1 ...6 7 8 10 11 12 ...29 Fue su Majestad servida para gloria suya y honra de nuestra sagrada orden, darnos a nuestra buena hermana y beata Soror Rosa de Santa María. Bien merecido este nombre por la hermosura de su alma y por el suavísimo olor con que entre tantas espinas y asperezas recreaba al cielo y alentaba a los que en la tierra sabían sus virtudes y aunque por su grande humildad, no conocida de todos, tengo por cierto los más de Vsa. Rs., por la comunicación que siempre tuvo con este convento, la conocerán.
Nació en esta dichosa ciudad de Lima. Fueron sus padres Isabel de Oliva y Gaspar Flores. De cinco años esta tierna doncella tuvo uso de razón y amó tanto a su regalado esposo Cristo que el primer acto que con ella hizo fue consagrarle con voto su virginidad y limpieza, la cual guardó hasta la muerte y así su vida fue un prodigio de la gracia y un real portento de santidad. Su penitencia tan rigurosa, que más parece admirable que imitable; doce horas de 24 que tiene el día natural se ocupaba en oración y porque la apretaba el sueño, que este fue el mayor enemigo que tuvo. Para no dormir se fijó un clavo en la pared de su oratorio y atando los cabellos suyos con una cuerda asiéndolos fuertemente del clavo se dejaba colgar de ellos y en esta forma hacía su oración, en las cuales siendo vencida del sueño, la misma Virgen madre de Dios, llegando a ella, le decía: hija Rosa despierta no duermas, vela, haz oración a tu esposo. Su cama era una barbacoa de unos maderos muy juntos, entre los cuales tenía puestas unas tejas de botijas quebradas con unas puntas hechas de las mismas tejas que salían de entre los maderos de la parte alta, porque acostándose sobre la cama la atormentasen y no dejasen dormir. Tan áspera y rigurosa era la cama que solía decir la tierna doncella a sus confesores que le daban sudores de muerte cuando consideraba solo se había de recostar en tal cama; pero no por eso lo dejaba de hacer, antes con mayor ánimo se arrojaba en ella.
Traía una corona de espinas. Las puntas hechas de plata de tres órdenes. Cada orden tenía 33 puntas, que por todas vienen a ser 99. Imitó a nuestra madre Santa Catalina de Sena y así lo dijo a su confesor. No comió carne sino en la ocasión de enfermedad solo y cuando fuese grave y esto por mandado del médico y padre de confesión, a quien siempre estuvo muy sujeta por su grande humildad. Su ordinario sustento eran yerbas y tenía cuidado para que fuesen las que apetecía enviar por unas que hay en la sierra, amarguísimas y entre ellas la traían la flor de la granadilla. Ayunaba las cuaresmas enteras y advientos, a pan y agua; y el demás tiempo, los lunes, miércoles y viernes y sábados de las semanas, aunque estos últimos años los ayunó todos, sin comer otra cosa más que pan y agua solo. Los domingos, cuando mucho, demasiándose en comer era un huevo o un pedacito de pescado y esto a la noche, porque era día de comunión, que en tales días acostumbraba esta tierna niña no comer hasta la noche, aunque muchos de ellos, lo uno ni lo otro comía.
Hacía sus oraciones, disciplinas; vistió siempre lana y a raíz de sus tiernas carnes vistió un riguroso y áspero cilicio con tales rigores y asperezas no fue posible sino que perdiese el color hermoso de su rostro, que dicen era grande causa de que sus padres la afligiesen. Y porque veía la quitaban el regalo de sus abstinencias pidió a Dios en sus oraciones la diese un rostro y color en él, tal, que no se pudiesen conocer las penitencias, los ayunos que pensaba hacer con su divino favor. Pidiole más que de ninguna suerte (si merecía algo con su divina majestad) conociese el mundo la hacía tal favor. Oyola Dios y así a los 13 años de su edad le dio una enfermedad de postemas que le duró tres. Levantose de la cama al fin de ellos. Quedole un color blanquizco con el cual siempre vivió y un rostro tan lleno y tan hermoso que parecía un ángel; figura y color que jamás perdió aunque se le pasaban las semanas y los días sin comer como dicho es más que pan y agua. Maravilla grande después de haber estado esta dichosa virgen dos días naturales en este santo convento de rodillas orando en la presencia del Santísimo Sacramento, que fueron jueves y viernes santo. Saliendo con su madre para su casa por la puerta de la iglesia unos hombres que en ella estaban pusieron los ojos en nuestra Soror Rosa de Santa María y pareciéndoles que su rostro iba hermosísimo dijeron a la madre: muy gordita tiene Vm. a la beata, muy linda va, débenla de haber regalado mucho los padres.
