John Owen - La mortificación del pecado

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Este libro es un resumen del escrito por el puritano John Owen, publicado por primera vez en 1656, titulada Sobre la Mortificación del pecado. Fue parte de una trilogía de obras por el mismo autor sobre los temas de la tentación a pecar; la mortificación del pecado, y el pecado que mora en nosotros. para muchos pastores y teólogos de hoy, estas obras siguen siendo, sin duda alguna, las mejores obras en existencia para ayudar al creyente en cómo enfrentarse con la tentación y vencer el pecado en nuestras vidas.El autor nos dice: «La regeneración no aniquila el pecado completamente sino que produce un cambio en nuestra relación con él, liberándonos de su poder condenatorio y esclavitud. No obstante, debemos ocuparnos a lo largo de nuestras vidas con la mortificación del poder del pecado que todavía permanece en nosotros. Cuando el pecado nos deje en paz, entonces nosotros lo podemos dejar en paz. El pecado es engañoso y sabe cómo aparentar que está muerto, cuando en realidad todavía está vivo. Debido a esto, debemos perseguirlo vigorosamente en todo tiempo hasta la muerte. No debemos proporcionarle ninguna cosa que le fortalezca o que le ayude a tener fuerza, poder y vitalidad»."Al leer a John Owen, uno entra en un mundo sin igual. Cada vez que regreso yo a una de sus obras, me voy preguntando, «¿Por qué paso tanto tiempo leyendo otra literatura de menos valor?» Sinclair Ferguson."Los tratados de John Owen sobre el pecado que mora en el creyente y la mortificación del pecado son en mi opinión las obras de más ayuda que jamás fueron escritas" Jerry Bridges."Yo le debo a John Owen más que a cualquier otro teólogo, antiguo o moderno, y le debo más a su obra, La Mortificación del Pecado, que a cualquier otro escrito" J.I. Packer.

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c) ¿Cuál es el significado de “mortificar” (hacer morir o amortiguad)? Este es un lenguaje figurado. Imagine que se mata a un animal. Matar un animal significa quitar su fuerza, poder y vida para que ya no pueda actuar y hacer lo que quiere. Esta es la figura que está en mente aquí. La naturaleza pecaminosa (o el pecado que todavía mora en nosotros) es comparada con una persona, el “viejo hombre” con sus recursos habilidades, sabiduría, maquinaciones, fuerza, etc. Pablo dice que esto es lo que debemos matar. Esto es lo que debería ser muerto (mortificado), es decir su fuerza, poder y vida deberían ser quitados por el Espíritu.

En un sentido, la mortificación del pecado es un evento que ya ha ocurrido. La Escritura dice que “el viejo hombre” ha sido crucificado con Cristo (Rom.6:6). “Morimos con Cristo”, dice Romanos 6:8. (Vea también Gál.5:24.) Esto ocurrió en el momento cuando nacimos de nuevo (Rom.6:3-8). Sin embargo, cada creyente tiene todavía los remanentes3 de la naturaleza pecaminosa que buscarán continuamente expresarse. Es el deber de cada creyente hacer morir los remanentes de esta naturaleza pecaminosa. 3Esto debe ser hecho continuamente para que los deseos de la naturaleza pecaminosa no sean satisfechos. (Vea Gál.5:16)

Finalmente, la frase “ viviréis ” es una promesa dada a los creyentes para animarlos a cumplir su deber. La vida prometida es lo opuesto de la muerte con que se amenaza previamente “ si viviereis conforme á la carne, moriréis ”. (Vea también Gál.6:8.) Quizás el apóstol tiene en mente tanto la vida espiritual en Cristo, como la vida eterna. Todos los creyentes verdaderos ya tienen esta vida espiritual, pero pueden perder el gozo, el consuelo y la fortaleza que esta vida les proporciona. En un contexto diferente, el apóstol Pablo escribió, “ Porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor .” (1 Tesalonicenses 3:8) En otras palabras, ahora mi vida será buena y tendré gozo y consuelo en esta vida. En una forma semejante el apóstol está diciendo aquí: usted vivirá una vida espiritual buena, vigorosa y confortable, mientras que esté aquí y recibirá vida eterna en el fin. La fortaleza, poder y disfrute de nuestra vida espiritual dependen de la mortificación de las obras de nuestra naturaleza pecaminosa.

Capítulo 2 El Deber Perpetuo de Cada Creyente

En el capítulo anterior hicimos la introducción de este asunto examinando las palabras y las frases en el texto en Rom.8:13 “si por el espíritu mortificáis las obras de la carne, viviréis”. En este capítulo fijaremos nuestra atención en una declaración importante señalada con anterioridad: Los creyentes verdaderos, quienes definitivamente son libres del poder condenatorio del pecado (y de su esclavitud), no obstante, deben ocuparse a lo largo de sus vidas con la mortificación del poder del pecado que todavía permanece en ellos.

