Esta fase de centralización de la santidad por el papado es la que se corresponde con el período y los casos que nosotros estudiamos. Pero el concepto de santidad que está presente en el mundo hispano es resultado no sólo de las políticas de la Santa Sede, sino también de los criterios e ideas que los fieles se habían formado, producto de influencias varias, acerca de lo que entendían por un santo. En América, en el siglo XVII, y también en Europa desde la Edad Media, el santo era antes que nada un intercesor ante Dios, un hacedor de milagros, es decir, se lo valoraba como alguien que gozaba de dones sobrenaturales. La Santa Sede tratará de aminorar la importancia de lo milagroso, enfatizando el ejercicio heroico de las virtudes; quiere que se aprecie el esfuerzo individual por acercarse al modelo de vida que era Cristo. Con todo, esa política, que se impulsó desde la Baja Edad Media, favorecerá un tipo de prácticas ascéticas y mortificadoras, que tampoco implicó una mengua en la valoración de lo sobrenatural.
Mientras en el siglo XVII la Santa Sede hacía lo posible para que el santo fuese alguien más “humano” y factible de ser imitado por los fieles, en Perú, los modelos que inspiraban a los fieles continuaron siendo los tradicionales, es decir, los santos milagreros y auto mortificadores en grado extremo. Contribuyó a esta realidad de la santidad virreinal, el éxito que aquí tuvo la espiritualidad de tipo místico que llevaba asociada la generación de milagros, como las visiones, revelaciones y locuciones. Eran numerosos los fieles que, animados en la búsqueda de la perfección y en el encuentro con Dios, practicaban la oración contemplativa y decían llegar a la fase unitiva, el nivel más alto que se podía lograr. Varios hombres y mujeres del Perú de la época alcanzaron, efectivamente, ese grado y al mismo tiempo gozaron de otros dones o carismas y cumplieron heroicamente con las virtudes cristianas, lo que hizo que fuesen postulados a la santidad y sus causas no sólo se acogieron, sino que evolucionaron de manera positiva. Pero también, en la medida que el disfrutar de fama de santidad daba réditos tanto sociales como económicos, hubo personas (mujeres, preferentemente) que aparentaron llevar una vida virtuosa y gozar de dones sobrenaturales. Por otra parte, como era muy frecuente que religiosas o laicas dijeran a sus directores espirituales que cuando rezaban tenían visiones, éstos se preocuparon de tratar de discernir si esas manifestaciones eran producto de la intervención divina o engaño del demonio; en ciertos casos ocurrió que la situación derivó en una posesión demoníaca.
Los trabajos que se recogen en este libro son producto de investigaciones que venimos desarrollando desde hace unos 10 años. Algunos son el resultado de proyectos financiados por Fondecyt, sin cuyo apoyo difícilmente se habrían podido ejecutar. Varios de ellos han sido publicados en diversas revistas, a las que agradecemos la autorización para reproducirlos, con actualizaciones fundamentalmente bibliográficas. Otros (tres, para ser precisos) son inéditos y corresponden a las últimas investigaciones que hemos realizado sobre la materia.
La primera parte del libro está dedicada al tema de la santidad propiamente tal y se incluyen estudios que se refieren a personas que vivieron y murieron con fama de santos y que fueron postulados a un reconocimiento oficial, con éxito disímil. Se trata de casos que revelan la variedad de factores que existían en esa época para oficializar una santidad y que también muestran la evolución de las políticas de la Santa Sede respecto a la materia. Además, a través de los cuatro capítulos, se puede apreciar la imagen que de la santidad tenían los contemporáneos de los candidatos y de estos como encarnaciones de ese ideal y de lo que podían esperar por medio de su intercesión.
