Llegamos al despacho, que casualmente queda muy cerca del lugar donde está el edificio que negociaba Trejo.
—Antes de empezar quisiera preguntarte, Alicia, ¿tenés idea de si Ramiro tenía algún tipo de vicio, jugaba, algo de eso?
—Fumaba mucho unos cigarros muy especiales, que se los traían de un lugar especifico.
—Ah, mirá, me refiero a si él habitualmente salía a jugar, por ejemplo, al póker.
—Que yo sepa no.
—¿Te dice algo el nombre de Gabriel Trejo?
—Amigo de Ramiro, muy amigos, de hecho era con quien casi siempre jugaba al tenis.
—Está implicado en la causa, ¿te imaginás algo?
—Para nada, conozco a Gabriel.
Fidel y yo empezamos a buscar alguna pista en el despacho, se siente un perfume muy especial.
No hay mucho, algunos apuntes, buenas botellas de whisky y un cartón de cigarros de donde proviene el aroma.
—Son los cigarros de los que te hablé, son ahumados, en donde mires hay cigarros de esos, en casa, acá, hasta en los bolsillos de ropa que no usa.
—Federico, ¿te puedo hacer unas preguntas? —consulto yo.
—Adelante.
—Bien, en primer lugar, ¿alguien amenaza o amenazó a la familia en algún momento?
—Para nada, mi papá no tenía problemas con nadie.
—Pero era un hombre poderoso, digno de envidiar —dice Fidel, dándole claridad a la pregunta.
—No, la verdad no se me ocurre. Sí era una persona con mucho temperamento, discutíamos mucho.
—¿Y discutía mucho con alguien más?
Interrumpe Alicia.
—Con Jorman, se mataban por celular, pasaba horas hablando encerrado en el quincho.
—Jorman Sánchez.
—Sí, con él.
Dejamos a los Llanes en la casa y seguimos camino. Fidel me deja a mí y se va a trabajar. Sin decirle nada a nadie, empiezo a investigar a Jorman Sánchez y a Gabriel Trejo.
Nacido y criado en Medellín, de familia adinerada y en el ámbito empresarial, Sánchez supo afianzarse en Natural Channel y hoy es el hombre número uno del canal.
Casado con Julia Risso, argentina, mucho más joven que él.
Tengo sus datos y hasta su dirección, quisiera establecer contacto con él.
Lo de Trejo es más sencillo, dado que está a mi alcance, así que tengo que inventar algún plan para arrebatarle información.
También hablé con Fidel para que investigue al testigo que contó lo del edificio, por las dudas. También al Águila, quien es el más involucrado hasta que lleguen los nuevos informes.
Empiezo por el que más tengo al alcance, Trejo. Estoy en la puerta de la casa esperando respuesta.
Me atiende una señora, bajita y uniformada.
—Sí, joven, ¿lo ayudo en algo?
—Buenos días, señora, estoy buscando al señor Gabriel Trejo, necesito hablar con él.
—¿Vos sos Mateo? —me pregunta, como si supiera de mi visita.
—Sí, ¿cómo adivinó?
—Gabriel me dijo que podías venir en algún momento, la señora Alicia lo puso al tanto.
Desvía la mirada cuando me distrae una paloma, que me roza la cabeza.
—Me dijo el señor que está a disposición de colaborar, aunque en este momento no se encuentra, si quiere le preparo un té mientras lo espera, no tarda en venir.
—Muchas gracias, acepto.
Una casa enorme, debe tener unos 6 ambientes como mínimo, dos pisos y un fondo con pileta, un terreno muy amplio. Una limpieza y un orden excesivos, hasta los libros de la biblioteca ordenados alfabéticamente.
—Usted póngase cómodo, yo ya vengo —dice la señora de servicio.
