Vicente Merlo - La llamada (de la) Nueva Era

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Al fin, un análisis serio e inteligente del fenómeno de la Nueva Era. Probablemente, la obra más completa y ambiciosa sobre el tema producida por un autor en lengua castellana. Un estudio destinado a convertirse en el libro de referencia obligatorio sobre el universo de la Nueva Era.Con exquisita soltura, Vicente Merlo nos adentra primero en su propia trayectoria espiritual por los distintos senderos de la Nueva Era. De esta forma amena y sincera nos introduce en una exposición muy rigurosa, abundantemente ilustrada, del grueso de los autores, movimientos y doctrinas que conforman la llamada new age.La obra se articula en torno a lo que el autor denomina las tres dimensiones constitutivas de la Nueva Era: la dimensión oriental, la dimensión psico-terapéutica y la dimensión esotérica. Si en sus obras anteriores, Vicente Merlo se había centrado en las tradiciones orientales, especialmente las índicas, aquí el núcleo del trabajo (y de la Nueva Era) resulta ser el amplio campo del esoterismo. Rastreando sus raíces en el esoterismo occidental tradicional, el grueso de la obra lo constituye la exposición de un buen número de presentaciones contemporáneas, desde la teosofía de Blavatsky, la antroposofía de Steiner o la obra de Bailey, hasta las más recientes canalizaciones influyentes en este ámbito, como las atribuidas a Seth, Ramtha o Kryon.Cabe destacar el extraordinario capítulo final, en el cual se pasa revista a las distintas críticas formuladas contra la Nueva Era, mereciendo una mención especial la réplica meticulosa y polémica, a las críticas vertidas desde el catolicismo oficial.

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2. LA OBSESIÓN POR LA ORTODOXIA O EN LAS ANTÍPODAS DE LA NUEVA ERA:

FUNDAMENTALISMOS, INTEGRISMOS, TRADICIONALISMOS

De entre los Nuevos Movimientos Religiosos, el primero de los bloques que debería tenerse en cuenta es aquel que recibe la denominación genérica de “fundamentalismo,” incluyendo en éste aquello que más propiamente deberíamos llamar “integrismo” o “tradicionalismo”. No obstante, dado que vamos a centrarnos en la Nueva Era, no podremos dedicarle más que unas cuantas páginas. La decisión de incluirlo, aunque sea brevemente, se debe a la coincidencia significativa en lo que respecta a las fechas de su desarrollo y auge. En realidad, tal como reza el título, estamos en las antípodas de la Nueva Era y en ocasiones con una verdadera obsesión por la ortodoxia. En lugar de una llamada del futuro, nos hallamos ante una vuelta al pasado, a la tradición, a los fundamentos de la religión, con duras críticas a todo lo moderno.

Juan José Tamayo resume bien esta problemática en el siguiente texto: «El término “fundamentalista” se aplica a personas creyentes de las distintas religiones, sobre todo a judíos ultra-ortodoxos, a musulmanes integristas y a cristianos tradi-cionalistas. El fenómeno fundamentalista suele darse –aunque no exclusivamente– en sistemas rígidos de creencias religiosas que se sustentan, a su vez, en textos revelados, definiciones dogmáticas y magisterios infalibles. Con todo, no puede decirse que sea consustancial a ellos. Constituye, más bien, una de sus más graves patologías» (Tamayo, 2005:74).

No obstante, la distinción más aceptada es la que reserva el término “fundamentalista” para el marco protestante y el término “integrismo” para el catolicismo. Lo vemos señalado en José Manuel Sánchez Caro: «Mientras que el fundamentalismo es un fenómeno típicamente protestante, el integrismo es un fenómeno específicamente del catolicismo. El fundamentalismo apela a la Biblia contra el peligro de racionalización de la fe y propone un tipo de interpretación directa e inmediata de ella, considerándola como única fuente de revelación y como palabra de Dios inmediata que tiene la solución para cualquier problema sin necesidad de otras mediaciones, como pueden ser las instituciones de la Iglesia y concretamente, en el caso de la Iglesia católica, su magisterio. […] El integrismo, por su parte, es la aceptación de la tradición de la Iglesia tal como se entiende en un momento determinado, con el fin de defender a esa misma Iglesia de lo que se consideran doctrinas nuevas, generalmente calificadas de racionalistas, que pueden apartarla de su verdadero origen e identidad tradicional» (Sánchez Caro, en Mardones, 1999:61-62).

