7Metafísica , citado por Farrington, op. cit., pág. 131.
8Timeo, 90, 91.
9Fedón, citado por Bertrand Russell, A History of Western Philosophy, Londres, 1946, pág. 159.
10 Se ha establecido una interminable controversia sobre la significación de una sola palabra, έιλομέγηυ o ιλλομέυηυ, contenida en el Timeo, 40 B, cuya traducción, Dreyer interpreta así: “Pero la Tierra, la que nos nutre, corría alrededor del eje que se extiende a través del universo; era como el guardián y artífice del día y de la noche, la primera y más antigua de las deidades que se engendraron dentro del universo” ( op. cit., págs. 71 y sig.). Burnet, en cambio, lee, en lugar de corría, “ iba de aquí para allá ”, o “ hacia atrás y hacia adelante ”. ( Greek Philosophy, pág. 348); el profesor A. E. Taylor, citado por Heath, Greek Astronomy, pág. XLI, sugiere que ha de entenderse la frase como que la Tierra “se desliza abajo y arriba por el eje del universo”, y que Platón no hacía sino citar una teoría pitagórica (que él evidentemente no compartía), sin apoyarla. Independientemente de esta nebulosa frase, Platón no alude en ninguna otra parte al movimiento de la Tierra. Plutarco, al discutir el sistema de Filolao y su fuego central, informa que “se dice que también Platón, en la vejez, sostuvo estas ideas, pues también él pensaba que la Tierra se encontraba en una posición subordinada y que el centro del universo estaba ocupado por algún cuerpo más noble” (PLUTARCO, Vida de Numa, cap. 11, citado por Dreyer, pág. 82). Si bien es posible que el anciano Platón jugueteara con la idea del “fuego central” desde un punto de vista casi mitológico, en ningún otro lugar de sus escritos vuelve a referirse a ella.
11Timeo, 33B-34B, citado por Heath, op. cit., págs. 49 y sig.
12 FARRINGTON, op. cit., pág. 56.
13 Sobre un conciso resumen de las diferentes actitudes de Aristóteles y Platón ante el cambio, véase Popper, op . cit., vol. II, págs. 4-6, y particularmente nota 11, págs. 271 y sig.
CAPÍTULO V
El divorcio de la realidad
I. ESFERAS DENTRO DE ESFERAS (EUDOXO)
En un universo cerrado, donde las estrellas fijas ya no planteaban ningún problema especial, aún faltaba comprender qué eran los planetas. La principal tarea de la cosmología consistía en idear un sistema que explicara cómo se movían el Sol, la Luna y los cinco planetas restantes.
Esta tarea resultó más urgente cuando la aseveración de Platón –según la cual todos los cuerpos celestes se movían en círculos perfectos– llegó a ser el primer dogma académico en la primera institución que llevó ese solemne nombre. La misión de la astronomía académica era la de demostrar que las líneas aparentemente irregulares y tortuosas que seguían los planetas eran la resultante de alguna combinación de varios movimientos simples, circulares, uniformes.
Eudoxo, el discípulo de Platón, realizó la primera tentativa seria, superada luego por su propio discípulo, Calipo. Trátase de una tentativa ingeniosa: Eudoxo era un matemático brillante a quien se debió la mayor parte del quinto libro de Euclides. En los anteriores modelos geocéntricos del universo cada planeta –según se recordará– estaba ligado a una esfera transparente propia, y todas las esferas giraban alrededor de la Tierra. Pero como esto no explicaba las irregularidades de sus movimientos, tales como los ocasionales altos y retrocesos temporales, y las “detenciones” y “regresiones”, Eudoxo asignó a cada planeta no una sola esfera, sino varias. El planeta está ligado a un punto del ecuador de una esfera, que gira alrededor de su eje A ; los dos extremos de ese eje están fijos en la superficie interior de una esfera concéntrica mayor, S 2 , que gira alrededor de un eje diferente A 2 y lleva consigo a A. El eje de S 2 está fijado a la siguiente esfera, más grande, S 3 , que gira alrededor de un eje diferente, A 3 , y así sucesivamente. De esta suerte, el planeta participa de todas las rotaciones independientes de las varias esferas que forman su “juego” y, al hacer que cada esfera gire con la inclinación y velocidad apropiadas, es posible reproducir aproximadamente –aunque solo apenas aproximadamente– el verdadero movimiento de cada planeta. 1El Sol y la Luna necesitaban un juego de tres esferas cada uno. Los otros planetas, cuatro esferas cada uno, lo cual (con la única modesta esfera asignada a la multitud de estrellas fijas), hacía un total de veintisiete esferas. Calipo perfeccionó el sistema a costa de agregarle siete esferas más, lo cual hizo un total de treinta y cuatro. En aquel momento intervino Aristóteles.
