Emmanuelle Rain - Donde Habitan Los Ángeles
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Hablando consigo mismo, caminó hacia la ducha, abrió el grifo y, cuando el agua alcanzó la temperatura ideal, se metió debajo.
Mientras se enjabonaba, notó bajo sus manos las dos cicatrices de la espalda. Ya no tenía sus alas, pero valió la pena. Con gusto habría perdido una pierna o un brazo por salvarla. Lo que le hicieron no tenía nombre: la violaron y golpearon, la traicionaron aquellos que debían protegerla...
Las lágrimas empezaron a bajarle por las mejillas, lágrimas de rabia.
Le habría gustado matarlos a todo, si tan solo... Si tan solo... Ya no importaba. Era un ángel y los ángeles no asesinan, son sus enemigos quienes hacen esas cosas.
Técnicamente, la joven no tenía un ángel de la guardia. Magda contaba con sus espíritus guía, y él no debería haberse metido en su vida, ya que ella, aunque de modo inconsciente, había renegado de su dios. Sin embargo, se sintió atraído por esa chica de ojos verde jade, ojos de otra época, que posiblemente pertenecían a un alma antigua, y se dejó atrapar por ella, por su cabello pelirrojo, por su perfume de canela y miel, por aquella piel tan clara que parecía porcelana. La espiaba de noche mientras dormía y la seguía de día, y cuando las cosas se descontrolaron, poco después de la muerte de su madre, no pudo evitar ayudarla, incluso a costa de sacrificarse, incluso a costa de sacrificar su naturaleza de ángel. Así fue como perdió las alas. Cayó, pero lo habría hecho un millón de veces, habría dado su propia vida por Magda.
Capítulo 3
Una tenue estela
Magda se pasó por el supermercado antes de ir a casa.
Le asustaba el tiempo libre con el que, inesperadamente, se había encontrado aquel día. Tanto tiempo para pensar no le haría ningún bien... de modo que compró unas cuantas cosas y decidió que pasaría la tarde cocinando. Era una actividad que lograba calmarla, aunque casi nunca la ponía en práctica.
Tras pagar, caminó hacia casa.
«Tengo un extraño presentimiento, ¿sabes? No sé cómo explicarlo... Es como si estuviera esperando algo».
«Quizás es justo lo que estás haciendo», le respondió Mori.
«¿Eso crees? Ya veremos... Mientras tanto nos aguarda un aburrido día entre fogones».
Cuando entró a casa, encontró a sus dos gatos, uno gris de pelo largo y una negra de pelaje corto y brillante, durmiendo en el sofá, y también al perro, un mestizo de pelo blanco y negro, acurrucado sobre la alfombra roja.
—¡Hola! Ya estoy en casa —dijo a sus mascotas, las cuales se levantaron y fueron a su encuentro—. ¡Sorpresa! Hoy estaremos juntos más tiempo de lo normal. ¿Contentos?
Jugó un poco con ellos, repartiendo caricias y mimos detrás de las orejas, tras lo cual se preparó para darse una buena ducha y ponerse cómoda.
—Chicos, voy a salir. No sé cuándo volveré. —Jess bajó las escaleras, derecho a la gran puerta de entrada.
—Vas a su casa, ¿no es así? —le preguntó Terence.
—Métete en tus asuntos.
—A ver, Jess, sé que esto no es fácil para ti, pero no la pagues con nosotros —le recriminó inmediatamente Sante.
—Disculpa, tienes razón... Había perdido toda esperanza. Después de tanto tiempo esperaba haberlo superado, pero nada ha cambiado.
—¿Sabes al menos dónde buscarla? —le preguntó Otohori—.Yo podría echarte una mano. Tus poderes ahora son limitados.
—No, pero la encontraré de una modo u otro. Gracias igualmente. Me voy.
En cuanto salió de casa, corrió tan rápido como pudo hacia la gran cancela de forja negra, que se abrió permitiéndole salir y seguir la tenue estela áurea que Magda había dejado. Técnicamente ya no era un ángel de la guarda y, de todos modos, nunca había sido el de Magda, pero, a pesar de todo, sentía un fuerte vínculo con la muchacha.
