Dave Alred - El principio de la presión
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El hecho de que se pueda aprovechar la ansiedad estado para mejorar el rendimiento en el fragor de la batalla no significa que los efectos previos al evento dejen de ser displacenteros. Neil Jenkins podía descomponerse antes de entrar al campo de juego, pero una vez dentro era un fantástico jugador, que usaba su ansiedad para mejorar su desempeño en los partidos más importantes. Otra persona que sabe alguna que otra cosa sobre rendimiento bajo presión, Jack Nicklaus, ganador de dieciocho majors, dijo:
No sé cómo puedes jugar bien si no estás nervioso. Hoy en día no me pongo nervioso salvo cuando estoy en un major y en condiciones de ganarlo. Si solo pudiera aprender a concentrarme cuando no estoy nervioso, y así colocarme en posición de ganar, estaría muy bien.
Para un deportista habilidoso, la ansiedad puede resultar esencial. Los síntomas físicos, como el aumento de los latidos del corazón, la transpiración y la tensión muscular como resultado de la adrenalina son el “jugo” para producir ese pequeño extra de distancia, velocidad, alcance, dureza en el golpe –la capacidad de una persona de sacar de dentro de sí un poco más. Sin esto se entregaría a la complacencia. Recuerdo una ocasión con la selección de rugby de Inglaterra, luego de subir al bus que nos llevaría al campo de juego, comenzamos a discutir con los otros entrenadores si los jugadores estarían a la altura del desafío. ¿Sentían la ansiedad suficiente como para alimentar un gran desempeño?
La liberación de adrenalina prepara el cuerpo para luchar o huir y los actores más capacitados, en cualquier escenario, poseen la habilidad de canalizar este estado a través de la ejecución de un conjunto preciso y bien ensayado de destrezas, mientras que quienes hayan practicado menos no podrán concentrarse con tanta precisión para aprovechar el chorro de adrenalina. Como dijo Donohue: “Si tu concentración está en el lugar correcto –por ejemplo, recordarte cómo focalizarte mejor en tu tarea y luego entregarte a ella–, las mariposas volarán en formación”.
¿Pero exactamente cómo logramos que lo hagan?
C a J: ¿fácil como contar 1, 2, 3?
Imaginemos una ciudad en la hora pico: el sol cae a plomo, los automóviles se amontonan uno detrás del otro, paragolpes contra paragolpes, las bocinas suenan –nadie va a ningún lado rápido–. Observemos a los conductores: inclinados sobre el volante, hombros encorvados y tensos, el mentón hacia delante y una expresión exasperada en sus rostros. ¡A nadie sorprende el temperamento irritable!
Cuando estamos bajo presión, no solemos ser inmediatamente conscientes del efecto en nuestra mente –y menos aún, en situaciones estresantes como un atascamiento de tráfico en la hora pico, somos conscientes del impacto que tiene en nuestro cuerpo–. El efecto físico de la acumulación de estrés en el largo plazo está bien documentado, con sus potenciales consecuencias como la hipertensión y enfermedades cardíacas. A la mayoría de nosotros nos gusta pensar que reconoceríamos de inmediato el impacto de la ansiedad en el cuerpo. Si te pidiera que me muestres cómo se ve una persona estresada, probablemente adoptes una postura semejante a la de los conductores en un atascamiento de tráfico: hombros tensos, espalda encorvada, cabeza algo gacha. Adoptarías estas características y las sentirías como un cambio pronunciado en el cuerpo. Pero si en alguna otra ocasión estuvieses genuinamente estresado y yo colocara un espejo delante de ti, te sorprendería notar cómo tu apariencia se asemeja a la que describiste antes sin que ni siquiera seas consciente de ello.
