Yesenia Cabrera - Los pequeños macabros

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Entre los cuentos que componen este libro aguardan relatos tan sombríos que comienzan como pesadillas pero al final ese nombre no alcanza a ser suficiente. Lo bizarro y lo monstruoso se abrazan para incomodar a quien decida leer Los pequeños macabros. Yessenia Cabrera es una escritora mexicana cuya obra se centra en la narrativa, especialmente en el cuento de terror, con influencias que abarcan a Lovecraft, Stephen King, Lisa Morton y Guadalupe Dueñas, entre otros. Este libro le mereció el Premio Estatal de Cuento «Beatriz Espejo» 2018. Dentro de las páginas del presente libro se despliega un desfile de los miedos que probablemente acompañaron la niñez de más de un lector. Entre espectáculos circenses que se nutren de humanos, hijos y padres terribles, una pasta de dientes naturista que mata mucho más que las caries, amores rastreros y seres infernales listos para publicar libros, estos cuentos se quedarán un buen rato con quien los lea. «Para Yesenia Cabrera no hay diferencia entre sueño y vigilia, porque la pesadilla es la vida misma. Sus cuentos pertenecen a la más genuina literatura de lo extraño». Bernardo Esquinca «La imaginación de Yesenia Cabrera es insumisa: se niega a someterse a los tropos del horror ya establecidos y encuentra escenarios inquietantes donde los demás vemos la tranquilidad cálida de la cotidianidad; mientras que, en los lugares comunes del miedo, consigue hallar nuevos motivos para el sudor frío y la desazón. En los cuentos que se reúnen en Los pequeños macabros, los fenómenos de circo, las pesadillas, la infancia maligna y las transmutaciones se recombinan en historias de diferentes tesituras, desde el humor inocente hasta la amarga tragedia. Y, mientras avanzamos en la lectura, las obsesiones de la autora se vuelven también las nuestras». Raquel Castro

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PRESENTACIÓN El Gobierno del estado de Tlaxcala que preside el Mtro Marco - фото 1 PRESENTACIÓN El Gobierno del estado de Tlaxcala que preside el Mtro Marco - фото 2

PRESENTACIÓN

El Gobierno del estado de Tlaxcala que preside el Mtro. Marco Mena, a través del Instituto Tlaxcalteca de la Cultura, tiene como primordial misión resaltar el valor cultural y artístico del estado. En este sentido, la presencia de los Premios Estatales de Literatura, han sido un eje nodal para que escritores locales den vida y voz a sus obras y, por lo tanto, a la identidad cultural de nuestra sociedad.

El Premio Estatal de Cuento Beatriz Espejo, desde sus orígenes, ha distinguido a los autores más destacados de la región, y motivado la vida artística de escritores de gran importancia para las letras mexicanas. En ese arduo quehacer por promover el oficio de la creación literaria, el Instituto se enorgullece de abrir paso a las nuevas generaciones de escritores, como el caso de Yesenia Cabrera que, con Los pequeños macabros, se suma a la lista de los galardonados de este premio.

Esta obra cuentista refleja trabajo, constancia, contemplación y disciplina, que se resume en un proceso literario riguroso. Yesenia Cabrera nos presenta un trabajo con una excelente narrativa de ficción con mucha tensión y suspenso, un relato oscuro muy íntimo, de gran calidad para el disfrute de nuestros lectores, dando obvias razones para que día a día se posicione en el mundo de las letras; por este motivo, para el Instituto Tlaxcalteca de la Cultura, le complace con orgullo, brindar el apoyo para que esta publicación consolide su obra creativa en el tiempo.

Juan Antonio González Necoechea

DIRECTOR GENERAL

INSTITUTO TLAXCALTECA DE LA CULTURA

Para mi madre Lupe,

por el apoyo enorme y cálido.

Para César Alejandro, por el amor y la inspiración

que engendró desde el inicio,

con amor.

Para Ángel,

por su presencia en mi vida.

Vivimos en un mundo de atracciones de feria, donde todo es definitivamente peculiar y definitivamente ridículo.

THOMAS LIGOTTI

Los monstruos y los fantasmas son reales: viven dentro de nosotros y a veces ellos ganan.

STEPHEN KING

13

Entro al edificio. Me pone nervioso estar aquí. Siempre me ha parecido un lugar tenebroso. Algo tiene que no termina de gustarme. Tal vez sea su color, entre gris y azul metálico, o sus barandales que buscan ser vanguardistas.

No importa, de todos modos debo entrar.

Decimocuarto piso, el último. Es lo que me indica el guardia. Camino pensando en el lugar a donde me dirijo. Muy pocos edificios (¿o será que ninguno?) tienen un piso trece, dicen que es de mala suerte. Este, por ejemplo, salta de su penúltimo piso marcado con un 12, al último, que brilla con un radiante 14. Nunca he entendido ese tabú hacia el número cabalístico. El terror que provoca. En cambio, siempre me ha parecido especial: es primo y su suma hace cuatro (otro número cabalístico)… en fin, decido apartar esos pensamientos. Apuro el paso hasta el único elevador a la vista. Lo observo detenidamente. No tiene nada de especial, es un simple elevador. Aprieto el botón disponible, se enciende una flecha color verde.