Siguiendo su instinto, tomó el mismo camino que Magda, hasta llegar a un barrio un tanto sucio, en la periferia de la ciudad, y se paró en las inmediaciones de una tienda de animales.
«Bueno, esto era obvio», pensó al acordarse de su pasión por los animales y, sin más dilación, entró.
—Buenas tardes —lo saludó el propietario.
—Hola. ¿No está Magda? —preguntó al mismo tiempo que escudriñaba el local.
—No. Se ha cogido medio día libre, no se encontraba bien. ¿Eres amigo suyo?
—Sí —dijo luciendo su mejor sonrisa.
—Encantado. Yo soy Mark, su jefe.
El propietario del establecimiento sonrió al recién llegado. Le agradó saber que Magda no se apartaba del todo de la vida social...
—El placer es mío. Me llamo Jess.
—¿La conoces desde hace mucho tiempo? Hace casi tres años que trabaja conmigo y jamás la he visto con alguien...
—No soy de por aquí —mintió el ángel—. Conozco a Magda de hace mucho, incluso antes de que se mudara a esta zona. Me comentó que trabajaba aquí, así que me he pasado.
Jess miraba a su alrededor, aparentemente interesado por los productos a la venta, para aparentar que estaba lo más relajado posible.
—Como no está, intentaré pasarme la próxima vez que el trabajo me traiga a la ciudad... —Esperaba que se lo tragara y le diera la dirección.
—¿Por qué no te pasas por su casa? Total, seguramente la encontrarás allí. No sale mucho...
—A decir verdad, no tengo su dirección... Desde que se mudó, hemos estado en contacto por correo electrónico o por teléfono. He probado a llamarla, pero no contesta. Quizás esté descansado.
Si le decía dónde vivía Magda, le ahorraría un montón de tiempo, dado que ya había perdido bastante para llegar hasta ese punto.
—Espera... —Mark cogió papel y boli y le apuntó la dirección—. Toma, creo que un poco de compañía le vendrá bien, esta mañana parecía muy deprimida.
«Un tipo tan atractivo debe poner de buen humor a cualquiera», pensó Mark.
—Gracias, Mark. Eres muy amable.
Dicho esto, salió y se dirigió a casa de Magda.
Ni siquiera sabía qué le iba a decir, pero, aun así, debía verla, no podía perder más tiempo. Ahora que la había encontrado, no la dejaría marchar.
Capítulo 4
Para no pensar
«Ya está. La tarta de queso está lista. Ahora prepararé también las magdalenas que tanto le gustan a Nathan».
Magda estaba inmersa en la preparación de una marea de dulces, únicamente para perder el tiempo y tener la mente ocupada para no pensar...
—Después de hornear las magdalenas, empezaré a preparar la cena —dijo dirigiéndose a nadie en particular. Mientras sacaba los ingredientes del frigorífico, el sonido del timbre le hizo sobresaltarse. Se limpió las manos en el delantal rojo y fue a contestar—. ¿Quién es?
—Magda, soy Jess.
—¿Jess? —su corazón empezó a latir con fuerza por la sorpresa.
—Nos vimos esta mañana. Quería saber cómo estabas.
Jess no sabía muy bien qué decir, solo esperaba que Magda le dejara entrar.
Pasaron unos segundos que a él le parecieron una eternidad, y, finalmente, oyó el portal abrirse.
—Tercer piso —le informó la muchacha.
Con el corazón en un puño, el ángel subió las escaleras y llamó a su puerta.
—Ya voy. Un segundo.
«¿Y ahora qué hago? Soy un desastre, voy perdida de harina».
«Ya está, pequeña. No te da tiempo a cambiarte. Además, así estás muy mona y femenina», le dijo Mori entre risas.
«Muchas gracias por el apoyo, Mori...».
—¿Magda, me dejas entrar?
—Sí, ahora mismo voy. —Abrió la puerta y se encontró, por segunda vez, delante de aquel hombre altísimo de boca sensual y ojos oscuros—. Menudas cosas pienso justo ahora —dijo en voz baja.
—Disculpa, ¿qué dices? —le preguntó Jess.
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