Dave Alred - El principio de la presión

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Manejar la presión es una habilidad. Este libro accesible e inspirador te enseñará a cultivar una mentalidad sin límites para para potenciar el desempeño y producir lo mejor de ti, en el trabajo, en el deporte y en casa.

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Quienes tienen como motivación primaria evitar la angustia y los resultados desfavorables invariablemente sufren de mayores niveles de ansiedad y estrés, ya sea como individuos o como equipo. No se vuelven proactivos hasta que la presión haya llegado a un punto muy alto. ¿Suena conocido? Muchos de nosotros actuamos de la misma manera en la vida cotidiana: ¿siempre postergas el trabajo escrito hasta la noche anterior? ¿Acabas preparándote para una entrevista cuando ya estás camino a ella? ¿Te quedas despierto hasta altas horas de la madrugada completando tus declaraciones de impuestos cuando ya te quedan pocas horas para el último plazo?

Sería mucho mejor, tanto para la salud como para el desempeño, reaccionar antes frente a estas situaciones, cuando todavía tenemos más opciones prácticas disponibles. Pero algunas personas parecen genuinamente incapaces de hacerlo –necesitan que la presión las obligue, a pesar de que de esta manera limitan sus opciones.

Este método para lidiar con la presión tiene sus limitaciones. Aquellas personas cuya motivación principal consiste en evitar suelen gastar tanto tiempo y energía en alejarse de la situación que no les quedan recursos para planear y trabajar métodos para mejorarse a sí mismas en el largo plazo. He conocido a futbolistas de la Premier League que en momentos de mucha presión manipulaban las situaciones para no quedar expuestos –elegían el pase fácil en vez de exponerse a un pase fallido y el consiguiente escarnio en momentos cruciales del partido.

En el trabajo, digamos que tienes problemas con hablar en público. Si te motiva evitarlo, puede que te encuentres haciendo todo lo posible para alejarte de situaciones en las que tendrías que hablar, incluso evitando ofrecerte voluntariamente para proyectos que podrían hacer avanzar tu carrera o trabajos que en realidad deseas, o tal vez delegues el hablar en público en un empleado subordinado, lo cual puede salvarte de la amenaza que percibes en el corto plazo pero ayuda muy poco a reforzar tu posición delante de tus colegas. La energía, el esfuerzo, la ansiedad y el estrés concomitantes pueden ayudarte a cumplir tus metas de corto plazo (evitar hablar en público), ¿pero te ayudan a resolver el problema? Sería mucho mejor utilizar todo ese esfuerzo para mejorar tu capacidad de hablar en público, enfrentar tus problemas y asumir aunque sea un poco de la responsabilidad que durante tanto tiempo has evitado.

Las personas cuya motivación es evitar dedican tanto tiempo a concentrarse en lo que no quieren en vez de lo que efectivamente quieren, que no tienen nada que proponerse excepto mantenerse fuera del camino de aquellas cosas que siempre evitaron. Volveremos a esto más adelante en otro capítulo, mientras tanto podemos afirmar que como Sunderland, esas personas transcurrirán la temporada con una sola motivación: no descender. Si esa es tu inclinación, no tengo duda alguna de que el año que viene, cuando llegue el período de liquidación de impuestos, te quedarás de nuevo hasta altas horas de la madrugada para que no se te venza el plazo.

Combustible de alto octanaje para el cuerpo

Era junio de 1997 en Sudáfrica, los British Lions estaban a punto de jugar su segundo y crucial Test match contra los anfitriones. El vestuario bullía con el repiqueteo de los tapones de metal contra el piso, el lenguaje colorido y los gritos de “¡Vamos, vamos!” de jugadores henchidos preparándose para la batalla… y el inconfundible ruido de arcadas proveniente del retrete.

El full–back galés Neil Jenkins solía vomitar antes de los partidos. Su estado de ansiedad era tal que se descomponía antes de salir a la cancha; sin embargo, una vez en el campo de juego, era un operador frío que no mostraba signo alguno de lo que le había ocurrido unos minutos antes. Este Test no era diferente.