Hago una caminata por el inmenso living, el orden me sorprende, no hay nada fuera de su lugar. Lo único que me llama la atención es una colección de armas ubicada en una sala al lado del living. Entre los ejemplares sobresalen una pistola automática Colt M1911, un magnífico fusil Chassepot, usado en la guerra del Pacífico, una verdadera joya. Lo que más me atrae es una pequeña vitrina con algunas armas blancas, no soy un erudito en la materia, pero tengo la teoría de que son adaptables para transformar un fusil o una escopeta en una bayoneta. De hecho, hay unos modelos con los que tranquilamente se puede hacer la fusión. Me quedo mirando fijamente uno en particular, un K25, con mango de goma verde y una hoja de acero que se nota que tiene un cuidado perfecto, listo para ser usado.
—El té, señor.
—Gracias, señora, ¿sabe si Trejo está llegando?
En ese momento se escucha de la ventana el ruido de un motor, una camioneta grande, negra, con muchos detalles cromados se observa a través de ella.
Es Trejo, baja del vehículo con una destreza digna de una persona mucho menor de la edad que tiene. Me visualiza por un postigo de la puerta.
—Mateo, un gusto, esperame en el jardín, guardo la camioneta y salgo directamente ahí, si no sabés dónde es, preguntale a Elsa —me dice Trejo, con tranquilidad.
Estamos en el fondo, pegados a la pileta, hace un frío tremendo, pero nos ubicamos en un gazebo grande, mirando el techo se ven unos tubos que desprenden un calor sumiso, que mantiene una temperatura ideal.
—Un gusto, señor Trejo, me hablaron bastante de usted.
—¿Mal o bien? —me pregunta irónicamente.
—Sabe que estoy acá por el caso de Ramiro, sé que usted tenía una amistad con él.
—Sí, yo lo estimaba mucho, el aprecio era mutuo.
Miro el sistema que ambienta al gazebo como haciendo un análisis del funcionamiento, mientras vuelve a dirigirme la palabra.
—¿Está descartado un suicidio? —me pregunta un tanto ansioso.
—¿Por alguna razón se suicidaría?
—Bueno, él era un poco fatalista. Verá, todos tenemos nuestros demonios y secretos.
Su pregunta me hace un poco de ruido, todos los indicios dicen que fue asesinado y él lo sabe. ¿Tuvo algo que ver? O me oculta alguna información valiosa.
—Para mí es una tristeza muy grande esto que estamos viviendo, Mateo. Cuando mi mujer falleció, él me ayudó y acompañó mucho.
Me desconcierta un poco, veo su lado humano tocado por el suceso, aunque me generan dudas sus preguntas.
—Noté que tiene una colección exquisita de armas.
—Me fascinan, ¿te gustaría pasar a verlas?
—Con gusto.
Entramos a la sala de armas, me quedo atónito como antes, o quizá más.
Hacemos un recorrido donde me cuenta las historias de las armas que tiene, cómo las consiguió, de dónde provienen, no encuentro nada irregular hasta que veo que en la vitrina de armas blancas se encuentra un espacio vacío, debajo la descripción de un cuchillo.
—El que falta se lo regalé a él —me dice.
—Para la pesca supongo.
—Cada vez que venía, me decía que era perfecto para eso.
—En sus cosas personales no está, raramente.
—No sabría decirte dónde se encuentra. —dice Trejo, ya con aires de querer despedirme.
Miro hacia el suelo apreciando la hermosa alfombra verde que cubre la superficie de la sala.
—Bueno, Mateo, si no te molesta voy a descansar un rato ahora. Si querés preguntarme algo más no hay problema. Te paso mi contacto también por si te surge algo.
—Ya estamos, señor Trejo, le agradezco.
Salgo con más dudas que certezas, aunque con algo claro, el arma que causó la muerte de Ramiro es el cuchillo que era propiedad de Trejo.
Porque es un cuchillo, porque no estaba entre sus cosas personales, lo que también me hace deducir que fue un crimen y no un suicidio, aunque dudas de eso casi no hay.
En un momento de distracción de Trejo, me animé a sacarle una foto a la vitrina que lleva la descripción del arma.
No es un cuchillo, sino una navaja. Son cosas distintas, pero suelen usarse para lo mismo.
En la descripción dice que la hoja de acero tiene unos 9 centímetros de longitud, y unos 3,2 milímetros de grosor. Más de una muerte conozco con navajas o cuchillos de esas medidas.
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