Cuando estamos bajo presión, el ritmo cardíaco aumenta y la atención se estrecha y es consumida por la fuente de nuestro estrés. Como consecuencia, nuestra conciencia del entorno, y especialmente la conciencia de nosotros mismos, cae en picada, por lo que podemos estar encorvados, con la cabeza gacha, los hombros rígidos, mostrando todos los síntomas del impacto físico de la ansiedad sin siquiera darnos cuenta de ello. Así es como la ansiedad, presente en la mente, tiene un impacto inconsciente en el cuerpo y afecta el lenguaje corporal. Pero de lo que no somos por lo general conscientes es de en qué medida el cuerpo, a su vez, condiciona la mente. Hay entre ellos una relación recíproca. Una mente estresada resulta en un cuerpo estresado, luego el cuerpo estresado produce aún más estrés en la mente y así sucesivamente. Lo peor de todo es que por lo general no tenemos idea de que esto ocurre, de tan abstraídos que estamos en nuestros problemas.
Aquí es donde entra el concepto de C a J. Es una herramienta que desarrollé, al principio referida a la patada a los postes en rugby, pero que ahora uso para ayudar a manejar el impacto físico de la ansiedad en las personas con que trabajo. La he usado con golfistas y judokas, futbolistas de Premier League y jugadores de polo, estudiantes y vendedores. En su núcleo, se trata de devolverle a alguien el poder de usar su lenguaje corporal para “hablarle” a la mente, incrementar la conciencia y producir un conjunto de características en el cuerpo que reflejan mejor un estado mental positivo, que a su vez ayuda a movilizar las mariposas.
El nombre del concepto C a J proviene de su origen como una herramienta para pateadores. Si observamos la Figura 1, notaremos la diferencia entre la forma C y la forma J. A la izquierda se ilustra el recorrido que el pie de un pateador C hace en el aire cuando se dirige a impactar la pelota: solo una pequeña porción del swing se traslada en la dirección de la pelota. A la derecha, en cambio, la forma J muestra una patada en la que el recorrido del swing va de curvo a recto y pasa más tiempo en la dirección de la pelota. El principio fundamental de la patada en cualquier deporte es aplicar potencia a la pelota en la dirección en que quieras que viaje, por lo que la forma J es, con toda claridad, más efectiva.
Uno de los ejemplos más notables de pateador J es el futbolista Cristiano Ronaldo, que tiene una postura erguida y la técnica de impacto muy potente. Los ex capitanes ingleses Steven Gerrard y David Beckham, por otra parte, son más pateadores C.
Si bien todos estos jugadores han sido exitosos, la forma J es más efectiva en situaciones de presión. Cuando la ansiedad comienza a golpear a un jugador, los músculos naturalmente se tensan. Si no es consciente, el jugador suele inclinarse hacia la forma C, que produce un golpe más inconsistente ya que el recorrido del pie se dirige al objetivo por solo una pequeña parte del swing. Los mejores jugadores, como los que mencionamos, suelen lidiar muy bien con los efectos de la ansiedad; de todos modos, los pateadores de forma J parecen ser capaces de mantener su técnica incluso en condiciones extremas. Cuando los músculos se tensan y los movimientos se acortan, el recorrido no sufre los efectos: una línea sigue siendo una línea aunque sea más corta, mientras que un círculo que se estrecha ya es un recorrido diferente.

Hay muchos pateadores de forma C destacados y exitosos en los niveles más altos del fútbol y el rugby, pero yo creo que aun así pueden mejorar su consistencia. Alguien con una mentalidad que no reconoce límites siempre cree en la capacidad de mejorar.
Al usar el concepto de C a J primero con los pateadores para luego expandirlo a otros deportes –como el golf, en particular respecto del swing– y más tarde a otras áreas profesionales, elaboré una comparación de las características físicas que sufren la influencia de la ansiedad (ver tabla 1).
Utilizo esta tabla en primer lugar como una lista de control para ver si la presión está afectando el comportamiento físico de alguien. No todas estas características son relevantes en cada actividad, así como no todas son relevantes para cada individuo –las personas manifiestan los efectos de la presión de muchas maneras diferentes. No se trata de que la forma C sea mala en sí misma y la forma J sea buena. Son muy pocas las personas cuyo perfil cabrá enteramente en la columna C o J.
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