DIARIO
ÉDOUARD LEVÉ
La ambigüedad del título de este libro queda rápidamente resuelta en cuanto se ve su estructura. Si bien es un registro del paso del tiempo, no se trata de un diario íntimo sino de un objeto hecho a semejanza de un periódico. Sus partes reproducen las secciones de un diario: Cultura, Policiales, Economía, Pronóstico del tiempo, Guía de cine, teatro y música, Deportes.
Si en Obras , su libro anterior, Édouard Levé inventa quinientas treinta y tres obras/proyectos que en su mayoría nunca fueron realizados, en Diario ningún material de la composición le es propio. Se trata de una particular selección de fragmentos de notas periodísticas efectivamente publicadas en distintos medios a las cuales les borra toda referencia: no hay nombres propios de personas ni de lugares, tampoco fechas ni títulos de libros o de películas. Mediante este procedimiento formal, con claras reminiscencias oulipianas, Levé muestra la construcción de la noticia, dejando ver su esqueleto y, por lo tanto, poniendo en evidencia su artificialidad.
Un libro deslumbrante que genera un efecto de lectura inesperado, porque si de los hechos narrados no conocemos lugar, protagonista ni tiempo, pueden haber sido realizados en cualquier lugar, por cualquier persona y en cualquier momento.
Diario
ÉDOUARD LEVÉ
Traducción de Matías Battistón
Unas veinte personas mueren en un atentado suicida perpetrado en un hotel de una localidad turística costera. Un hombre con una mochila llena de explosivos logra acceder al hall de entrada y detona la carga cuando se encuentra en medio de un grupo que se prepara para salir de excursión. La mayoría de las víctimas son turistas, pero se ignora tanto su identidad como su número exacto. La violencia del estallido impide la reconstrucción precisa de los cuerpos.
En un barrio popular, la explosión de una bicicleta cargada con diez kilos de dinamita provoca la muerte de cuatro policías y una niña de cinco años. Las autoridades atribuyen inmediatamente el atentado a un grupo de guerrilleros. Otros dos paquetes bomba son desactivados en la capital. Sin embargo, la guerrilla y el gobierno han convenido una fecha para firmar un alto el fuego. Un recrudecimiento de los atentados guerrilleros, en particular contra las torres eléctricas en las cercanías de la ciudad, ha acompañado el acuerdo, obtenido gracias a los buenos oficios de una organización internacional de naciones.
Un ataque contra el centro cultural de un país extranjero deja un saldo de cuatro policías muertos y veinte personas heridas. El atentado, que ninguna facción reivindica, lo ejecutan cuatro hombres en dos motos, que abren fuego contra los policías durante el cambio de guardia. Los terroristas logran escapar. A partir de la ola de ataques, se ha reforzado considerablemente la seguridad delante de todos los edificios oficiales del país extranjero. Como se aproxima la fiesta nacional, la policía multiplica los controles. El ministro del Interior afirma que este atentado es obra de facciones de extrema izquierda, muy presentes en el este del país.
La policía declara haber arrestado a seis hombres supuestamente vinculados con una red terrorista. Las escuchas telefónicas revelan su proyecto de asesinar al presidente. Uno de ellos es arrestado al bajar del avión, pero la policía lo libera al otro día por falta de pruebas. Los otros cinco son arrestados en un garaje que les sirve de lugar de culto. La policía confisca cintas de video, agendas y varios planos de embajadas.
Cuatro hombres son arrestados en posesión de una cantidad industrial de cianuro y de los planos de varias embajadas de la capital. Durante el allanamiento, la policía encuentra un plano de la red de distribución de agua de la ciudad.
El segundo presidente en funciones, autoproclamado hace tres meses, se hace fotografiar en los peldaños de la sede de su municipio, rebautizada “palacio presidencial”, rodeado de doscientos oficiales de uniforme que vinieron a ofrecerle su apoyo. En su mayoría provienen de la administración. No se conocen las preferencias del ejército local a favor de un presidente u otro. No es un factor decisivo, ya que su peso es más simbólico que real: el ejército es menos rico en hombres (treinta mil) que en generales (unos cien). No posee ningún buque de guerra, y el director de las “fuerzas navales” no navega desde hace quince años. Tampoco cuenta con aviones de combate ni helicópteros, solo ochocientos aviones de transporte. Para los desplazamientos importantes, las tropas recurren a la aviación civil. Los doce blindados tienen más de cuarenta años y sirven más que nada para los desfiles. La mitad de los militares son gendarmes. Reciben un trato preferencial, porque llevan adelante el combate más importante del país, contra los ladrones de cebúes, organizados en facciones armadas.
Una región independentista es aplastada por el ejército ante la indiferencia de la opinión internacional, más preocupada por ganarse el favor del gobierno que por el respeto de los derechos humanos en una zona de nulo interés económico. Los testimonios de los rebeldes confirman las declaraciones de las asociaciones humanitarias: las operaciones de limpieza se multiplican después de la ola de atentados que justifica, según las autoridades, una severa represión. En esta zona, los observadores internacionales tienen prohibido moverse libremente. Una mujer comenta: “Dijeron que volverían y que matarían al resto de la familia si hablábamos. Así que nos fuimos”. En la zona donde se ha refugiado, como miles de sus compatriotas, esta mujer teme menos al frío y al hambre que a las misiones punitivas de las brigadas especiales, que ya han vaciado la mitad de las aldeas de la región. “Los que se quedan no se atreven a mirarse a los ojos, porque temen que alguien los delate. Nadie sabe lo que les cuentan los demás a los torturadores”. Dos meses antes, la encierran en su casa durante una semana con lo que queda de su familia, mientras usan una casa vecina como sala de interrogatorio y tortura. Solo escucha gritos. Más tarde, descubre que a uno le cortaron una oreja, a otro los testículos, y que a otro lo obligaron a comérselos. A una mujer la dejaron desnuda sobre una pila de cadáveres durante días. Nadie sabe la cantidad exacta de víctimas, porque los habitantes son amenazados con represalias si llevan la cuenta de sus muertos. Les creen a los militares cuando, después de martirizar a toda una aldea durante cinco días, estos juran que van a volver. Todas las noches hay escuadrones de hombres con pasamontañas, altos y fuertes, que conducen borrachos vehículos sin matrícula, van a las casas y exterminan a todos los que encuentran adentro. Los acompañan colaboradores locales, también con pasamontañas. Estos escuadrones son formados en unidades especiales, que desde hace décadas les enseñan a matar, torturar y ocultar cualquier rastro de sus intervenciones. Se acuartelan en casas en la periferia de las aldeas, torturan sin descanso durante varios días, y arrasan la aldea para concluir sus operaciones relámpago. La primera cámara de tortura provisoria se inauguró hace tres años, en presencia de varios generales. Uno posaba en la televisión delante de los cadáveres, que según él eran “bandidos caídos en combate armado”. Justificaba el hecho de que se atacara a gente inocente escudándose en “la necesidad de hacerles entender a los habitantes que si sufren es por culpa de los terroristas. Les convendría colaborar”.
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