La identidad de los trascendentales significa también que el fracaso con respecto a la belleza sería equivalente al fracaso con respecto a la verdad y el bien. En un pasaje poderoso (y constantemente citado) al comienzo de su inmenso proyecto teológico, afirma von Balthasar:
Nuestra situación hoy muestra que la belleza reclama para sí al menos tanto valor y decisión como la verdad y la bondad, y no permitirá que se la separe y aísle de sus dos hermanas sin llevárselas con ella en un acto de misteriosa venganza. Podemos estar seguros de que quien se burle de su nombre como si fuese el ornamento de un pasado burgués (lo reconozca o no) ya no sabe rezar, y pronto no sabrá amar[6].
No es difícil verificar la afirmación de von Balthasar. Si vamos a una parroquia católica donde se hace caso omiso de la belleza, donde no hay preocupación por el arte sacro, por embellecer la iglesia, donde no se presta apenas atención a hacer música bella o elegir cánticos con una letra hermosa, donde nada se invierte en belleza, hagamos las siguientes preguntas:
¿Esa parroquia es baluarte de la verdad? ¿Hay una enseñanza clara, una familiaridad con la Palabra y la doctrina de la Iglesia? ¿Los fieles se recogen antes de la Misa? ¿Se centran en Dios? ¿Parecen capaces de rezar con hondura? ¿No?
¿Esa parroquia es baluarte del bien? ¿Se siente que esos católicos viven de manera radicalmente distinta? ¿Se enfatizan las enseñanzas morales de la Iglesia? ¿No?
No es casualidad que las comunidades de fe que dan la espalda a la belleza sean además tibias y estén mal catequizadas. No conocen su Fe, y han reducido el mensaje evangélico del amor a Dios y al prójimo a un tópico de buenismo y activismo social, aunque, irónicamente, tampoco realizan mucho trabajo comunitario ni voluntariado.
Como este libro se centra en la dimensión moral de la belleza, quiero dedicar el resto de este capítulo a la dimensión veraz de la belleza. En primer lugar, quiero establecer por qué la verdad es importante (¡hay que ver las cosas que es necesario establecer hoy día!), y luego cómo se relacionan los requerimientos morales de la verdad con el aspecto moral de la belleza.
LA BELLEZA NECESITA LA VERDAD
La verdad, como la belleza, es una obligación moral. Estamos obligados por nuestra naturaleza a buscarla. C. S. Lewis escribió un artículo de título provocativo: «¿Hombre o conejo» en respuesta a la pregunta: ¿Se puede vivir una buena vida sin creer en el cristianismo? Señala que la pregunta está equivocada en dos frentes.
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