Esa noche estaba absolutamente inspirada. Aquel encuentro impensado, con Julián, en el Mac, sumado a esas misteriosas indirectas que había leído en su Twitter, le despertaban una esperanza, le hacían creer que quizás existía esa lejana probabilidad de que algún día pasara algo entre ellos. Definitivamente algo había cambiado ese mediodía.
Estabas lindo. Me emociona verte tan lindo y no
poder salir de tu imagen. Tirarte los ojos encima y hacer
un lío de parpadeos y pestañas sobre vos.
Sos lindo cuando sabés convincentemente que lo sos,
y sos mucho más lindo cuando no querés ser lindo y
naturalmente hacés tus cosas, mientras yo te miro
y me voy haciendo linda, de a poco, con vos.
Como si toda tu lindura fuese contagiosa.
Lindo, lindo, lindo, de tanto pronunciarlo la palabra va
desvistiéndose de sentido, hasta quedar completamente
desnuda en el precipicio de la lengua que la pronuncia.
La lengua meticulosa que la pronuncia y la devora.
Tu belleza desafía al lenguaje (y le gana), tu belleza no
debe reflexionarse ¡qué tonta!
Tu belleza es una sustancia fantástica que permanece
en algo que cambia.
Los votos de sus seguidores aparecían uno tras otro, también los inbox que le enviaban. Todos los comentarios eran de aprobación. Se tomó su tiempo para responder uno por uno. El texto de esa noche era distinto, hablaba de ella como ningún otro, había sido inspirado por un hecho y no por un sueño y sentía cientos de mariposas volando confundidas sobre su panza.
Un largo rato después decidió hacer buena letra apagando la computadora, por temor a que a su mamá se le ocurriese entrar a darle otro beso de las buenas noches, pero la tentación de stalkear a Julián antes de dormir fue incontrolable. Era una forma –la única posible– de acercarse hasta él y espiar unos minutos por esa ventana virtual para contemplarlo antes de cerrar los ojos hasta el nuevo día.
Se acomodó en su cama y se juró a sí misma que solo sería un instante. Se logueó desde el celular, que era más fácil de esconder entre las sábanas si algo sucedía, y fue directamente hacia él.
Era el último tuit, los anteriores, de ese mismo día, eran todos del mismo estilo, cada uno podía ser entendido como una indirecta. Ámbar era una sonrisa, con una persona, de oreja a oreja. Sintió ganas de favear, de retuitear y de mandarle un mensaje directo, pero se controló porque no quería arruinarlo todo por actuar de manera infantil. Fue cauta e inteligente y, entre todas las opciones, optó solo por subir una selfie, desde su cama, editada con Pixart para que se viera perfecta, y le sumó la palabra “enamorada” seguida de un corazón. Inmediatamente dejó el celular sobre la mesa de luz, por temor a que su mamá entrara en la habitación. Apagó el velador, tomó su MP3, y se dispuso a dormir con una dulce canción de amor.
Sus ojos se abrieron de golpe y comenzó a sentir que el corazón se aceleraba progresivamente. Su MP3 se quedó sin batería y los auriculares solo reproducían más silencio. No se los quitó, pasó dos o tres minutos así, sin entender por qué, acelerada, expectante y callada, con los ojos abiertos, no podía cerrarlos.
Su celular vibró sobre la mesa y se encendió la luz de notificación. Era el aviso de una nueva interacción de Twitter, era un fav de Julián Rivera.
Lo intuyó, algo así como un ave a un sismo.
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