Uno puede imaginar el relato que sigue como si fuera una especie de reloj de arena. En el estrechamiento –su punto central– se hallarían esos pocos segundos vividos en pleno océano Índico en 1695; el cañón que revienta y el palo mayor destruido. Antes de ese estrechamiento se acumularían capas y más capas de acontecimientos históricos que habrían hecho posibles aquellos extraordinarios instantes. Tras él, la cadena de sucesos –incontenible y verdaderamente global– que puso en marcha lo ocurrido en ese breve lapso.
Para hacer justicia a esa historia –especialmente a la parte prehistórica del reloj de arena– las cadenas de causas y efectos deben tenderse a diferentes escalas. Algunos acontecimientos tienen causas a corto plazo, como aquel cañón que explotó o el golpe directo contra el mástil. Otras causas se van desplegando mucho más lentamente: sería aquella que en última instancia llevó a cargar tal cantidad de riquezas en aquel barco mogol o los motivos que en última instancia incentivaron a un pequeño grupo de seres humanos a convertirse deliberadamente en piratas. Si vas a contar esas historias, tienes que romper los límites de las historias de época y la biografía tradicional. Hay que dar saltos en el tiempo de un lado a otro para poder analizar los datos correctamente. Las cronologías lineales funcionan muy bien a la hora de contar historias, pero no siempre retratan las causas profundas que las impulsan. Algunas causas están próximas al efecto en el tiempo; otras son los ecos de una onda sísmica distante, que aún reverberan cien e incluso mil años después.
Para simplificar, esta es la historia de un pirata y su sensacional delito. Si bien la piratería es una profesión muy antigua, los piratas más famosos de la historia no entrarían en escena hasta más o menos dos décadas después de los acontecimientos relatados en este libro. En cualquier caso, la “edad de oro” de la piratería –Barbanegra, Samuel Bellamy, Calicó Jack– se inspiró en gran medida en los infames hechos descritos aquí y en las leyendas que se tejieron en torno a ellos. Aunque el pirata que nos ocupa en este libro no es tan famoso hoy como las icónicas figuras citadas, sí que tuvo un impacto más significativo en el curso de la historia que Barbanegra y sus pares. Este libro tratará de medir ese impacto y cartografiar sus límites. Nos cuenta la historia de una serie de vidas individuales atrapadas en la crisis desatada tras los acontecimientos de septiembre de 1695, pero también de historias de otra índole, un eslabón más arriba en la cadena: las formas de organización social, las instituciones, las nuevas plataformas de medios. Una de esas instituciones era tan antigua como la propia piratería: la teocracia autocrática de la dinastía mogol. Las demás estaban viendo la luz: la corporación multinacional, la prensa popular, el imperio administrativo que dominaría la India a partir de mediados del siglo siguiente. En parte, este libro trata sobre un hombre con muchos defectos que se echó a la piratería durante un periodo breve pero muy agitado de su vida; una vida que se hace más intrigante y misteriosa cuanto más escarbamos en ella. No obstante, también describe un tipo de arco vital, la historia de cómo algunas de las instituciones más poderosas de la historia moderna nacieron a partir de una idea en ciernes, prometedora pero no ineludible, para terminar conquistando el mundo.
Este libro no quiere ser un análisis exhaustivo del auge de esas instituciones, sino que se interesa mayormente por un desafío clave que amenazó con empañar el triunfo último de estas. Solemos pensar que las grandes organizaciones como corporaciones e imperios nacieron a través de una deliberada planificación humana. Cada estructura imponente se habría construido, ladrillo a ladrillo, a partir de un concepto arquitectónico o de diseño. No obstante, la forma que adquiere una institución en última instancia no nace de la mente de un maestro ingeniero, sino que se labra mediante los desafíos que se presentan ante sus límites exteriores, del mismo modo que la línea costera es en parte esculpida por el embate incesante de muchas olas pequeñas. Los valores centrales de las instituciones de más largo aliento suelen quedar fijados primeramente por los fundadores y los visionarios que la historia convencional lleva al primer plano, por razones entendibles. Sin embargo, la estructura final de esas organizaciones –los límites de su poder, los canales a través de los cuales lo materializan– quedan muy a menudo definidos por los casos marginales y por las colisiones contra sus fronteras, tanto geográficas como conceptuales.
En ocasiones, en esas colisiones participan organizaciones igualmente poderosas, como se dio en los enfrentamientos entre el Imperio mogol y la Corona británica que dan vida a muchos de los acontecimientos narrados en este libro. A veces, sin embargo, la colisión viene dada por una fuerza mucho más pequeña: un barco que surca el océano Índico con menos de doscientos hombres a bordo, liderado por un hombre que lleva casi dos años soñando con ese encuentro en alta mar.
La tripulación había bautizado aquel barco con el nombre de Fancy catorce meses antes del duelo, en septiembre de 1895. Su capitán, por otro lado, era conocido por muchos nombres distintos.
1Parker, 2014, p. 63.
2Steele, 1994, p. 360.
Primera parte
La expedición
i
Los orígenes
newton ferrers, condado de devonshire
20 de agosto de 1659
En algún momento del año 1670 un joven proveniente del condado de Devonshire, en el conocido Sudoeste inglés, se alistó a la Marina Real británica. Dado que ese joven terminaría pasando el resto de su vida adulta en el agua, es posible que se presentara voluntariamente al servicio. El voluntariado prestaba varias ventajas económicas: la marina ofrecía dos meses de salario por adelantado, aunque se esperaba que el nuevo recluta dedicase parte de esos fondos a comprar su equipamiento (incluida la hamaca en la que dormiría a bordo). Los voluntarios novatos, además, recibían respaldo frente a sus acreedores si tenían deudas de hasta veinte libras. No obstante, casi la mitad de los marineros de la Marina Real habían sido reclutados forzosamente merced a una de las instituciones más infames de la época: la leva.
Ser un varón joven en la Inglaterra del siglo xvii –especialmente un varón joven sin muchos recursos económicos– equivalía a vivir con un miedo constante a la leva, que era puesta en práctica por pandillas ambulantes de agentes oficiosos de la marina conocidos habitualmente en inglés como press-gangs. La leva era una especie de híbrido entre el reclutamiento o llamada a filas y un secuestro patrocinado por el Estado. Un chico de diecisiete años podía estar esperando a alguien en la esquina de su calle, sin meterse con nadie y, de repente, aparecía una press-gang, lo agarraban entre varios y le hacían una oferta al estilo El padrino que nadie se sentía capaz de rechazar: podía unirse a la marina voluntariamente o sería obligado de lo contrario a cumplir otro tipo de servicios en condiciones mucho peores. Le daban a elegir, pero al final terminaría a bordo de un barco de la Marina Real británica.
Los marinos recién levados se topaban con una lúgubre realidad en los barcos en los que eran retenidos hasta que se les asignara un navío u otro. Un texto del siglo xviii titulado The Sailors Advocate [El adalid de los marinos] describe la escena: “Rara vez se encontraban a bordo del barco de guardia menos de seiscientos, setecientos y ochocientos hombres a la vez; no disfrutaban de comodidades de ningún tipo, se veían obligados a dormir en las cubiertas, confinados, y a comer lo que encontrasen, pues carecían de provisiones apropiadas; esto ocasionaba trastornos de salud y, en ocasiones, seis, ocho o diez reclutas morían en un solo día; otros se ahogaban tratando de escapar lanzándose al agua y sus cuerpos aparecían flotando río abajo”.3
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