El primer uso de la ley, sin embargo, no sólo sirve para impedir que la sociedad se suma en el caos; también sirve para promover la justicia: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracia, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Tim. 2:1-2). Los “poderes superiores” no sólo deben esforzarse por disuadir el mal, sino también por proporcionar un contexto pacífico en el que el evangelio, la piedad y la honestidad puedan prosperar. Este deber obliga al estado –creían los reformados– a preservar ciertos derechos, como libertad de culto, libertad para predicar y libertad para observar el día del Señor.
Las implicaciones del primer uso de la ley para el cristiano son ineludibles. Debe respetar y obedecer al Estado siempre que el Estado no ordene lo que Dios prohíbe o prohíba lo que Dios ordena. En todos los demás casos, la desobediencia civil es ilegítima. Resistir a la autoridad es resistir el mandato de Dios: “Y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Ro. 13:2). Afirmar esto es crucial en nuestro día, en el que incluso los cristianos son propensos a ser arrebatados por un espíritu mundano de rebelión y desprecio a la autoridad. Hemos de oír y atender a lo que escribe Calvino:
El primer deber y obligación de los súbditos para con sus superiores es tener en gran estima y reputación su estado, reconociéndolo como una comisión confiada por Dios; y por esta razón deben honrarlos y reverenciarlos como vicarios y lugartenientes que son de Dios… [Incluso] un hombre perverso e indigno de todo honor, si es revestido de la autoridad pública, tiene en sí, a pesar de todo, la misma dignidad y poder que el Señor por su Palabra ha dado a los ministros de su justicia. 441
Por supuesto, esto no implica que el creyente renuncie a su derecho a criticar o incluso condenar la legislación que se desvía de los principios de la Escritura. Lo que quiere decir es que una parte significativa de nuestro “adornar la doctrina de Dios” comprende nuestra voluntaria sujeción a la autoridad legítima en cada esfera de la vida –ya sea en el hogar, la escuela, la Iglesia o el Estado–.
El uso evangélico de la ley 442
Ejercida por el Espíritu de Dios, la ley moral también cumple una función crucial en la experiencia de conversión; disciplina, educa, declara culpable, maldice. La ley no sólo expone nuestra pecaminosidad; también nos condena, pronuncia una maldición sobre nosotros, nos declara sujetos a la ira de Dios y los tormentos del infierno. “Maldito todo aquél que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas” (Ga. 3:10). La ley es un duro capataz; no conoce la misericordia; nos aterroriza, nos despoja de toda nuestra justicia y nos conduce al fin de la ley, Jesucristo, que es nuestra única justicia aceptable para con Dios. “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe” (Ga. 3:24). No que la ley misma pueda llevarnos a un conocimiento salvífico de Dios en Cristo; antes bien, el Espíritu Santo usa la ley como un espejo para mostrarnos nuestra impotencia y nuestra culpabilidad, para hacernos esperar sólo en la misericordia e inducir el arrepentimiento, creando y sustentando el sentido de necesidad espiritual del cual nace la fe en Cristo.
Aquí también, Lutero y Calvino ven con los mismos ojos. 443Escritos típicos de Lutero son sus comentarios a los Gálatas 2:17:
El uso y objetivo propios de la ley es hacer culpables a quienes están satisfechos y en paz, para que vean que están en peligro de pecado, ira y muerte, para que se aterroricen y desesperen, palideciendo y estremeciéndose ante el ruido de una hoja (Lev. 26:36)… Si la ley es ministro de pecado, se sigue que también es ministro de ira y muerte. Pues, al igual que la ley revela el pecado, también arroja la ira de Dios contra el hombre y lo amenaza de muerte. 444
Calvino no es menos intenso:
[La ley] advierte, informa, convence, y por último condena a todo hombre con su propia justicia. Pero cuando se ve forzado a examinar su modo de vivir conforme a la balanza de la Ley de Dios, dejando a un lado las fantasías de una falsa justicia que había concebido por sí mismo, ve que está muy lejos de la verdadera santidad; y, por el contrario, cargado de vicios, de los que creía estar libre… Así que la Ley es como un espejo en el que contemplamos primeramente nuestra debilidad, luego la iniquidad que de ella se deriva, y finalmente la maldición que de ambas procede; exactamente igual que vemos en un espejo los defectos de nuestra cara. 445
Este uso de la ley de declarar culpable es también crucial para la santificación del creyente, pues sirve para impedir la resurrección de la auto-justicia –aquella impía auto-justicia que siempre tiende a reafirmarse incluso en el mayor de los santos–. El creyente continúa viviendo bajo la ley como penitencia vitalicia.
