23-5
eISBN: 978-84-17866-49-5
DL: M-15355-2020
Impreso en España
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:
turner@turnerlibros.com
Para Alexa
Con toda finura y profundidad le respondió al célebre Alejandro Magno un pirata caído prisionero. El rey en persona le preguntó: ‘¿Qué te parece tener el mar sometido al pillaje?’. ‘Lo mismo que a ti –respondió– el tener el mundo entero. Solo que a mí, como trabajo con una ruin galera, me llaman bandido, y a ti, por hacerlo con toda una flota, te llaman emperador’.
agustín de hipona, la ciudad de dios
Toleremos a los piratas y el comercio del mundo habrá de cesar.
henry newton
Índice
introducción
Primera parte. La expedición
i Los orígenes
ii Los caminos del terror
iii El auge de los mogoles
iv ‘Hostis humani generis’
v Dos tipos de tesoro
vi La Spanish Expedition
vii El Conquistador del Universo
viii Compás de espera
Segunda parte. El motín
ix El contramaestre borracho
x El Fancy
xi La canción del pirata
xii ¿Compra o vende el señor Josiah?
xiii La Corriente Circumpolar Antártica
xiv El Ganj-i-Sawai
xv Vuelve el Amity
xvi No teme a quien lo pueda perseguir
xvii La princesa
Tercera parte. El robo
xviii El Fath Mahmamadi
xix El tesoro excesivo
xx La otra versión de los hechos
xxi Venganza
xxii La compañía en guerra
Cuarta parte. La persecución
xxiii La escapada
xxiv Rebelión manifiesta
xxv Un suponer no prueba nada
xxvi El ‘faujdar’ de agua salada
xxvii Vuelta a casa
quinta parte. El juicio
xxviii Una nación de piratas
xxix El juicio fantasma
xxx ¿Qué es consentimiento?
xxxi El Muelle de las Ejecuciones
Epílogo. Libertalia
Agradecimientos
Bibliografía
introducción
océano índico, al oeste de surat
11 de septiembre de 1695
Un día despejado, el vigía encaramado en el palo mayor de cuarenta pies de alto del barco tesorero mogol divisa hasta diez millas náuticas, topándose con el límite visual que le impone la línea del horizonte. Es el final del verano. Sobre las aguas tropicales del océano Índico flota una humedad que tiende una cortina neblinosa en la lente del catalejo. Cuando el navío inglés se distingue por fin en la distancia, se encuentra a solo cinco millas.
No tiene nada de particular toparse con un barco inglés en estas aguas. Hay apenas unas jornadas de travesía hasta Surat, una de las ciudades portuarias más prósperas de la India, la primera sede de la Compañía de las Indias Orientales. A primera vista, el vigía no cree necesario siquiera dar la voz de alerta. Sin embargo, conforme pasan los segundos y el contorno borroso de la nave se concreta en el catalejo, algo llama su atención: no la bandera, sino su velocidad. Se da cuenta ahora de que el barco navega viento en popa y a todo trapo. Avanza rápidamente, al menos a quince nudos, quizá más; a más del doble de la velocidad máxima que puede alcanzar el barco tesorero. El vigía nunca ha visto un barco surcar el mar abierto con esa celeridad.
Para cuando el vigía avisa al resto de la tripulación, el barco inglés ya se divisa a simple vista.
Desde la posición aventajada que le da el alcázar, el capitán del barco indio aún no tiene motivos para temer a ese navío que se aproxima, por muy rápido que lo haga. Su barco está armado con ochenta cañones, cuatrocientos mosquetes y casi mil hombres. Por lo que el capitán es capaz de distinguir, el barco inglés no puede portar más de cincuenta cañones y una tripulación mucho menor que la de su propio barco. Aun estando gobernado por piratas al ataque, el capitán lleva meses navegando sin incidentes; ha atravesado el infame nido de piratas que es la embocadura del mar Rojo sin que le planten cara y ya tiene su puerto, el de Surat, casi a la vista. ¿Qué pirata se atrevería a atacarle en estas aguas, con tan poca potencia de fuego?
Sin embargo, el capitán no conoce la larga historia que ha reunido a ambos navíos en ese mar. No sabe que los hombres a bordo del barco inglés han recorrido miles de millas náuticas para poder acercarse a ese otro barco que regresa a puerto cargado de riquezas inimaginables, que llevan esperando esta oportunidad más de un año. No sabe de lo que son capaces esos hombres ni los crímenes que ya han cometido. Y no conoce el futuro inmediato, los dos improbables acontecimientos que están a punto de producirse, con una diferencia de segundos, anulando de manera vital su ventaja.
La secuencia comienza con un error mínimo. Un artillero bisoño ceba el cañón con demasiada pólvora, una o dos onzas de más. O, quizá, días o semanas antes, uno de los pajes de artillería dejó de limpiar correctamente una recámara y pasó inadvertido un residuo de pólvora. O quizá la cadena de acontecimientos se iniciara mucho antes, en el alto horno de algún rincón de la India en el que se fundió el arma, quizá con un minúsculo defecto en el hierro fundido que refuerza la recámara, un defecto en el que nadie repararía durante años, debilitándose poco a poco, con cada disparo, hasta que un día –por fin, un día– el cañón falla.
Un cañón es un artilugio tecnológicamente sencillo. Aprovecha la energía de una explosión, que es multidireccional, y la encauza en un sentido concreto, definido por la caña, el largo cilindro que recorre la bala y del que sale despedida para volar en dirección a su objetivo. Las leyes físicas que rigen su funcionamiento son tan obvias que el ser humano inventó la artillería casi inmediatamente después de dar con el cóctel químico integrado por azufre, carbón y nitrato de potasio –lo que hoy llamamos pólvora– hace unos mil años. Pasarían siglos antes de que a las explosiones se les dieran otros usos (motores de combustión interna, granadas de mano, bombas de hidrógeno). El cañón, no obstante, era al parecer consecuencia natural del descubrimiento de la fuerza propulsiva de la pólvora. En cuanto supimos cómo hacer explotar cosas, se nos ocurrió cómo aprovechar esa energía para lanzar por los aires un proyectil pesado a gran velocidad.1
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