segundo, el esclarecimiento del juicio moral sólo es posible en sociedades abiertas en las que el intercambio cultural es dinámico y permanente. Cuando se comprende que las convicciones morales son muy diferentes de una cultura a otra e, incluso, de un grupo social a otro, se acepta que la consecuencia inevitable de este diálogo es que la jerarquía de los bienes e ideales preferidos por la población pude variar de un modo relativamente rápido.
Tercero, las instituciones que regulan la sociedad deben haber aceptado que existen derechos fundamentales que se anteponen incluso a los ideales nacionalistas y al bienestar de la mayoría. Esto permitiría que las personas, en caso de conflicto o guerra, actuarán de manera autónoma evitando actos atroces, incluso, cuando éstos fueran permitidos y aun promovidos por los Estados. Aquí el individuo se convierte en su propio agente para examinar, desde puntos de vista axiológicamente disonantes, la pertinencia moral de sus decisiones o para arbitrar juicios de valor racionalmente fundados incluso en contextos de exacerbado fanatismo.
Fortalezas de este medio de educación moral
Es evidente que los procedimientos de clarificación en valores producen una mayor capacidad de juicio y decisión. Además, su apropiación en países con alto índice de migración (España, Inglaterra, Australia, Italia) ha logrado mermar los fenómenos tradicionalmente asociados a la subordinación étnica: desacreditación de creencias ancestrales, establecimiento de ghettos, marginación de los empleos y de las actividades productivas más rentables, etc.
Este tipo de formación resulta propicio a los ideales ciudadanos que plantea la llamada “aldea global”, ya que conduce a la formación de un ser humano plural que asume como principio el respeto a los Derechos Humanos y a los valores que de ellos se desprenden. La concienciación e internacionalización de valores como la libertad involucra un ejercicio de consenso en el que el individuo establece los límites del mundo del “yo”, en relación con el mundo de los “otros”. A medida que se desarrolla moralmente empieza a notar la necesidad de compartir ciertos espacios de su esfera privada para, en contraposición, extender su dominio de actuación en las esferas de lo comunitario y lo público.
Desde esta perspectiva, se suspenden las visiones sobre el funcionamiento entrópico de las sociedades en las que el beneficio de unos resulta en el irremediable perjuicio de los otros. Por ejemplo, la libertad no es concebida en términos territoriales, sino en términos funcionales: en la medida en que el individuo otorgue el permiso para circular de manera irrestricta en su esfera personal tendrá, asimismo, la capacidad para introducirse en un número mayor de ambientes, escenarios, grupos, etc. que le planteen nuevas formas de realización y satisfacción.
Crítica a este medio de educación moral
La mayoría de las críticas que se presentan al desarrollo del esclarecimiento en valores y de la capacidad de juicio moral están dirigidas al relativismo moral que supone una “ciudadanía para el mundo”. Veamos:
1 Teniendo en cuenta la complejidad de los condicionamientos de la conducta humana, los críticos de la clarificación de valores no encuentran verosímil que un solo procedimiento educativo venga a influir decisivamente en tantos y tan variados ámbitos. Además, promueve la idea de un relativismo moral en el que los principios axiológicos quedan reducidos a particularidades de tipo cultural que pueden trivializar los aspectos trascendentales de una sociedad. De esta forma, cuestiones de tipo jurídico y ontológico, llegan a compartir la misma estructura lógica que las preferencias de consumo.
2 La clarificación de valores no contempla los elementos de tipo afectivo y volitivo de los que depende el buen comportamiento moral, sino que se limita al desarrollo de los componentes racionales de la personalidad. Los sentimientos y las experiencias resultan marginales dentro de una ecuación que traduce los elementos del dilema moral en variables cuyos valores están predeterminados por el discurso de los Derechos Humanos. Algunos autores critican el sacrificio de las convicciones axiológicas ya existentes en los alumnos -pertenecientes al plano de lo concreto-, en aras de la formación del pensamiento formal. Y sostienen que la llamada reflexión crítica, el contraargumento y las discusiones a base de objeciones constituyen motivaciones muy débiles al momento enfrentar situaciones morales reales.
EL DESARROLLO DE LA CAPACIDAD
sin duda, el psicoanálisis es el mayor código de autocomprensión formulado en la modernidad. su desarrollo en la primera mitad de siglo XX fue clave para entender ciertas carencias en el desarrollo de actitudes sociales y desordenes mentales que hasta el momento habían sido explicados desde la religión, la literatura o el derecho penal.
De hecho, el término empatía fue acuñado en su versión actual por Titchener como parte de un léxico psicológico que pretendía dar cuenta de la capacidad que tenía una persona para representarse el mundo de otra. Esto resulta de trascendental importancia en la terapia psicoanalítica que reconoce la existencia de diversas conciencias en la psique del individuo, las cuales funcionan, la mayoría de las veces, de manera independiente, lo que genera comportamientos y conductas no conscientes. Estas diferentes “conciencias” afloran en situaciones específicas y, en consecuencia, ocasiona comportamientos poco típicos como actos fallidos, desinhibiciones y, en casos extremos, la múltiple personalidad.
Las características de la personalidad moralmente buena
A lo largo de la historia, la capacidad de entenderse a sí mismo ha incidido en la definición de ideales de comportamiento: la exomologesis griega dio paso a un ciudadano que se cuestionaba sobre el cuidado de sí; la introspección católica promovió un hombre atento al pecado y a las tentaciones y, finalmente el psicoanálisis dio lugar a una persona que establece diálogos consigo misma para resolver la forma moral cómo se debe actuar. Independientemente de cuál método se siga para el desarrollo de la capacidad de empatia sus objetivos están dirigidos a:
1 Desarrollar la aptitud de representar las vivencias perceptivas de otra persona y de reproducirlas adecuadamente. La percepción de una persona está influida por experiencias previas, razonamientos recurrentes y la disponibilidad conceptual con que cuenta para describir su mundo, conquistas, deseos y posibilidades; es decir, su psique. La persona que pueda representarse este complejo mundo tendrá no sólo mayores habilidades sociales, sino que también tenderá a actuar de manera diferenciada con los otros, a fin de no causar dolor o sufrimiento, ya sea evitando ciertos estímulos que desencadenen reacciones traumáticas o comportamientos que promuevan malestar.
2 Desarrollar la capacidad de deducir los pensamientos de otra persona a partir de lo que hace. Esta aptitud se muestra en las suposiciones probables que se tienen de los pensamientos, modos de ver las situaciones, propósitos, planes, motivos, actitudes y valoraciones de otra persona. Esto conduce a reconocer que existen diferentes modos de satisfacción de los anhelos, con lo cual se tiende a respetar las vías de desarrollo ajeno. Temas de orden moral, como el cambio de sexo, la eutanasia asistida y el matrimonio y la paternidad homosexual resultan más comprensibles para las personas que cuentan con esta capacidad.
3 Desarrollar la aptitud de poder conocer el estado de ánimo que en un momento dado tiene otro individuo o cuando menos imaginárselo. Una habilidad básica de la sociabilidad es la de identificar diferentes grados de estabilidad en la psique humana: los comportamientos tienden a ser espontáneos y fácilmente alterables, la conducta tiene maneras más regulares de actuación y la personalidad tiende a permanecer inalterable por largos periodos de tiempo. El juicio que emite un desconocido ante un arranque de indignación de otro puede resultar en sanciones morales severas, que, probablemente, sean impropias, pues se estaría criticando un comportamiento espontáneo y no sus propósitos volitivos, los cuales, realmente pueden dar cuenta de su ser y persona.
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