Durante la semana previa al partido trabajamos mucho sobre la patada de Neil, ya que esperábamos muchos penales a favor. Su tiro a los palos era perfecto y en el partido su juego con el pie nos podía dar la ventaja territorial necesaria que nos permitiera buscar los palos de ellos más veces que Sudáfrica los nuestros. Aunque los sudafricanos apoyaron tres tries, Neil convirtió seis penales para que los Lions alcanzaran una victoria por 18-15 y se quedaran con la serie.

Los efectos de la presión a menudo no son placenteros. Como dijera Luke Donald al comienzo de este capítulo, a veces pueden ser tan severos que se llevan consigo incluso el disfrute de un éxito. Sin embargo, de acuerdo con mi experiencia, la mayoría de los deportistas no cambiarían estas reacciones emocionales previas –la sangre que corre en las venas, el vértigo, ni siquiera los vómitos– por nada.

Hay cierta negatividad asociada con la ansiedad y el nerviosismo y por lo general prevalece la idea de que esos sentimientos evocan vergüenza y deberían evitarse. No querrías que tus colegas en el trabajo o tus adversarios en el terreno deportivo se enteraran de tus nervios y conozcan tu “debilidad”. Yo creo que este es un abordaje erróneo. Hay otra manera, tal vez sorprendente, de abordar los estados de ansiedad que consiste en asumir esos sentimientos.

La adrenalina puede ser tu mejor amiga si entiendes cómo aprovecharla y aprendes a aceptar que es parte de un gran desempeño por venir. He trabajado con innumerables deportistas que sostienen que sin la ansiedad no rendirían de acuerdo con su potencial. Así que, a pesar de que no sea placentero, el impacto de estos sentimientos antes de un evento importante –podría ser una final olímpica, un torneo de fútbol en la empresa o tu primer día de trabajo luego de terminar la facultad– puede, con un manejo apropiado, no solo ser de ayuda sino también vital para que tengas el mejor rendimiento del que eres capaz.

¿Cómo puedes ser valiente si primero no estás asustado? Sentir miedo es natural; todos lo hemos sentido en algún momento de nuestra vida y los deportistas profesionales no son diferentes, más allá de lo que digan. Lo que no es natural es dejar que el miedo nos domine. Lo que muchas veces distingue a los mejores del resto es el coraje. No los actos audaces de valor y heroísmo más apropiados para la pantalla de cine, sino las acciones más pequeñas y cotidianas: la capacidad de controlar el temor. Y no me refiero solo a deportistas. A ningún artista, de ningún nivel, le iría bien si no pudiese controlar su miedo escénico. Ninguna enfermera o médico duraría mucho en su profesión si no pudiese manejar su ansiedad en torno a tomar rápidas decisiones de vida o muerte. Nadie que trabaje en un bar o restaurante podría sobrevivir a un ajetreado viernes a la noche si no pudiese domar su ansiedad ante grupos de personas impredecibles.

No es importante la cantidad de miedo, sino la cantidad de coraje de que disponemos para asumir este miedo y utilizarlo. Entonces es importante considerar la ansiedad como un aspecto positivo del desempeño. Jack Donohue, entrenador olímpico de básquetbol, lo expresó de manera muy ilustrativa: “No se trata de liberarse de las mariposas, sino de hacerlas volar en formación”.

Cuando era entrenador de la selección de rugby de Inglaterra, los pateadores practicaban todos los días de la semana previa a un partido. La práctica de tiros a los postes al principio se concentraba enteramente en la precisión, la calidad de la pegada y la técnica, antes que en la distancia, principalmente debido al impacto que la adrenalina tendría en el desempeño. Hacia el final de la semana, cuando los niveles de ansiedad subían ante la inminencia del partido, los pateadores naturalmente comenzaban a buscar distancias mayores. A esta ansiedad los jugadores la llamaban el “jugo”. La usaban como combustible. No nos concentrábamos antes en la distancia porque podía desembocar en que los jugadores se esforzaran demasiado por patear fuerte y eso interferiría con su técnica, por lo que tendríamos disparos largos pero “sin jugo”. Estos jugadores –los mejores del país– comprendían implícitamente la necesidad de la ansiedad como combustible de su desempeño.

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