Al finalizar la escritura del presente libro me quedaron muchos interrogantes sobre los que quiero pensar. No podría encontrarme en un lugar mejor.
1Nunca escribí sobre la experiencia de ser parte de un puñado de psicólogos en APsaA; quizá algún día lo haga. En mi propio Instituto rara vez fui blanco de reacciones negativas debido a mi título. Una vez integrado a APsaA me sentí bienvenido como persona, pero la renuencia a tratar la cuestión de una formación psicoanalítica para psicólogos era palpable. En Europa era muy diferente. Inclusive después del juicio contra la Asociación para que permitiera la formación de psicólogos (Wallerstein, 1998), algunos se oponían a tratar a los psicólogos en pie de igualdad. Cuando me convertí en miembro del Consejo Ejecutivo de la APsaA, cada año el Director del Comité de Becas se presentaba ante el Consejo y describía a los residentes estelares a quienes se les había otorgado una. Y en cada ocasión yo sugería que se abrieran becas para psicólogos. El Director del Comité decía que lo tomarían en cuenta y el proceso se repetía al año siguiente. Advertí al Director que me proponía presentar mi petición al Consejo y poco después respondió por escrito que el Comité había decidido hacer lo mismo. Mediante estas pequeñas acciones traté de abrir lugar en APsaA para los psicólogos y luego para los asistentes sociales. Siempre comenzaba con este tipo de negociación, o con recordatorios suaves. Cuando los miembros de los Comités se reunían para hablar del reclutamiento de residentes para su formación psicoanalítica, yo les recordaba que los psicólogos serían candidatos excelentes.
2He concurrido a congresos clínicos en todo el mundo, y las discusiones suelen seguir el mismo patrón. Escuchamos el material clínico y luego la discusión gira alrededor de encontrar un significado lo más profundo posible. Paniagua (2001, 2008) ha insistido en señalar este fenómeno así como el problema que presenta. Creo que finalmente comprendo de qué se trata, y abordaré el tema en el último capítulo.
3Cecilio Paniagua, el joven analista, se convirtió en un querido amigo que con gran generosidad se prestó a leer concienzudamente mis obras. Sólo pasado un tiempo me enteré de que había hecho su formación psicoanalítica en el Baltimore-Washington Psychoanalytic Institute bajo la supervisión de Paul Gray. Vive ahora en Madrid y ha publicado numerosos trabajos sobre el método de atención cercana al proceso propugnado por Gray.
4En publicaciones anteriores, designé este tipo de pensamiento como lenguaje de la acción; sin embargo, a pesar de numerosos intentos de explicar las diferencias, hay quienes continúan confundiendo el término con la teoría del lenguaje de la acción planteada por Schaefer en 1968. Me pareció prudente cambiar el término antes que seguir alentando la confusión.
PARTE 1 Los cambios de paradigma
Capítulo 2
El saber psicoanalítico como
proceso y como estado
Es útil reconocer la diferencia entre dos tipos de saber psicoanalítico a fin de comprender mejor la eficacia del psicoanálisis en la creación de una mente psicoanalítica. El primero, con el que estamos más familiarizados, es lo que podríamos llamar conocimiento del estado . Nos encontramos aquí en un estado de saber ; es decir, ahora sabemos algo que antes no sabíamos. Lo que era inconsciente devino consciente. Con el paso del tiempo llegamos a una cierta comprensión de las razones por las cuales esto es útil, así como a algunos métodos que contribuyen a hacerlo más útil aún.5 El otro tipo de saber que es posible adquirir mediante el psicoanálisis y con el cual estamos menos familiarizados es lo que llamo conocimiento del proceso. Se trata del punto donde el analizando conoce el proceso que le permite comprender su mente y cómo lo afecta a él. Juntos, el conocimiento del estado y el conocimiento del proceso constituyen la base de la cura psicoanalítica y desempeñan el rol principal en el desarrollo de la capacidad para tener una mente psicoanalítica. Exploremos primero el concepto de conocimiento del proceso.