Espero.

Estoy aquí por una buena razón. Me han citado para platicar sobre mi libro. Les ha interesado, tal vez lo publiquen.

El elevador suelta un pequeño sonido, como de animal moribundo, y su característico piiiin. Se abren las puertas. Cruzo el umbral. Acaricio el presuntuoso paquete bajo mi brazo derecho. Setecientas cuarenta y dos páginas mecanografiadas y listas para publicarse. Setecientas cuarenta y dos páginas, 7+4+2=13, mi número. Sonrío. Las puertas se cierran. El número rojo del indicador me señala que subo de la planta baja al primer piso. Cuento, para entretenerme, los botones. Voy al último piso, pero como se ha omitido uno, en realidad me dirijo al decimotercero. Debe ser el destino. Un buen presagio: la editorial publicará mi manuscrito. Les gustará mi novela apocalíptica. La he escrito con mucho esmero, y sé que mi trama no es del montón. No vengo a unirme a la horda, sino a romper el molde. Mi novela es diferente. Lo sé.

Sonrío. Confío.

Las puertas del elevador se abren. Me asomo a un pasillo oscuro, infinito. El número parpadeante del elevador indica TRECE, con letra, no con número. Me parece extraño, ¿dónde está el número doce o el catorce? ¿Es que me he equivocado? Pero antes de hacer cualquier cosa escucho una voz, es el editor. Me llama desde su lejana oficina, lo sé porque apenas puedo escuchar el repiqueteo de sus dedos contra el escritorio. Su sonrisa ilumina el pasillo. Camino guiándome por su faro dental. Trato de tranquilizarme pero me descubro temblando. Mi manuscrito percibe el temor, también vibra. Pronto la distancia se reduce, tengo ya al editor muy cerca, cuando lo escucho decirme: Buenas noches, gracias por venir a esta hora. Es algo repentino, lo sé, te ofrezco una disculpa. Por favor, ponte cómodo, siéntate ahí, y… no me veas así, no te inquietes por los cuernos. No son nada, son solo dos chichones que me hice accidentalmente mientras exploraba una caverna muy profunda y peligrosa, increíble lugar para un espeleólogo, igual y un día te llevo a visitarla. Bueno, bueno, eso no es importante por ahora. Lo capital aquí es el contrato de tu novela, déjame decirte que me ha encantado: los personajes son sublimes, la trama es encantadora, tu estilo es impecable. Ya verás cómo se vende muy bien, de lo demás ya vete olvidando; mientras, necesito que firmes justo aquí, donde dice firma del autor. Serán seis mil ejemplares de la primera edición y seiscientos sesenta más por reposición. Tú sabes, para entregar a algún crítico quisquilloso, para ponerlo en alguna biblioteca, cosas así. ¿Te parece bien? ¡Perfecto! Entonces, ahora sí, firma aquí. Pero hazlo con mi pluma, por favor… Sí, es tinta roja. La mayoría usa tinta negra, pero creo que en los contratos que yo hago, digo, mi empresa, el rojo es un color mucho más apropiado… como que va más con mi personalidad.

DEL CIRCO

CARNE DE COLORES

Para Oswaldo y Ángel

Aún vivíamos con mis padres. El terreno era un regalo de ellos para que pudiera «vivir una vida propia, en familia», como decía mamá. La casa estaría enfrente, sé que seguiría muy cerca de ellos, pero ya no sería lo mismo. A Rosi no le gustaba demasiado la idea, pero al menos era un avance.

Había sido la fiesta. No, no concretamente la fiesta, sino los asistentes. Y pronto vendría otra, una reunión atiborrada de prendas de colores y narices deformes, rojas y deformes. Tenía que olvidarlo ya. Había pasado demasiado tiempo. Ya estaba grandecito para andarme con cuentos y traumas de niño. Lo importante era que se acercaba el cumpleaños de mis sobrinos.

Me estaba desesperando esa mañana. Quería que llegara la grava, la arena, la piedra, las varillas; que vinieran los chalanes… y también mi padre. Siempre había soñado con que construyéramos mi propia casa. Mi sueño al fin se cumplía, él me explicaba cómo hacer la mezcla y me enseñaba a utilizar las herramientas de carpintería. Creo que papá tenía razón: siempre fui un bruto con la madera.

Cuando llegó, comenzamos a rascar. La tierra estaba dura, no podía enterrar bien la pala. Sentía como si estuviera golpeando piedra. Mi padre me pasó el pico, aún mirándome como si fuera un niño. Pensándolo bien, todavía lo era. Y no fue piedra lo que encontré, sino madera. ¿Madera, qué hace aquí?, ¿por qué era tan dura? Parecía una laja grande, o una caja. Al quitar la tierra, mi padre se dio cuenta de que no era una laja ni un tablón. Era simplemente una caja… o un ataúd, como uno de esos sarcófagos de las películas de terror de donde salen momias caminando lentamente. La rompí con el pico. Adentro había otra caja, una más pequeña.

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