[2]Según la clasificación propuesta por Gibian (pp. 437-438), «consejero colegiado» es el sexto rango en la administración civil zarista. Sólo los 8 primeros podían considerarse nobles y tener siervos [N. del T.].
[3]El apellido Chichikov, a diferencia de otros, no parece referirse a ninguna palabra concreta rusa. La asociación del apellido a un pájaro, que hace Guerney (p. 651), tampoco me parece demasiado clara. Más interesante me resulta la asociación Чичиков (Chichikov) – чёрт (chiort = diablo)... Otro autor, esta vez reciente, como es Salman Rushdie, recurre a la «Ch» para aludir al diablo en su personaje Saladin Chamcha (véase Satanic Verses, The Consortium Inc., Dover, 1992 [ed. cast.: Los versos satánicos, trad. de J. A. Miranda Vidal, Barcelona, Nuevas Ediciones de Bolsillo, 2004]) [N. del T.].
[4]August Friedrich von Kotzebue (1761-1819), dramaturgo alemán de gran éxito en su época, que pasó largas temporadas en Rusia como embajador de Prusia y llegó a ser secretario del gobernador general de San Petersburgo e incluso fue enviado a Siberia a causa de uno de sus dramas. [N. del T.]
[5]El drama al que se alude aquí es a Die Spanier in Peru oder Rollas Tod (Los Españoles en Perú o La Muerte de Rollas), que habla de las luchas de los peruanos para zafarse del dominio español. Rollas sería un personaje movido por nobles sentimientos, enfrentado a Pizarro [N. del T.].
[6]Kora, personaje del mismo drama de Kotzebue, casada con Alonso y deseada por Rollas [N. del T.].
[7]Siempre según la clasificación de Gibian (pp. 437-438), éste sería el rango quinto en la administración civil zarista [N. del T.].
[8]El apellido Manilov parece tener que ver con el verbo манить (manit), que significa «atraer», «tentar», «seducir», «encantar» [N. del T.].
[9]El apellido Sobakievich alude claramente al sustantivo собака (sobaka), que quiere decir «perro». [N. del T.]
[10]El autor juega aquí, para plantear las asociaciones posteriores, con la palabra черви (chiervi, cartas de «corazones» de la baraja francesa), que resulta igual que el plural de червь (chierv = gusano → черви) «[...] y –dice Nabokov– «con esa inclinación lingüística de los rusos a alargar las palabras hasta su máxima extensión, se convierte en (chiervotochina = agujero producido por la carcoma), que significa literalmente “corazón comido de gusanos”» (1997, p. 74). [N. del T.]
[11]Pikienchiya (Pikentia) serían las «picas» adoptando una desinencia jocosa en latín macarrónico; Pikiendras sería una terminación falsamente griega; Pichura, tendría un toque a pájaros «que a veces se amplía hasta pichurusuj (convirtiéndose el ave, como si dijéramos, en un lagarto antediluviano, e invirtiendo así el orden de la evolución natural). La absoluta vulgaridad y el automatismo de estos apodos grotescos, en su mayoría inventados por el propio Gogol, le atraían como un recurso notable para revelar la mentalidad de sus usuarios» (Nabokov, 1997, p. 75). [N. del T.].
[12]El apellido Nosdriov podría estar relacionado con la palabra ноздря (nosdria = fosa nasal u ollar de los caballos), suscitando –¿quién sabe?– el carácter salvaje del personaje, que recuerda un animal bufando [N. del T.].
[13]Gogol parece cargar de pesantez y hasta de una cierta incoherencia el lenguaje de Sobakievich, algo que queda disimulado en numersoas traducciones que incluso sustituyen «he comido» por «he cenado» para ofrecer una secuencia temporal lógica [N. del T.].
CAPÍTULO 2
Hacía ya más de una semana que el forastero vivía en la ciudad, andando de aquí para allá por reuniones y comidas y pasando de esta forma, como suele decirse, unos ratos muy agradables. Finalmente, decidió llevar sus visitas más allá de la ciudad e ir a ver a los terratenientes Manilov y Sobakievich, tal como les había prometido. Quizá le impulsara a esto otra razón más importante, un asunto más serio, más cercano al corazón... Ahora bien, el lector irá conociendo todo esto poco a poco y a su tiempo, tan sólo si tiene la paciencia de leer el relato que aquí se presenta: muy largo y que tendrá, después de ensancharse y ampliarse a medida que se acerque hacia el final, un asunto que lo corone.