Pablo repite esta misma verdad cuando exhorta a los colosenses: “ Por lo tanto, haced morir lo terrenal en vuestros miembros .” (Colosenses 3:5, RVA) ¿A quién se está dirigiendo Pablo? Se está dirigiendo a aquellos que han “resucitado con Cristo” (Col.3:1), a aquellos que “han muerto” con Cristo (Col.3:3), y aquellos que “serán manifestados con El en gloria” (Col.3:4). Lector, ¿Mortifica usted sus pecados? Su vida depende de esto. No deje de hacerlo ni siquiera por un solo día. Mate al pecado o el pecado matará su paz y su gozo. El apóstol nos dice que ésta era su práctica cotidiana en 1 Cor.9:27, “ pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer ”. Si ésta fue la práctica cotidiana de Pablo (quien fue honrado con gracia, revelaciones, goces, privilegios, consuelos espirituales más que otros), entonces ¿por qué suponemos que estaremos exentos de la necesidad de hacer lo mismo?

1. Mientras que estemos vivos, los restos del pecado vivirán en nosotros.

Este no es el momento para discutir contra la noción tonta de la impecabilidad o perfeccionismo en esta vida. Debemos ser como el apóstol Pablo, quien no se atrevió a hablar como si “ya lo hubiésemos alcanzado...o ya fuésemos perfectos” (Fil.3:12). Nosotros también reconocemos nuestra necesidad de ser renovados en el hombre interior “de día en día” (2 Cor.4:16). Reconocemos que tenemos un “cuerpo de muerte” del cual no seremos librados hasta que nuestros cuerpos mueran. (Vea Rom.7:24 y Fil.3:21.) Entonces, admitimos que los restos del pecado permanecerán en nosotros, en un grado mayor o menor hasta el día de nuestra muerte. Puesto que ésta es la realidad del asunto, no tenemos otra opción salvo la de hacer de la mortificación del pecado, nuestro trabajo diario. Si una persona ha sido mandada a matar al enemigo pero antes de que el enemigo sea muerto deja de golpearle, entonces ha dejado el trabajo a medias. (Vea 2 Cor.7:1; Gál.6:9 y Heb.12:1.)

2. Los restos del pecado en nosotros son constantemente activos mientras que vivamos, y están luchando continuamente para producir actos pecaminosos.

Cuando el pecado nos deje en paz, entonces nosotros lo podemos dejar en paz. No obstante, esto no ocurrirá nunca en esta vida. El pecado es engañoso y sabe como aparentar que está muerto, cuando en realidad todavía está vivo. Debido a esto, debemos perseguirlo vigorosamente en todo tiempo hasta la muerte. El pecado siempre está obrando. “Porque la carne codicia contra el Espíritu.” (Gálatas 5:17) Los deseos pecaminosos nos tientan y nos guían hacia el pecado (Stg.1:14-15). A veces, trata de persuadirnos a pecar, en otras ocasiones trata de impedir que hagamos el bien y aún en ocasiones trata de desanimarnos respecto a la comunión con Dios. Como Pablo nos dice: “mas el mal que no quiero, éste hago.” (Romanos 7:19) También dice: “Y yo sé que en mí (es á saber, en mi carne) no mora el bien.” (Romanos 7:18) Esto es lo que detuvo a Pablo de hacer el bien: “Porque no hago el bien que quiero.” (Romanos 7:19) En esta misma manera cada creyente encuentra que hay una lucha interior cuando trata de hacer el bien. Esto es el porqué Pablo se queja tanto acerca de esto en Romanos capítulo siete. Cada día sin excepción, el creyente se encuentra en este conflicto con el pecado. El pecado siempre está activo; siempre está planeando; siempre está seduciendo y tentando. Diariamente el pecado nos está derrotando o nosotros le derrotamos a él. Esto continuará así hasta el día de nuestra muerte. No hay ninguna defensa contra los ataques del pecado, excepto una guerra continua contra él. 4

3. Si el pecado no es frenado, si no es continuamente mortificado, entonces producirá pecados dominantes y escandalosos que dañarán nuestra vida espiritual.

El pecado siempre aspira a lo peor. Cada vez que el pecado se levanta para tentarnos o seducirnos, nos conduciría al peor pecado posible de esa clase, si no fuera refrenado. Por ejemplo, si pudiera, cada pensamiento sucio o mirada lasciva terminaría en el adulterio. El pecado, tal como el sepulcro, nunca se sacia. Un aspecto principal de la naturaleza engañosa del pecado, es la forma en que comienza con pequeñas demandas. Los primeros ataques y sugerencias del pecado son siempre muy modestas. Si el pecado tiene éxito en su primer avance, entonces exigirá cada vez más hasta que por fin, “el mero hecho de mirar a una mujer hermosa bañándose” termine en el adulterio, en maquinaciones malvadas y en el homicidio. (Vea 2 Sam.11:2-17)

Como el escritor a los Hebreos nos advierte, no debemos permitir que el engaño del pecado nos endurezca (Heb.3:13). Si el pecado tiene éxito en sus primeros avances, entonces repetirá su ataque inicial hasta que el corazón se torne menos sensible al pecado, y esté preparado para hundirse más en él. El corazón está siendo endurecido sin percatarse de ello con el fin de que el pecado aumente sus demandas sin que la conciencia sea muy turbada. De este modo, el pecado progresará gradualmente incrementando sus demandas pecaminosas. La única cosa que puede impedir que el pecado siga progresando es la continua mortificación de él. Aún los creyentes más santos en el mundo caerán en los peores pecados si abandonan este deber.

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