La segunda parte contiene dos trabajos sobre santidad aparentemente fingida. Uno es el del grupo de mujeres contemporáneas a Rosa de Santa María, procesadas por la Inquisición. En el otro capítulo, inédito, se analizan los casos de dos personajes muy influyentes en esos mismos años en materia de espiritualidad, el doctor Castillo y la monja Jerónima de San Francisco. Ambos sujetos dicen gozar de dones sobrenaturales vinculados a la oración contemplativa. Intentamos comprender lo que hay tras esas manifestaciones, ver si corresponden a una auténtica expresión mística o a un embuste, al tiempo que buscamos las fuentes de tales experiencias. Estos casos y los relacionados con la santidad propiamente tal forman parte de esa ebullición que en materia de espiritualidad se vivía en la ciudad de Lima, en la primera mitad del siglo XVII. Como en todos los procesos, los factores que explican una situación de ese tipo son variados, desde el estímulo proveniente de las instituciones tanto civiles como eclesiásticas, comenzando por sus autoridades y siguiendo por la acción del clero en general y las órdenes religiosas en particular. A eso se puede agregar una sociedad muy receptiva, por razones aún sin precisar, y que se identificaba con las expresiones religiosas emotivas. Ahora, en ese contexto, nosotros enfatizamos un aspecto que puede haber contribuido de manera especial a la generación y desarrollo de ese ambiente de religiosidad que impregnó a las diversas capas de la sociedad limeña. En gran medida el auge de espiritualidad que se vivió está asociado a la mística, que predisponía a los fieles a la unión con Dios y a gozar de dones sobrenaturales. Y fueron sobre todo los miembros de la Compañía de Jesús, la orden de mayor influencia, los que estimularon ese tipo de oración, convencidos de que en ella podía ejercitarse cualquier persona, contradiciendo en parte la posición oficial que sus máximas autoridades romanas sostenían sobre la materia.
La tercera y última parte está dedicada a las posesiones demoníacas, sobre las que analizamos dos casos. Uno referente a una joven limeña que en el último tercio del siglo XVI se vio inmersa en unas incidencias que alcanzaron gran connotación y que tuvieron repercusiones que trascendieron el ámbito religioso para caer en el político. El otro se trata de un suceso muy notable y excepcional en el mundo colonial hispanoamericano: la posesión colectiva que afectó en el último tercio del siglo XVII a un considerable número de monjas del convento de Santa Clara de Trujillo. Casos como ese sólo se encuentran en algunos conventos europeos y causaron en su época gran conmoción. En los dos capítulos hay algo en común y que consideramos como el factor detonante de los sucesos: la actuación de los religiosos, padres espirituales de las protagonistas. En el episodio de las monjas de Trujillo la ocurrencia y similitud del caso con los europeos, está además asociado a la influencia que desempeñó la lectura, no bien asimilada, de diversas obras que llegaron a manos de los protagonistas y les ayudaron a configurar el imaginario respectivo.
Como en todas las obras de este tipo uno es deudor de numerosas instituciones y personas que con su colaboración, apoyo y estímulo ayudan a dar forma a los proyectos. Comenzando por las instituciones, aparte del ya mencionado Fondecyt, debo expresar mis agradecimientos a los directores y personal de los diversos archivos en los que he hurgado por material para la obra. Entre ellos, agradezco las facilidades otorgadas por el Archivo Arzobispal de Lima y por el Archivo de la Orden de San Francisco de Lima; lo mismo respecto al Archivo de la Sagrada Congregación de los Santos en el Vaticano; al Archivo Secreto del Vaticano; al Archivo General de Indias; al Archivo Histórico de Madrid; a la Biblioteca Nacional de España, sección Manuscritos y Libros Raros y Valiosos; al Sistema de Bibliotecas de la Pontificia Universidad Católica de Chile y de manera especial al personal y a la jefa, Amelia Silva, de la Biblioteca de Humanidades; y al personal y a la jefa, Javiera Bravo, de la Biblioteca de Teología. También vayan mis agradecimientos para la Vicerrectoría Adjunta de Investigación y Doctorado, que me ha ayudado a la presentación de proyectos Fondecyt y ha estimulado la publicación de los resultados de dichas investigaciones. Igualmente debo reconocer el apoyo que he tenido de parte de Ediciones UC, cuyas autoridades, desde la ex directora Gabriela Echeverría, hasta las actuales responsables, M. Angélica Zegers y Patricia Corona, han acogido con benevolencia e interés los proyectos editoriales que les he presentado. Además, tengo una deuda de gratitud con la señora Magdalena Urrejola, que ha trabajado conmigo como ayudante de investigación en varios proyectos y cuya eficiencia y responsabilidad a la hora de la revisión y recopilación de este material ha sido fundamental. Por cierto que merece una mención especial el director de nuestro Instituto de Historia, Patricio Bernedo, por haber otorgado todas las facilidades del caso para investigar con tranquilidad y por contribuir sin reservas a la publicación de este libro. Lo mismo debo decir respecto del decano de la facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política, José Ignacio González Leiva. Por último, no puedo dejar de agradecer a Visitación, mi esposa, que no sólo ha asumido con paciencia el menor tiempo que le he dedicado a la vida familiar, sino que además se ha dado el trabajo de leer y corregir los originales.
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