Por la mañana temprano, se le dio a Sielifan, el cochero, la orden de enganchar los caballos a la brichka que ya conocemos. A Pietruska se le mandó que se quedara en casa y vigilara la habitación y la maleta. No estará de más, para el lector, conocer a los dos siervos de nuestro héroe. Aunque, ciertamente, ellos no son unos personajes tan importantes sino que más bien son de esos que se llaman de «segunda fila» o incluso «de tercera»; aunque los principales desarrollos y resortes del poema no se sostienen sobre ellos y sólo en algunos lugares se refieren a ellos y los tocan ligeramente..., el autor ama extraordinariamente ser detallado en todo y, partiendo de ahí, pese a ser ruso, quiere ser cuidadoso como un alemán. Esto, por otra parte, no ocupará ni mucho tiempo ni mucho espacio porque no hace falta añadir cosas que el lector ya sabe, es decir, que Pietruska iba con una levita un poco ancha, de color castaño, que había pertenecido al señor y tenía, según la costumbre de la gente de su condición, una nariz y unos labios gruesos. Su carácter era más taciturno que locuaz; tenía incluso un noble impulso hacia la cultura, es decir, hacia la lectura de libros cuyo contenido no fuera complicado: a él le daba completamente igual un héroe de aventuras que un héroe amoroso, o tan sólo un silabario o un libro de oraciones..., los leía todos con igual atención; si le dieran uno de química, tampoco renunciaría a él. A él, le gustaba no aquello sobre lo que leía sino más bien la lectura misma o, por decirlo mejor, el proceso mismo de la lectura, el que de las letras salga siempre alguna palabra que a veces el diablo sabrá lo que quiere decir. Esta lectura tenía lugar sobre todo en postura yacente, en el recibidor, sobre la cama y sobre el jergón que, por esta razón, se había quedado apisonado y delgado como una galleta. Al margen de la afición a la lectura, tenía dos aficiones más que conformaban otros tantos rasgos de su carácter: dormir sin quitarse la ropa, así exactamente, con la misma levita, y llevar siempre consigo cierta atmósfera peculiar, su propio olor, que sugería un tanto la sensación de un cuarto habitado, de tal suerte que le bastaba con colocar en cualquier lugar su cama, incluso en una habitación que hubiera estado vacía hasta entonces, y llevar allí su capote y sus bártulos y ya parecía que en esa habitación vivía gente desde hacía diez años. A Chichikov, que era un hombre muy escrupuloso e incluso en determinados casos estaba lleno de manías, como le diera aquella atmósfera en la nariz fresca, por la mañana, fruncía el ceño y sacudía la cabeza, sentenciando: «Tú, hermano, el diablo te lleve, ¿Estás sudando, o qué? Ya podías ir al baño». A lo que Pietruska no contestaba nada y se ponía allí mismo a ocuparse aplicadamente con cualquier cosa; o se acercaba con el cepillo al frac del señor que estaba colgado o sencillamente ponía algo en orden. ¿Qué pensaba cuando callaba? Quizá dijese para sí: «Y tú, sin embargo, eres muy bueno, ¿no te fastidia repetir cuarenta veces lo mismo?» –Dios sabe lo difícil que es saber lo que piensa un siervo doméstico cuando el señor le echa un sermón. Así que esto es lo que se puede decir en principio sobre Pietruska.
El cochero Sielifan era un hombre completamente distinto... ahora bien, el autor se avergüenza mucho de entretener tanto a los lectores con la gente de clase baja, sabiendo por experiencia de qué mala gana suelen trabar ellos relaciones con las capas bajas. Así es el ruso: siente una fuerte pasión por conocer a cualquiera que fuera de otra categoría más alta, superior a la suya, y la amistad superficial con un conde o con un príncipe para él es mejor que cualquier relación estrecha de amistad. El autor teme incluso por su héroe, que sólo es un consejero colegiado. Los funcionarios palatinos, quizá lo conozcan, pero los que se han formado ya para la categoría de general, ésos, sabrá Dios, puede que hasta exhiban una de esas miradas despectivas que un hombre lanza con soberbia a todos los que no se humillan a sus pies o, lo que es aún peor, quizá muestren una mortal indiferencia hacia el autor. Pero por tristes que sean tanto una cosa como la otra, habremos de volver, no obstante, a nuestro héroe.
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