Esta función represora de la ley jamás implica que la justificación del creyente sea disminuida o anulada. Desde el momento de la regeneración, su condición ante Dios es segura e irrevocable. Es una nueva creación en Cristo Jesús (2 Co. 5:17). Jamás puede regresar a un estado de condenación ni perder su condición de hijo. No obstante, la ley expone cada día la permanente pobreza de su santificación. Aprende que hay semejante ley en sus miembros que cuando quiere hacer el bien, el mal está presente en él (Ro. 7:21). Debe condenarse reiteradamente, deplorar su miseria y clamar todos los días por nuevas aplicaciones de la sangre de Jesucristo que limpia de todo pecado (Ro. 7:24; 1 Jn. 1:7,9).
El uso didáctico de la ley
El uso tercero o didáctico de la ley dirige la vida diaria del cristiano. En las palabras del Catecismo de Heidelberg, la ley instruye al creyente sobre cómo expresar gratitud a Dios por la liberación de todo su pecado y miseria (Pregunta 2). El tercer uso de la ley es una cuestión que ocupa un rico capítulo de la historia de la doctrina reformada.
• Felipe Melanchthon (1497-1560)
La historia del tercer uso de la ley comienza con Felipe Melanchthon, el colaborador y mano derecha de Lutero. Ya en 1521, Melanchthon había plantado la semilla cuando afirmó que “los creyentes hacen uso del decálogo” para asistirlos en la mortificación de la carne. 446En un sentido formal, aumentó el número de funciones o usos de la ley de dos a tres, por primera vez, en una tercera edición de su obra sobre Colosenses publicada en 1534 447–dos años antes de que Calvino produjera la primera edición de su Institución –. Melanchthon argumentó que la ley coerce (primer uso), aterroriza (segundo uso) y requiere obediencia (tercer uso). “La tercera razón para retener el decálogo” –escribe– “es que se requiere obediencia”. 448
Felipe Melanchthon
En1534,Melanchthonestabausandolanaturalezaforensedelajustificacióncomobase para establecer la necesidad de las buenas obras en la vida del creyente. 449Argumentó que, aunque la primera y principal justicia del creyente es su justificación en Cristo, hay también una segunda justicia –la justicia de una buena conciencia, que, no obstante su imperfección, aún es agradable a Dios, ya que el propio creyente está en Cristo. 450La conciencia del creyente, hecha buena por declaración divina, debe continuar usando la ley para agradar a Dios, pues la ley revela la esencia de la voluntad de Dios y proporciona el marco de la obediencia cristiana. Afirmó que esta “buena conciencia” es una “gran y necesaria santa consolación”. 451Como Timothy Wengert afirma, sin duda fue animado a enfatizar la conexión entre una buena conciencia y las buenas obras por su deseo de defender a Lutero y otros protestantes de la acusación de que negaban las buenas obras, sin robar, al mismo tiempo, a la conciencia la consolación del evangelio. Melanchthon, así pues, ideó un modo de hablar de la necesidad de obras para el creyente excluyendo su necesidad para la justificación. 452Wengert concluye que, argumentando desde la necesidad de saber cómo somos perdonados hasta la necesidad de obedecer a la ley y de saber cómo agrada a Dios esta obediencia, Melanchthon logró colocar la ley y la obediencia en el centro de su teología. 453
Читать дальше