Un hombre de 32 años de edad, muy viril, aunque inhibido, comienza una sesión de su análisis preguntándose si me he dado cuenta de que cojea. Luego explica que se ha esguinzado el tobillo jugando al fútbol y después asocia con lo que no ha tenido: ni sueños ni pensamientos relacionados con la sesión anterior. Explica en detalle que se lastimó en el juego tratando de patear pelotas que de ningún modo podía alcanzar. Se encontró preguntándose por qué lo había hecho, y luego notó que, mientras se dirigía a mí, se preguntaba “si lo que decía tenía importancia o no era nada”.
F.B.: ¿Tratando de alcanzar algo o nada?
Esta frase llevó al paciente a pensar en el tiempo en que tenía unos 10 años y, echado en la cama, sentía que la habitación se achicaba pero a la vez se alargaba, como ocurre con una banda elástica cuando se la estira y los lados se acercan. Dijo: “Daba miedo. (Pausa) Ahora no estoy seguro de haberlo experimentado. ¿Acaso lo pensé siquiera?”
F.B.: Era algo o nada… es difícil saber si lo que trataba de alcanzar pudo dejarlo lastimado.
Quisiera hacer notar que mi intervención en esta breve viñeta formula un importante interrogante clínico respecto de cómo pensamos el proceso curativo en el psicoanálisis. Paso a describir lo que encuentro significativo.
El analizando inicia la sesión asegurándose de que noto que está dañado. Luego su mente se desliza a la carencia de pensamientos y tenemos entonces estos pensamientos no pensados . Los pensamientos, ¿duelen? Jugando al fútbol, se lastimó tratando de alcanzar algo que no estaba ahí; la “pelota sin pelota”. Luego cavila acerca de si lo que dijo es algo o nada. De otra manera, hemos vuelto a los pensamientos no pensados . Mi intervención intenta capturar este proceso , que creo contiene una pregunta sin representación; es decir, estos pensamientos peligrosos del “no ahí”, ¿pueden pensarse?
El paciente recuerda una época, nunca mencionada hasta ese momento, que parece tener una clara importancia simbólica. Sin embargo, la nueva idea se funde inmediatamente con el espacio mental donde residen sus pensamientos no pensados . Mi intervención apunta a devolver la representación a esta dinámica en la cual la respuesta al peligro consiste en que los pensamientos se convierten en falta de pensamientos . Ello contrasta con haber interpretado lo que sonaba a un encubierto temor a la castración.6 La necesidad de elegir (¿cuándo nos centramos en el proceso y cuándo en el contenido?) se presenta a lo largo de todos los análisis.7 Exploramos el tema en el resto del capítulo.
Nueva perspectiva de un viejo interrogante
¿Qué esperamos que nuestro paciente haya desarrollado al final de un tratamiento psicoanalítico “lo suficientemente bueno”? Lo que se nos ha enseñado a la mayoría de los psicoanalistas en la comunidad internacional respecto de nuestra práctica es que lo que más le urge conocer al paciente es su inconsciente. Nuestra teoría básica sugiere que cuantos más elementos inconscientes devengan conscientes, menor es la probabilidad de que se manifiesten en acto. Por cierto, esta perspectiva no carece de mérito. Sin embargo, debemos considerar otra: el proceso del saber es tan importante como lo que se sabe . La tesis que subyace la creación de una mente psicoanalítica es que lo que se logra en un tratamiento psicoanalítico relativamente exitoso es un modo de saber , no simplemente el hecho de saber. Mi experiencia con pacientes en reanálisis es que a menudo vienen sabiendo mucho pero no saben cómo se llega a saber . Se encuentran atrapados en lo que aprendieron de su/s exanalista/s pero no pueden continuar creciendo y desarrollándose cuando las exigencias de la vida los enfrentan a variaciones de angustias anteriores. Esto puede llevar a creer en un tipo de conocimiento que podríamos llamar intuición predecible, cuya expresión se observa en pacientes que, al escuchar una asociación sorprendente, dicen cosas como: “Oh, eso debe ser que está emergiendo mi padre (madre, hermana, hermano, etc.) crítico” o “Eso debe ser mi self fracturado” o “Mi parte homosexual”. Más que estimular el pensamiento, estas “intuiciones” lo detienen. Pueden convertirse en parte de una narrativa personal de autoengaño para protegerse de temores inconscientes y/o poner deseos en acto.
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