Emmanuelle Rain - Donde Habitan Los Ángeles
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Capítulo 6
Malentendidos
Magda salió de la habitación y fue a buscar a Jess, a quien sus animales tenían atrapado. Sin duda, era muy guapo. Seguramente, un tipo así no podía estar en absoluto interesado en alguien como ella.
Al oírla entrar al salón, el chico se giró y se quedó sin aliento: llevaba el cabello, de color cobrizo, suelto sobre la espalda, unos vaqueros claros y una camisa verde militar con las mangas dobladas. Estaba preciosa a pesar de su sencillez.
—Había pensado en salir a tomar algo —le propuso Magda—. Invito yo, naturalmente, así te compensaré por no cenar anoche.
—Estás... preciosa —le dijo Jess mirándola a los ojos.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Magda y, de repente, se sintió incómoda. No era miedo, pero se le parecía, aunque sabía que Jess no le haría nada contra su voluntad.
Aquellas palabras la transportaron al pasado, a cuando estaba cautiva en aquella habitación, atada como un animal a la merced de sus captores. ¡Cuántos de ellos le habían dicho aquella frase! Sobre todo el primero, el que le quitó su virginidad tras haber pagado generosamente a su padre por tenerla.
¡Joder! Le daban ganas de vomitar al sentir esas manos encima, esa respiración sobre su piel... Había intentado luchar con todas sus fuerzas, pero le había pegado e inmovilizado para poder violarla.
Cuando acabó, la ridiculizó y humilló, y, entre risas, le dijo a su padre que había sido un buen negocio: el mejor polvo de su vida.
Su padre... aquel hombre, sangre de su sangre, la había vendido al mejor postor para poder pagar sus propias deudas.
Lo odiaba con todo su corazón...
—Deberíamos irnos, no quiero que se haga muy tarde.
—¿Pasa algo? ¿Te encuentras bien?
Jess intentó tocarle la espalda, pero ella se quitó de golpe.
—Perdona, Jess, no era mi intención.
—No te preocupes, no pasa nada. —Podía imaginar qué le pasaba a la joven por la cabeza. Le habría gustado quedarse con un poco de su dolor—.
—El coche está aquí al lado —le dijo mientras sacaba las llaves del bolsillo del pantalón.
Magda vio parpadear un precioso todoterreno negro.
—¿Te apetece ir a pie? Me gustaría andar un poco.
Mientras Magda se adelantaba, Jess pensaba en cómo llegar a su corazón, en cómo ganarse su confianza, quería, al menos, ser su amigo.
—Ya casi hemos llegado —le informó Magda mientras se detenía.
Jess miró a su alrededor y vio un restaurante a poca distancia.
—¿Un mexicano? ¿En serio?
—¿No te gusta? ¡Venga! Le gusta a todo el mundo...
—Sí, me gusta, solo que no pensaba que fueras una aficionada a la comida mexicana.
—Pues me encanta.
—¡Perfecto! —dijo el muchacho sonriendo.
—Entremos.
Estaba feliz de verla tan relajada, después de la tensión que había percibido poco antes de salir.
En cuanto entraron se les acercó una camarera que los condujo a una mesa para dos.
—¿Qué hacías en la mansión ayer por la mañana?
—¿No te lo han contado tus compañeros?
—No hablamos mucho últimamente. Ellos quieren saber y yo no quiero hablar...
—Ya, te entiendo. Pues fui a vuestra casa porque Mori me lo pidió.
—¿Mori? Si murió hace casi un año —le dijo mirándola—. ¿Cómo es que lo conoces?
Magda se movía nerviosa en la silla. No sabía si confesarle sus habilidades a Jess, pero, por otro lado, ya le había contado todo a sus compañeros, así que solo era cuestión de tiempo...
—Puede que lo que estoy a punto de decirte te resulte extraño, pero es la verdad: percibo cosas, presencias, y, de vez en cuando, algunos contactan conmigo.
El chico ni se inmutó, de modo que Magda se tranquilizó un poco.
—Eres médium.
—Los otros dijeron lo mismo... No sé si soy médium, como vosotros lo llamáis, solo sé que, de vez en cuando, siento cosas...
La camarera, que traía los menús, los interrumpió.