En el capítulo anterior me limité a los rasgos generales y a las consecuencias metafísicas de la concepción aristotélica del universo, sin ocuparme de detalles astronómicos. Hablé, pues, de las nueve esferas clásicas, desde la esfera de la Luna a la del Primer Motor (que fueron en verdad las únicas recordadas durante la Edad Media), sin decir que cada una de esas nueve esferas era realmente un juego de esferas dentro de otras esferas. En realidad, Aristóteles empleó cincuenta y cuatro esferas en total para explicar los movimientos de los siete planetas. Es interesante la razón por la cual agregó estas veinte esferas más. Ni a Eudoxo ni a Calipo les interesaba construir un modelo que fuera físicamente posible. No tenían interés en el mecanismo real de los cielos; construyeron un dispositivo puramente geométrico que, como ellos sabían muy bien, solo existía en el papel. Aristóteles deseaba algo mejor y transformó el esquema en un verdadero modelo físico. La dificultad estribaba en que todas las esferas adyacentes debían relacionarse mecánicamente y, sin embargo, el movimiento individual de cada planeta no debía transmitirse a los otros. Aristóteles trató de resolver este problema intercalando una serie de esferas “neutralizadoras” que giraban en dirección opuesta a la de las “esferas operantes”, entre dos juegos sucesivos; de esta manera el efecto de los movimientos de Júpiter sobre su vecino, por ejemplo, quedaba eliminado, y el juego de Marte podía moverse por sí mismo; pero, como reproducción de los movimientos planetarios reales, el modelo de Aristóteles no representaba ningún progreso.
Además quedaba otra dificultad. Mientras cada esfera participaba en el movimiento de la mayor siguiente, en que estaba encerrada, necesitaba una fuerza motora especial para rotar independientemente sobre su propio eje, lo cual significaba que debían existir no menos de cincuenta y cinco “motores inmóviles” o espíritus, para mantener el sistema en movimiento.
Tratábase de un sistema extremadamente ingenioso y completamente insensato, aun para el nivel de los contemporáneos de Aristóteles, como lo demuestra el hecho de que, a pesar del enorme prestigio de este, el sistema quedó pronto olvidado y sepultado. Sin embargo, era solo el primero de los diversos sistemas –igualmente ingeniosos e igualmente insensatos– que los torturados cerebros de los astrónomos crearon obedeciendo a la sugestión poshipnótica de Platón: que todo el movimiento celeste debe ser movimiento circular alrededor de la Tierra.
Y había también cierta pizca de fraude en tal sistema. Las esferas de Eudoxo podían explicar –aunque imprecisamente– el fenómeno de las “detenciones” y “retrocesos” en la marcha de un planeta; pero no podían explicar jamás los cambios de tamaño y brillo producidos por las variaciones de la distancia a que el planeta se hallaba respecto de la Tierra. Esta circunstancia era particularmente evidente en los casos de Venus y Marte y, sobre todo, en el de la Luna. Por ejemplo, los eclipses centrales del Sol son “anulares” o “totales”, según la momentánea distancia a que la Luna se halle de la Tierra. Ahora bien, todo esto se sabía antes de Eudoxo y, desde luego, lo sabían el propio Eudoxo y Aristóteles; 2sin embargo, sus sistemas ignoran sencillamente tal hecho: por complicado que sea, el movimiento del planeta se limita a alguna esfera alrededor de la Tierra, y la distancia del planeta respecto de la Tierra, por ende, nunca puede variar.
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