Banquita de la “enfermerita” donde me sentaba a cuidar a mi Papá
Tengo muy en mi memoria el día que el Papa Paulo VI vino a Colombia. Mi Mamá le preguntó a mi Papá si quería algo y él, que ya no podía hablar, con señas le dijo que no. Mi Mamá le preguntó si quería ir al baño y nuevamente mi Papá le dijo que no. Mi Mamá entonces salió de la casa para ver pasar al Santo Padre por la Carrera Décima, en medio de un tumulto, ya que si hoy la llegada de un Papa es un acontecimiento, en esa época lo era más. Era la primera vez que un Papa visitaba a Colombia.
Mi Mamá salió confiada y yo quedé al cuidado de mi Papá, quien me hizo señas y le entendí que quería ir al baño. Yo tenía cinco años y medio, era muy pequeña, y como pude ayudé a mi Papá a desplazarse hasta el baño que tenía un desnivel, pero se me resbaló y se cayó. Yo reaccioné, salí corriendo al balcón de la casa y en ese momento pasaba Eulalia, una Señora que era la empleada doméstica de la casa de enfrente, quien después trabajó para nosotros, y yo le dije: “Eulalia, por favor busque a mi Mamá y dígale que mi Papá se cayó”. Imagine a una niña de cinco años y medio sin ninguna dimensión respecto a llamar a la Mamá en medio de un tumulto. Y Dios es tan bondadoso que Eulalia la encontró en medio de la gente y la trajo.
Félix (mi Papá) y Jaime
Inicialmente mi Mamá le ocultó a mi Papá que tenía cáncer, ella lo llevó a consulta cancerológica sin que él se diera cuenta hasta que un día, dice mi Mamá, “una vieja bruta le pregunto: usted ¿dónde tiene el cáncer?”, entonces mi Papá se dio cuenta y se deprimió mucho más. Mi Mamá no dejó que le hicieran un poco de cosas porque le dijo al médico: “Doctor para qué se van a poner a aprender en él si no hay nada que hacer”, pues un tumor en la cabeza es de lo mas grave que puede haber, sumado a los conocimientos pobres de la medicina de la época.
Mi Mamá le preguntó al médico acerca de lo que iba a comenzar a suceder y el Doctor le dijo: “Doña Daisy, él va a dejar de hablar, va a dejar de escribir, para lo que tenga que firmar que lo haga pronto”; sin embargo, pobrecita mi Mamá porque mi Papá tenia la Escuela de tabulación en compañía de un socio, quien finalmente nos dejó sin nada.
En esa época la gente aprendía tabulación que era la profesión primigenia de lo que ahora son los Sistemas. Las personas aprendían en unas tarjetas especiales de cartón a las cuales les abrían unos huequitos, unas perforaciones que se codificaban y decodificaban de acuerdo con un lenguaje especial. Mi Papá enseñaba el lenguaje y el uso de las tarjetas y los alumnos tenían que ser muy inteligentes para aprender eso.
La Escuela de tabulación de mi Papá estaba ubicada en la Calle 24 con Carrera 7, donde ahora hay un centro comercial llamado Terraza Pasteur. No recuerdo cómo se llamaba la Escuela, pero mi Papá era profesor y de ahí creo yo que viene nuestra vena Pedagoga. Mi Mamá sin tener formación en pedagogía también fue una gran pedagoga toda la vida.
Mi Abuela Carmen, Félix (mi Papá) y Marisol, detrás Alfredo
Los últimos recuerdos con mi Papá tienen que ver con el día de su fallecimiento. La relación de mi Mamá con su suegra y con su cuñada no fue muy buena. Mi abuela paterna, María del Carmen Cubillos, se casó con un señor de apellido González y tuvo un hijo que se llamaba Jorge González y luego, al enviudar, se casó con mi abuelo Benjamín Garzón y tuvo a mi Papá y a mi tía Blanca Cecilia Garzón Cubillos. La relación de mi Papá y mi Mamá tampoco fue buena debido en gran parte a que mi abuela paterna no fue una buena suegra, según lo que me contó mi Mamá.
Aunque nosotros no teníamos mucha cercanía con ella, mi Mamá los mandó llamar y les dijo “vengan porque Félix esta agonizando”. Mi Papá ese día llamó a Alfredo y habló un poquito con él. Hablar es mucho decir para lo que habla Alfredo, que es muy callado.
Si yo tendría casi seis años, Jaime aún no había cumplido los ocho, Alfredo se acercaba a los diez y Jorge tendría trece ó catorce años. Estábamos esperando a que llegara la hora y recuerdo que me quedé dormida. Cuando desperté, mi Papá ya se había muerto y ese momento me marcó la vida terriblemente, como a los veinte años de edad me vine a dar cuenta. Yo dormí toda la vida con mi Mamá y en las noches levantaba la cabeza para ver si ella estaba y volvía a acostarme porque sentía que en cualquier momento en que me despertara mi Mamá tampoco estaría.
Para mí fue muy cruel despertarme y darme cuenta que no estuve en el momento mismo del fallecimiento de mi Papá. Al despertar, ya estaban llorando y aunque ese preciso momento no lo tengo muy presente en mi memoria, lo que sí recuerdo y quisiera elaborar cada vez más es el sentimiento de tristeza, de abandono que viví.
Félix (mi Papá) tomado de mi mano, Jaime (izq.) Alfredo y Jorge (der.)
Mi Mamá misma lo embalsamó, lo preparó en el espacio donde quedaba en ese momento el comedor de la casa, a Jaime le dijeron que no se metiera pero fue y vio cuando lo estaban preparando.
Tengo muy presente la imagen de mi Papá, porque no se si ustedes recuerdan que a los difuntos de esa época les ponían algodón en la nariz, se veían horribles, los envolvían en una sábana blanca y se iban desnudos, me parece tan significativo, como Jesús de Nazareth, a quien envuelven en un sudario. Recuerdo que me pusieron mi vestido de paño, yo estaba muy elegante, me empiné y todavía me siento mirándolo a él, tengo la imagen perfecta de mi Papá en el cajón alto y yo pequeñita. Todo el mundo me cogía la cabeza y me decía “pobrecita, tan chiquita”, y yo no entendía por qué me lo decían.
Obituario fallecimiento de mi Papá Félix María Garzón Cubillos
En el funeral veo en la Iglesia de San Diego a todos los niños del colegio y yo los saludo estando alzada en brazos de mi Mamá. Los saludo y les digo “qué hubo” y me río, y me da alegría porque estaban todas las personas conocidas, pero yo no entiendo que estoy en un entierro.
Luego recuerdo mucho las idas al Cementerio Central aún tengo en mi memoria los mosquitos horribles que se le metían a uno por la nariz y por todas partes mientras rezábamos “Dale Señor el descanso eterno, brille para él la luz perpetua”. A los cinco años lo sacan y lo llevamos al Osario de la Parroquia San Alfonso María de Ligorio, acá en Bogotá donde hoy también están los restos de mi Mamacita. Ella decía que mi Papá salió casi completo. Como a él tuvieron que ponerle tanta morfina y tanta medicina, mi Mamá tuvo que partir los huesos, lo ayudó a alistar, porque debían quedar en un cajoncito como una miniatura. Vine a conocer la cajita ahora que tuve que correrla para meter las cenizas de mi Mamá.
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