Son muchos los ejemplos como este de cómo un elemento estratégico puede alterar política y económicamente a un país. Uno de los casos más dramáticos se da en la República Democrática del Congo, en el que la guerra del coltán, mineral del que se extrae tantalio (elemento estratégico para la fabricación de condensadores y resistencias de alto rendimiento), ya se ha cobrado millones de muertos. Y llueve sobre mojado, ya que actualmente se ha desencadenado en este mismo país una nueva guerra, la del cobalto, elemento estratégico de doble uso (civil y militar) que es un elemento clave en los componentes de la telefonía móvil.
El litio, que ocupa el número 3 de la tabla periódica, y que hasta ahora tenía entre otros usos el de atemperar el ánimo de los maniacodepresivos, ha encontrado también un hueco en la telefonía móvil, lo que lo ha convertido en elemento estratégico. En 2017 el precio del litio subió un 47 % en un plazo de tres meses. A los países productores de litio se acaba de añadir Afganistán, donde se cree que puede haber una de las mayores reservas mundiales de este elemento, lo que puede suponer para este país un nuevo revolcón político que puede desembocar en un nuevo conflicto bélico. El mismo grafito se espera que triplique la facturación global para el 2020 y esto es debido a la aparición en el mercado de las baterías de ion litio. Y el cobalto, que mencionamos antes y que a lo largo de la historia se ha utilizado en tareas tan inocentes como colorear de azul telas y pinturas, actualmente se está vendiendo al escalofriante precio de 60.000 dólares la tonelada 1.
Estos tres elementos, grafito, litio y cobalto, se han convertido en minerales estratégicos debido a que son fundamentales en la fabricación de baterías, cuya demanda crece exponencialmente. Teléfonos móviles, tabletas y ordenadores son dispositivos con los que queremos trabajar sin necesidad de que estén conectados mediante un cable a la red eléctrica. No podemos deambular por el mundo atados a un cordón umbilical. Si a esto le añadimos la creciente demanda que supone la aparición en el mercado de los coches eléctricos, no es extraño que se haya generado un cierto pánico ante la escasez o posible agotamiento de estos elementos naturales, obviamente no renovables.
Otro ejemplo sorprendente de esta desesperante avidez lo encontramos en la arena de playa. Su componente más importante es la sílice, utilizada para hacer cosas tan diversas como circuitos electrónicos, vidrio, cremas de alta cosmética o pasta de dientes y… cemento. Este último uso ha convertido a la arena en el mineral que actualmente tiene más demanda a nivel mundial. Y no se puede contar con la arena de los desiertos ya que no sirve para hacer cemento (es puramente mineral y carece de los elementos biológicos imprescindibles en la elaboración del cemento). Una demanda que puede llegar a hacer desaparecer islas enteras y a la que es difícil verle el final, si tenemos en cuenta que de todas las extracciones minerales que se hacen en el planeta el 85 % es arena que va destinada a la fabricación de cemento.
En los juegos de construcciones no solo hay que tener en cuenta las piezas elementales y la forma de unirlas, sino también el número de piezas de que disponemos. Las piezas elementales que aparecen en la tabla periódica están en el planeta Tierra. Algunos elementos son muy abundantes, como el hidrógeno o el oxígeno, y otros muy escasos, como el francio (en el momento en que estás leyendo estas líneas no debe haber más de 30 gramos de francio en toda la Tierra). Pero sea cual sea la abundancia de los diferentes elementos, lo que está claro es que hay una cantidad limitada. Y no hay más. La Tierra es finita y por tanto sus recursos naturales también. Se trata de una obviedad que nos cuesta asumir. Algunos elementos son tan abundantes (recordemos que los granos de arena de las playas han sido utilizados en más de una ocasión como ejemplo de infinitud) que cuando empezamos a utilizarlos ni se nos pasa por la cabeza que pueda llegar un momento en que empiecen a escasear. Pero ese momento acaba llegando siempre y no lo hace de forma pausada, sino provocando un repentino crecimiento exponencial de las demandas que genera situaciones de pánico.
En el mismo momento en que empezamos a tallar las primeras piedras nos pusimos a construir cosas sin parar ni un momento, como si en ello nos fuera la supervivencia de la especie. Una pequeña muestra de esta furia constructiva la podemos ver en el gigantesco catálogo que nos proporciona la Chemical Abstracts Society (CAS), una organización con más de cien años de historia en la que se registran la mayoría de las sustancias químicas que se descubren o se fabrican (en torno a las 12.000 diarias). Dispone de un código numérico (CAS Registry number ) que permite identificar cada compuesto. Por ejemplo, el 50-78-2 es el ácido acetil salicílico (la aspirina). CAS facilita también una descripción detallada de cada sustancia, como los átomos y los tipos de enlaces con los que está construida, sus propiedades o posibles aplicaciones. Actualmente CAS ya ha superado los 55 millones de sustancias químicas únicas registradas. La página web de esta organización dispone de un contador en tiempo real en el que se da cuenta de las nuevas sustancias que se registran en cada momento. Es un poco alucinante. No para nunca.
Y todo esto gracias a las negociaciones que hacen los átomos entre los electrones de las últimas capas.
Ahora voy a contestar a la pregunta que hace rato me quieres hacer.
¿Sabes cuál es?
Sí: ¿cómo es posible que los protones, que tienen el mismo tipo de carga eléctrica (positiva) puedan estar todos juntos en los núcleos de los átomos?
Exacto. Deberían salir disparados de allí.
La respuesta es porque hay una fuerza que se lo impide.
¿Eléctrica?
No. Es una fuerza nuclear. Creo que ha llegado el momento de hablar de fuerzas.
1 Según la cotización de enero de 2018.
En el universo hay cuatro fuerzas fundamentales que son: la fuerza de la gravedad, la fuerza electromagnética, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil 1.
Es de la fuerza de la gravedad de la que tenemos una percepción más directa. La que nos tiene pegados al suelo. También es la más misteriosa y a la que le dedicaremos más tiempo en la segunda parte del libro.
Las fuerzas fuerte y débil son las que actúan en las distancias cortas. En los primeros pasos para construir los elementos del casillero explicamos cómo se construían los protones y los neutrones a partir de unas piezas elementales llamadas cuarks. Pues bien, la fuerza que mantiene unidos a los cuarks es la fuerza nuclear fuerte. Y una parte de esta fuerza, que recibe el nombre de fuerza fuerte residual, es la responsable de mantener unidos a los neutrones y los protones en el núcleo. La nuclear fuerte hace acto de presencia cuando los protones están lo suficientemente cerca los unos de los otros. La idea es la siguiente: si intentamos acercar dos protones nos encontraremos con una fuerza de repulsión, la electromagnética, que trata de impedirlo y que cuanto más acerquemos entre sí los protones más potente será, hasta que sobrepasada una cierta distancia, que es cuando empieza a actuar la fuerza nuclear fuerte, que se impone sobre la anterior y ya no hay quién separe a los protones.
Al intentar unirlos, los protones se repelen entre sí hasta alcanzar una cierta distancia (marcada por la línea punteada) a partir de la cual aparece la fuerza de atracción.
La fuerza débil, que de débil tiene poco, es la responsable de acciones un tanto más sofisticadas. Para ser concretos es la que hace que un protón se pueda convertir en un neutrón y viceversa. Es la que interviene en los procesos de fusión nuclear como los que tienen lugar en las estrellas o en aquellos sitios en donde hemos dejado caer una bomba de hidrógeno.
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