También le concedió el Señor no fuesen conocidos ni aun de sus propios padres estos portentos y maravillas y para disimularse y tener sus votos de oración y disciplina en un lugar apartado del bullicio de su casa plantó unos claveles diciendo que del fruto de ellos pensaba remediar alguna de las necesidades de sus padres, que fueron muchas. Y así fue que a su tiempo vendiera las clavelinas; y con la ordinaria labor de sus manos los remedió muchas veces; y como los padres veían ser ocupación de la doncella, dejábanla. Y tomando ocasión nuestra hermosa Rosa del aderezo de su jardín, gozaba a todas las horas, o las más que podía, a sus solas, recreándose con Dios. Desde los once años de su edad hasta los 30, que fueron los últimos de su vida, gozó de la presencia de Cristo y de su Santísima Madre y de Santa Catalina de Sena a la cual tuvo por maestra. A todos tres veía, oía, hablaba innumerables veces en forma visible. Y desde el tabernáculo que este convento tiene de Nuestra Señora del Rosario háblanle la Virgen y su hijo a esta dichosa Rosa. Conocía en el rostro de la imagen de Nuestra Señora del Rosario los trabajos del reino y las necesidades de él.
Alcanzó que el mismo hijo de Dios se desposó con ella diciéndola Rosa sed mi esposa. Y la Virgen Santa María, en tal desposorio, fue la madrina; porque en aquesta ocasión tenía al niño Jesús en sus manos, mirando a Soror Rosa, la dijo: gran favor es el que te ha hecho mi hijo Rosa. Padres, querer decir los portentos, los prodigios, maravillas y gracias que Dios comunicó a Soror Rosa de Santa María agradecido del amor con que esta sierva suya la servía y amaba, es nunca acabar.
Buena ocasión es esta y bastante motivo para que amemos a Dios, para que de todo corazón le sirvamos. Ver una sierva desde sus tiernos años abrasarse con tan rigurosas penitencias. Niña entre nosotros, nacida en nuestra propia tierra y patria de nuestra misma masa con quien conversamos y tratamos. Paladeada con la leche de nuestra doctrina. Sustentada con el buen ejemplo de los religiosos de esta casa, tan adelante en la virtud y tan honrada de Dios. Así como cosa suya se la llevó para sí en 24 días del mes de agosto año de 1617, día de San Bartolomé a las doce y media de la noche. Dijo antes que muriese el día de su muerte sin errar un punto en ella.
No es poca ponderación de su virtud y de que la estimaba Dios Nuestro Señor, el concurso de la gente que a la mañana y tarde concurrió a la casa donde estaba el cuerpo difunto, teniéndose por dichosos los que alcanzaban poderla besar las manos y tocar en ellas sus rosarios. Moción no sólo en el cuerpo, pero ha sido también en las almas y corazones de muchos que con voces y lágrimas, manifestando sus culpas a Dios, han determinado mudar su vida y mejorar las costumbres. Y aunque esto más en particular ha sido en algunos seglares de que me consta, la voz del pueblo la misma ha sido y todos vienen a llorar sus pecados sintiéndose mucho de no haberla conocido. Fue tanto el golpe de gente y la fuerza de devoción con que la reverenciaban que fue bien menester la diligencia que se hizo de cerrar las puertas de su casa y que sacasen el cuerpo muchos religiosos de la orden para que no quedase desnuda. Antes de sacarla de su casa fue el cabildo eclesiástico a su entierro de gracia; y movidos de su particular hermosura sacaron el cuerpo santo en sus hombros hasta la primera posa; los cuales no pudieron sino fue haciendo que los sacerdotes que la llevasen, parados, sustentasen el cuerpo sobre sus hombros, acudiendo a esto religiosos de otras órdenes sin haberlos convidado, con una devota competencia y loable porfía sobre quien había de gozar de tan felice suerte, cual había de poner sobre sus hombros a la que traían en sus almas la gente que acompañó su cuerpo.
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