Jordi Matamoros Sánchez
La biblia aria
1ª edición en formato electrónico: septiembre 2020
© Jordi Matamoros Sánchez
© Montserrat Nicolás
Diseño de la cubierta: ImatChus
Terra Ignota Ediciones
c/ Bac de Roda, 63, Local 2
08005 - Barcelona
931.73.22.29 - 638.07.85.00
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ISBN: 978-84-122561-2-3
IBIC: FLG 2ADC
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Jordi Matamoros Sánchez
La biblia aria
Primera parte Primera parte El descubrimiento
El descubrimiento Primera parte El descubrimiento
Capítulo 1 Capítulo 1 El anciano chamán Evenki contemplaba absorto el cielo con la particular óptica que le confería la previa ingesta de Amanita Muscaria. A pesar de la quietud que mostraba su cuerpo, su alma vagaba inmersa en un caótico viaje… Volaba con rapidez por los siete mundos. Los seres sobrenaturales, perversos, de los mundos inferiores, intentaban atraerlo hacia la oscuridad. Con gran esfuerzo, remontaba el vuelo, surcando las raíces del averno. Reptaba por el inmenso tronco que llevaba al mundo terrenal. Allí, arropados por la paz y el sosiego de la noche, los hombres del poblado dormían al abrigo del fuego en sus sencillas tiendas cónicas, construidas con ramas y pieles curtidas. El silencio solo era roto por el llanto de algún bebé reclamando alimento nocturno o por algún bramido del rebaño de renos. Mas todo aquello quedaba atrás a una velocidad de vértigo; cientos de metros, quizá miles, separaban las raíces de aquel mitológico árbol de las ramas más altas… En ellas se hallaba ahora y estas estaban repletas de seres de luz que le susurraban sueños imposibles, con pensamientos angustiosos que venían a su mente en forma de pesadilla. En sus delirios, vio un pájaro que surcaba el aire dejando tras de si una sucia nube de humo negro como el carbón. Su pico, abierto, emitía un ensordecedor graznido que hacía temblar todo a su paso. La loza reventaba sin causa aparente y los animales huían en estampida. Desde el cielo, un tropel de cuervos descendía y atacaba sin piedad a hombres, mujeres y niños de su clan. De cada profundo picotazo surgía al instante una infesta pústula que no tardaba en estallar liberando así su putrefacto contenido. El gran pájaro tomaba más y más velocidad. Su estridente chillido se transformaba en un ensordecedor silbido y su color quedaba oculto por la luz que emanaba de sí mismo; una luz cada vez más cegadora. De pronto, y sin previo aviso, todo aquel entorno saltaba en pedazos: árboles, renos, tiendas, personas… Absolutamente todo se transformaba en una vorágine de destrucción. El chamán volvió a la realidad. Allí estaba, de pie y en soledad, en la fría tundra siberiana, ataviado con sus pieles, al igual que hicieran sus ancestros durante tantas y tantas generaciones, teniendo la seguridad de que aquel mal augurio era tan real como él mismo. Sabía que las horas, de la que fuera su vida hasta aquel momento, estaban a punto de terminar, tanto para él como para los suyos, así que no se molestó en avisarles, simplemente lloró por ellos mientras se abandonaba a la muerte. Su corazón se detuvo en el mismo instante en que una bella lluvia de estrellas adornaba el cielo de Tunguska.
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Segunda parte El Polo Norte
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Tercera parte El Polo Sur
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Cuarta parte El viaje
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
Capítulo 74
Capítulo 75
Epílogo
Agradecimientos
A Montse Nicolás… por todo.
Primera parte
El descubrimiento
Capítulo 1
El anciano chamán Evenki contemplaba absorto el cielo con la particular óptica que le confería la previa ingesta de Amanita Muscaria. A pesar de la quietud que mostraba su cuerpo, su alma vagaba inmersa en un caótico viaje…
Volaba con rapidez por los siete mundos. Los seres sobrenaturales, perversos, de los mundos inferiores, intentaban atraerlo hacia la oscuridad. Con gran esfuerzo, remontaba el vuelo, surcando las raíces del averno. Reptaba por el inmenso tronco que llevaba al mundo terrenal.
Allí, arropados por la paz y el sosiego de la noche, los hombres del poblado dormían al abrigo del fuego en sus sencillas tiendas cónicas, construidas con ramas y pieles curtidas. El silencio solo era roto por el llanto de algún bebé reclamando alimento nocturno o por algún bramido del rebaño de renos. Mas todo aquello quedaba atrás a una velocidad de vértigo; cientos de metros, quizá miles, separaban las raíces de aquel mitológico árbol de las ramas más altas…
En ellas se hallaba ahora y estas estaban repletas de seres de luz que le susurraban sueños imposibles, con pensamientos angustiosos que venían a su mente en forma de pesadilla. En sus delirios, vio un pájaro que surcaba el aire dejando tras de si una sucia nube de humo negro como el carbón. Su pico, abierto, emitía un ensordecedor graznido que hacía temblar todo a su paso. La loza reventaba sin causa aparente y los animales huían en estampida.
Desde el cielo, un tropel de cuervos descendía y atacaba sin piedad a hombres, mujeres y niños de su clan. De cada profundo picotazo surgía al instante una infesta pústula que no tardaba en estallar liberando así su putrefacto contenido.
El gran pájaro tomaba más y más velocidad. Su estridente chillido se transformaba en un ensordecedor silbido y su color quedaba oculto por la luz que emanaba de sí mismo; una luz cada vez más cegadora.
De pronto, y sin previo aviso, todo aquel entorno saltaba en pedazos: árboles, renos, tiendas, personas… Absolutamente todo se transformaba en una vorágine de destrucción.
El chamán volvió a la realidad. Allí estaba, de pie y en soledad, en la fría tundra siberiana, ataviado con sus pieles, al igual que hicieran sus ancestros durante tantas y tantas generaciones, teniendo la seguridad de que aquel mal augurio era tan real como él mismo. Sabía que las horas, de la que fuera su vida hasta aquel momento, estaban a punto de terminar, tanto para él como para los suyos, así que no se molestó en avisarles, simplemente lloró por ellos mientras se abandonaba a la muerte. Su corazón se detuvo en el mismo instante en que una bella lluvia de estrellas adornaba el cielo de Tunguska.
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