La Personalidad
¿Quién soy yo?, es fácilmente la pregunta antropológica fundamental y las diversas respuestas que pueden ensayarse al respecto, nos llevan a discurrir sobre la individualidad, la identidad y por supuesto la personalidad. Siendo la personalidad un término complejo y casi polisémico, no existe un consenso único al respecto de este constructo y las posibles definiciones transitan entre la inamovible rigidez y el más extremado constructivismo.
En el extremo constructivista y anterior a las concepciones psicológicas, filósofos como David Hume (1711-1776), sostienen que no existe un núcleo de personalidad inalterable y que el Yo2, no es otra cosa que la azarosa y continua sucesión de instantes y consecuentes estados de conciencia (Echegoyen Olleta, 1996); es levantarse urgido por el ruido del despertador a las seis de la mañana, es afeitarse mecánicamente frente al espejo, es sentir la frescura del agua, es paladear la aspereza de la primera taza de café, es esperar desganado la llegada de un taxi, es pagar y recibir el cambio, es marcar apresuradamente la entrada, es dejar el abrigo y tomar los libros, es cerciorarse de que subías las gradas silbando, es saludar a los alumnos, es recordar que es mejor llamarlos estudiantes y no alumnos...
La idea propuesta por Hume encuentra resonancia en otros pensadores que especulan sobre la identidad; así, al ser interrogado sobre la suya, Jorge Luis Borges, probablemente el escritor más importante de América Latina, responde:
La respuesta varía según la hora, según la temperatura, según el régimen dietético, según las personas que espero ver. De una a siete de la tarde —mis horas oficiales o teóricas de “trabajo”— me confieso un impostor, un chambón, un equivocado esencial. De noche (conversando con Xul Solar, con Manuel Peyrou, con Pedro Henríquez Ureña o con Amado Alonso) ya soy un escritor. Si el tiempo es húmedo y caliente, me considero (con alguna razón) un canalla; si hay viento sur, pienso que un bisabuelo mío decidió la batalla de Junín y que yo mismo he consumado unas páginas que no son bochornosas. Me pasa lo que a todos: soy inteligente con las personas inteligentes, nulo con las estúpidas. (J. L.Borges, entrevista, 11 de diciembre de 1935)
En estas posturas sobre la personalidad, el Yo no existe o existe fugaz y transitoriamente en un permanente y vertiginoso proceso de construcción y deconstrucción.
Sin embargo, desde el punto de vista de la Psicología, es de uso común aceptar que la personalidad es un constructo psicológico, referido al conjunto dinámico de características personales de un individuo, una suerte de organización interior responsable del comportamiento concreto que se expresa en diversos ambientes y circunstancias; la personalidad también incluye el patrón de pensamientos, sentimientos y conductas que caracterizan a una persona y que permanece constante a través de toda la vida, en relativa independencia de las acontecimientos ambientales.
El término personalidad, etimológicamente proviene de la raíz griega prósopon, que significa máscara y de la voz latina personare que viene a ser la apariencia ante los demás (Polaino-Lorente, Cobanyes Truffino & del Pozo Armentia, 2003); haciendo alusión al comportamiento visible y social de una persona. Pero de una manera más amplia se refiere a la organización dinámica e interna de un individuo, basada en los sistemas psicofísicos que predisponen su pensamiento, afectividad y conducta características y están condicionados por la interacción con el ambiente. Se asume por tanto, que la personalidad es una estructura relativamente estable y permanente, construida a partir de los fundamentos del temperamento (herencia genética) y el carácter (ambiente y aprendizaje social).
La personalidad resulta entonces, el conjunto articulado y coherente de características conductuales o el patrón organizado de pensamientos y sentimientos causantes o generadores del comportamiento o la conducta de un individuo, dicha estructura se conserva y persiste de forma relativamente estable a lo largo del tiempo, frente a diversas situaciones o estímulos medio-ambientales, “concediendo unicidad a cada individuo; dicha unicidad traducida en distinción y persistencia, construyen lo que llamamos identidad, particularizando y diferenciando a un individuo de otros” (Almeida, 2014, p. 19).
Como se ha mencionado, la estructura general de la personalidad, grosso modo se organiza a través de la interacción recíproca de dos grandes sustratos: el temperamento (de base biológica y herencial) y el carácter (de adquisición socio-ambiental).
El Temperamento
El temperamento es el elemento constitutivo de la personalidad, cuyo origen se fundamenta en la biología. Etimológicamente el término proviene del latín temperamentum, que viene a significar mezcla, medida o más específicamente justa medida propia o combinación proporcionada (Albores-Gallo, Márquez-Caraveo & Estañol, 2003); es por tanto, aquello que atempera al individuo. El temperamento constituye o se expresa en la intensidad característica de los afectos del sujeto, así como en su estado de ánimo y motivación dominantes; este factor incluye también el vigor de respuesta, el humor predominante, el nivel de actividad, el grado de accesibilidad, y la estabilidad general del individuo.
Su origen se considera fundamentalmente hereditario y se asume que su formación no está influenciada de manera sustancial por factores externos, aunque también se acepta que experiencias afectivas o relacionales constantes, podrían incidir sobre el desarrollo del temperamento. El temperamento representa el componente innato de la personalidad, basado en el tipo de sistema nervioso y afectado por el sistema endócrino, sobre el cual las influencias ambientales modelarán el carácter. El temperamento sumado al carácter constituyen los elementos fundamentales de la personalidad del individuo.
Clasificación del Temperamento
Empédocles de Agrigento (h.495/490-h.435/430 a. C.), formuló la teoría de un mundo constituido por un movimiento permanente, generado por las fuerzas de atracción y repulsión de cuatro elementos: aire, tierra, fuego y agua. Hipócrates (460-370 a. C.), aplicando dicha visión al ser humano, señaló que la base de la estructura de este, se compone de cuatro humores (fluidos corporales) que son reflejo de los cuatro elementos del mundo. A la dominancia de uno de estos cuatro humores corresponden los cuatro temperamentos:
Mucho más adelante, el fisiólogo ruso Iván Pávlov (1849-1936), señaló que las características del temperamento se desprenden del funcionamiento del sistema nervioso, que a su vez se compone de tres elementos esenciales e interactuantes: fuerza, equilibrio y velocidad de correlación; la combinación de estos tres elementos, origina los diversos tipos de sistema nervioso que determinan a cada temperamento. Así, un sistema nervioso rápido y equilibrado caracteriza al temperamento sanguíneo; mientras que el flemático se define por un sistema nervioso lento y equilibrado; por su parte el colérico posee un sistema nervioso fuerte, rápido y desequilibrado; finalmente el melancólico se identifica por un sistema nervioso fundamentalmente débil (Diéz Benavides, 1975).
•Temperamento Sanguíneo
Basado en un sistema nervioso rápido y equilibrado, permite a su poseedor un notable nivel de sensibilidad, pero un bajo grado de actividad; la concentración es pobre y la reactividad al medio más bien moderada; suele ser extrovertido y manifiesta alta adaptabilidad a los cambios del ambiente. Quien ejerce este temperamento, posee por tanto sensibilidad para el tacto y la relación social y tiende a dejarse llevar por los afectos que se desprenden de dicha naturaleza, sin embargo su carácter sociable no necesariamente genera relaciones centradas en el logro y puede incurrir en la improductividad y el ocio. Figuran entre las características del temperamento sanguíneo las siguientes:
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