—Ahora vuelvo a tomaros nota. Mientras tanto, ¿os traigo algo para beber?
Magda pidió una Coca-Cola light.
—Otra para mí, gracias —le dijo Jess.
En realidad, habría pedido una cerveza con gusto, pero no sabía si le molestaría, dados los antecedentes del padre con el alcohol...
—Vale, volveré enseguida —se despidió la camarera.
Jess veía a Magda leer el menú, y se preguntaba si venía a cuento preguntarle por los años en los que la perdió de vista.
Tras dejarla en el hospital, debió cortar todo contacto con ella, ese fue el acuerdo.
—Jess, ¿has decidido qué vas a tomar? —El muchacho permaneció en silencio, decidiendo qué hacer—. ¿Va todo bien, Jess? ¿Pasa algo?
—Sí, todo bien.
—Si no te apetece estar aquí, podemos ir a otro sitio.
Quizás no había sido buena idea invitar a Jess a cenar... Dio por sentado que el chico disfrutaba de su compañía, pero evidentemente se había equivocado.
Estaba a punto de levantarse y marcharse, cuando el ángel empezó a hablar.
—¿Cómo te ha ido, Magda? Es decir, de verdad. Es evidente que, de algún modo, has pasado página, pero me preguntaba cómo has conseguido llegar hasta aquí.
—¿Qué debería haber hecho? No es que tuviera muchas alternativas. Tenía dos opciones: darme por vencida y morirme, o seguir viviendo y empezar de cero.
—Y tú escogiste la segunda.
—Obviamente.
—Ya, evidentemente. No quería entrometerme, solo que...
—Viene la camarera, lo hablamos después, ¿vale?
—¿Qué os traigo entonces?
Magda le echó un vistazo rápido al menú y pidió, a pesar de que ya no tenía demasiada hambre.
—Para mí, una quesadilla vegetariana, por favor.
—Y yo unos nachos con queso y chili, y un burrito con chorizo.
—Perfecto. Enseguida regreso con vuestra comida.
Magda suspiró mientras miraba al muchacho de ojos oscuros que estaba frente a ella.
—Escucha, perdona por lo de antes, no quería ser borde, pero, sinceramente, no es algo de lo que me encante hablar. He pasado años en terapia para hacer las paces con ese periodo de mi vida. Ahora voy mejor, al menos un poco, pero te aseguro que no es mi época preferida, así que, por favor, no hablemos más de ello...
La cena prosiguió bajo un incómodo silencio. En cuanto se acabaron la comida, Magda pagó la cuenta y salieron del local.
Capítulo 7
Consejos no solicitados
Al salir del restaurante se dirigieron hacia el paseo del río. Todavía permanecían callados, cada uno inmerso en sus propios pensamientos.
—Magda, escucha... No quería remover malos recuerdos, solo quería asegurarme de que estuvieras bien.
La chica no respondió de inmediato, se acercó a un banco e indicó a Jess que se sentara con ella.
—Lo sé, y aprecio mucho tu preocupación, pero no puedo pensar en aquella época, no puedo y basta. Hago todo por olvidarlo, y vas y llegas tú. No me malinterpretes, me gusta tu compañía, pero no haces más que pensar en mi yo de hace tres años... Y yo no quiero que nadie me recuerde de ese modo... Ya no uso ni siquiera mi apellido, no volveré a ser Magdaline Spencer. Si alguno me lo pide, le doy el de Nathan. En cierto modo, él es como un padre, además de ser el médico que me salvó... En los meses posteriores a mi recuperación, hizo más que mi padre en diecisiete años.
—¿Nathan? —preguntó el muchacho, frunciendo el oscuro ceño.
—Sí, la pareja de Mark. Estaba de guardia aquel día...
—Eh, Magda, ¿quién es ese tipo?
Un hombre enorme se acercó mirándola de arriba a abajo.
—Billy, ¿qué haces por aquí?
Billy era el primo de su jefe. A pesar de que se llevaban bastantes años, al menos unos quince, se parecían bastante físicamente: ambos eran rubios de ojos azules, pero las semejanzas acababan ahí. Billy era todo lo contrario a Mark. Tenía mal genio y era presuntuoso; podría ser un buen tipo, pero su forma de ser lo fastidiaba todo.
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