Tales facultades hacían parte de la manera de ser de su hija, agregándole otra, igualmente inestimable: la educación universitaria que le costeó con enorme determinación y sacrificio.
Sofía no la defraudó.
Sin haber cumplido veinticinco, ya era secretaria ejecutiva de la presidencia de la empresa y nadie dudaba de una exitosa carrera profesional.
A pesar de su belleza, seguía soltera. Varios enamorados intentaron conquistarla, pero su carácter independiente y sus éxitos laborales, alejaron rápidamente a los menos audaces.
Desde unos meses atrás salía con un entusiasmado galán, y muchos ya comenzaban a conjeturar sobre un posible casamiento.
Claro está que también circulaban rumores acerca de la atracción que ejercía sobre su jefe. No los tomaba en serio. Exceptuando la relación profesional, un abismo la apartaba del presidente. De unas semanas para acá, sin embargo, notaba cada vez más sus frecuentes miradas.
La desconcertaba el gusto que ellas le proporcionaban.
YA LO VERÁS
A las seis en punto, Ana Rosa entró en la comisaría. El policía de turno miró instintivamente su reloj. Tenía órdenes de informar si alguien llegaba tarde. Le sonrió a manera de saludo. Ella contestó con un leve movimiento de la mano. No le gustaba confraternizar con nadie. Conservaba un atractivo semblante campesino. En varias ocasiones debió rechazar acercamientos que sospechó muy bien a dónde buscaban llegar.
Fue a la cocina. Mientras preparaba el desayuno, haría el aseo, a duras penas a tiempo para comenzar con el almuerzo y las demás tareas asignadas.
… cuando sufras verás a qué sabe
amar sin que nadie te cure el dolor…
—No hay todavía declaración oficial del intento de secuestro del que, al parecer, fue víctima anoche un diplomático norteamericano.
Cada mañana significaba una sorpresa conocer a los detenidos de la noche anterior. La comisaría era un “lugar de paso”. De ahí los trasladaban a la Fiscalía, directamente a la cárcel o eran liberados cuando se comprobaba ausencia de motivos.
Al repartir el desayuno, notó la presencia de la muchacha.
—¿Chocolate? —le ofreció.
—No quiero nada —contestó María Clara.
—Coma alguito, sumercé, la pasará mejor con el estómago lleno —insistió Ana Rosa.
—Me iré pronto. Ha sido una gran equivocación. Conozco a varias personas tratando de sacarme de aquí.
—No es mucho, pero le quitará el frío ese que se le nota a leguas.
—No soy capaz de comer nada. Me enfermaría.
—De todas maneras yo se lo guardo pa’más tardecito y usted me avisa.
—Gracias —añadió María Clara—. Oiga, señora, ¿usted me podría conseguir un cepillo de dientes? No tengo plata ahora pero cuando vengan por mí se lo pagaré, por favor.
—Me da pena niña, pero no me dejan hacerle ningún favor a los presos —lamentó Ana Rosa.
RELEVO
Calixto estaba a punto de entregar su turno al vigilante diurno. Eran más de la siete de la mañana y a pesar de la gruesa chaqueta, sentía frío. Aún así, le gustaba trabajar de noche.
…se vive solamente una vez,
hay que aprender a querer y a sufrir…
Recordó los buenos tiempos en que los porteros trabajaban directamente para los propietarios. Recibían más plata y consideraciones. “Hacen parte de la familia”, afirmaban éstos. Cuando cambiaron las normas, tuvo la fortuna de quedarse en el mismo edificio donde siempre estuvo.
Se ajustó la enorme cachucha. El uniforme también era tres tallas más grandes que la suya, pero cuando le pidió el cambio al supervisor, este respondió:
—Es el único que tenemos. Pero si no le gusta así, pues nos avisa, para ir buscando otro celador que sí nos dé la talla.
Se tuvo que tragar la rabia. Estaba próximo a jubilarse y no podía arriesgarse a que lo echaran.
A Calixto le gustaban las joyas y su elaboración.
Tenía habilidades para diseñar y producir verdaderas piezas de arte. Frecuentemente le encargaban trabajos de calidad. Soñaba con dedicarse a ello cuando se retirara.
Con nerviosismo acarició la pieza que guardaba en su bolsillo. Aunque le parecía valiosa, no estaba seguro.
Los sucesos de la noche anterior le impidieron analizarla en detalle.
El asunto de María Clara lo trastornó todo. ¡Cómo le gustaba esa muchacha! Familiarizado con sus andanzas y coqueterías, no sospechó nada raro cuando vio el carro parqueado en la acera de enfrente.
El exigente reglamento de la compañía de vigilancia en la que trabajaba le prohibía salir del edificio. Él trataba de evitar riesgos. No era gratuito haber sido considerado el mejor celador de ella los últimos años. Pero anoche la curiosidad lo venció.
—Un diplomático extranjero fue víctima de un intento de secuestro…
Esa niña tiene demasiados enamorados, recordó haberles comentado varias veces a sus colegas. Demasiadas serenatas, flores, regalos, invitaciones y carros caros. Algún día las cosas pueden acabar mal, vaticinó en repetidas ocasiones.
Al llegar su reemplazo, apagó el radio y se marchó esperando que en la tarde María Clara ya hubiera regresado y todo estuviera en orden. Se alegró, eso sí, al acariciar de nuevo la joya en su bolsillo.
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