Distintos analistas coinciden en indicar que sería a mediados de los años setenta del siglo pasado cuando las raíces plantadas hace tiempo en las distintas religiones dejan ver sus frutos. Efectivamente, como mostró bien G. Kepel (1991), a partir de la II Guerra Mundial daba la impresión de que la religión se había retirado del dominio público y dejaba de inspirar el orden de la sociedad, limitándose al ámbito de la vida privada o familiar. A lo largo de los años sesenta el vínculo entre la religión y el orden de la ciudad pareció aflojarse hasta extremos que los religiosos consideraron preocupante. La atracción hacia el laicismo hizo que muchas instituciones religiosas se volvieran hacia los valores “modernos”. El ejemplo más claro fue el aggiornamento o puesta al día de la Iglesia católica en el Concilio Ecuménico Vaticano II. También en el islam se hablaba de “modernizar el islam”. Los años setenta fueron una década bisagra para las relaciones entre religión y política, con transformaciones inesperadas. Puede decirse que hacia 1975 este proceso comienza a revertirse. Ya no se trata de ponerse al día y modernizarse, sino de una “segunda evangelización de Europa”. Ya no de “modernizar el islam,” sino de “islamizar la modernidad”. Desde entonces, “la revancha de Dios” a través del fundamentalismo ha adquirido proporciones universales, y aunque se ha estudiado el fenómeno especialmente en las tres religiones abrahámicas, monoteístas, es bien sabido que el hinduismo ha sufrido un proceso similar en la India contemporánea y algo parecido puede decirse del shinto en China.

Generalmente, estos movimientos religiosos se oponen o disienten del discurso dominante de la “religión oficial”. A los ojos de los nuevos militantes religiosos, esa crisis revela la vacuidad de las utopías seculares –liberales o marxistas–, cuya traducción concreta en Occidente es el egoísmo consumista, y en los países socialistas y el Tercer Mundo, la gestión represiva de la penuria (Kepel, 1991:13-19).

Veamos más detenidamente algunas de las fechas y los acontecimientos más significativos. Comencemos por el protestantismo y el evangelismo norteamericano, remontándonos a comienzos del siglo XX.

2.1. FUNDAMENTALISTAS Y EVANGÉLICOS EN EL PROTESTANTISMO NORTEAMERICANO

Destaquemos algunas de las fechas principales que marcan durante el siglo XX el desarrollo del protestantismo americano, especialmente en sus grupos y figuras más cercanos a la actitud fundamentalista que tratamos de analizar.

En 1910 aparecen los doce volúmenes titulados The Fundamentals , que constituyen la declaración inicial del fundamentalismo protestante. Allí se leen fuertes críticas al liberalismo y al modernismo. Un año antes, la Iglesia presbiteriana del Norte declaraba como Fundamentals los siguientes cinco principios: la inerrancia de la Escritura (es imposible que ésta se equivoque, dado su origen divino); el nacimiento virginal de Jesucristo; la muerte redentora de Jesucristo; su resurrección física, y su poder de hacer milagros.

Los “evangélicos” (evangelicals) surgen como reacción a la unión de los “fundamentalistas” con la extrema derecha y declaran el mensaje evangélico sólo en su aspecto religioso y social (se dirigen al individuo, la familia y la sociedad civil). Sólo a mediados de los setenta se plasmará también en metas políticas.

Después de los preparativos en la primera parte del siglo XX, será a finales de los años sesenta cuando acaece el boom de los evangélicos. Así en 1967, por primera vez en dos siglos, las estadísticas reflejan la decepción con las Iglesias liberales protestantes: luteranos, episcopalianos, metodistas, presbiterianos, congregacionalistas, se ven afectados por ello. Poco después, en 1970, la Iglesia católica anuncia también por primera vez el descenso del número de fieles. En el año 1973 se produce la sentencia del Tribunal Supremo que afirma la legalidad del aborto, algo que desatará una lucha encarnizada de los fundamentalistas contra el aborto. El año 1976 es declarado por los semanarios Time y Newsweek como el “año de los evangélicos;” al menos es la fecha en que la prensa toma conciencia del fenómeno. Como veremos corresponde a los años de la primera ebullición de la Nueva Era, con un carácter marcadamente distinto de este retorno a las fuentes y a la tradición.

Recordemos que Jimmy Carter es candidato del Partido Demócrata y arquetipo del liberal y, sin embargo, es también evangélico, por tanto esto último no siempre es identificable con conservadurismo político. Esta identificación se produce de manera más clara con el republicano Ronald Reagan, elegido presidente en 1980 y reelegido en 1984 hasta 1988. Reagan recibió un apoyo decisivo en ambas elecciones de movimientos político-religiosos que se proclaman evangélicos o fundamentalistas (términos que cada vez más tienden a confundirse). El caso más célebre es el de Moral Majority (La Mayoría Moral) de J. Falwell, creado en 1979, pero no menos importante fue el apoyo de otros muchos grupos evangélicos y fundamentalistas, como Christian Voice o Religious Roundtable. En 1985, Jerry Falwell pone en marcha la Liberty University, en Virginia, después de haberlo hecho con el Liberty Baptist College en 1971. Los docentes y los alumnos han de ser born-again , “regenerados” que han encontrado a Cristo, y han de creer en la veracidad de la Biblia. De sus aulas saldrán miles de graduados habituados a ver el mundo como Falwell.

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