Yo, Manuel Azaña. Tomo la palabra
© 2008, Francisco Cánovas
© 2008, Ediciones Corona Borealis
Diseño editorial: Olga Canals y Carlos Gutiérrez
Ilustración de portada: Retrato de Manuel Azaña de Enrique Segura Iglesias, 1966 (óleo sobre lienzo, 68x56 cms). © Colección del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid.
Imprime: GSP Impresores
Primera edición: octubre de 2008
ISBN: 978-84-95645-46-3
Todos los derechos reservados. No está permitida la reimpresión de parte alguna de este libro, ni tampoco su reproducción, ni utilización, en cualquier forma o por cualquier medio, bien sea electrónico, mecánico, químico o de otro tipo, tanto conocido como los que puedan inventarse, incluyendo el fotocopiado o grabación, ni se permite su almacenamiento en un sistema de información y recuperación, sin el permiso anticipado y por escrito del editor.
Ediciones Corona Borealis
Apartado de correos 234
Arroyo de la Miel
29631 MÁLAGA
www.coronaborealis.es
Distribuye: http://www.coronaborealis.es/librerias.php (enlace librería)
Teléfono pedidos: 952 57 75 68
Índice
Portada
Título
Créditos Yo, Manuel Azaña. Tomo la palabra © 2008, Francisco Cánovas © 2008, Ediciones Corona Borealis Diseño editorial: Olga Canals y Carlos Gutiérrez Ilustración de portada: Retrato de Manuel Azaña de Enrique Segura Iglesias, 1966 (óleo sobre lienzo, 68x56 cms). © Colección del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid. Imprime: GSP Impresores Primera edición: octubre de 2008 ISBN: 978-84-95645-46-3 Todos los derechos reservados. No está permitida la reimpresión de parte alguna de este libro, ni tampoco su reproducción, ni utilización, en cualquier forma o por cualquier medio, bien sea electrónico, mecánico, químico o de otro tipo, tanto conocido como los que puedan inventarse, incluyendo el fotocopiado o grabación, ni se permite su almacenamiento en un sistema de información y recuperación, sin el permiso anticipado y por escrito del editor. Ediciones Corona Borealis Apartado de correos 234 Arroyo de la Miel 29631 MÁLAGA www.coronaborealis.es Distribuye: http://www.coronaborealis.es/librerias.php (enlace librería) Teléfono pedidos: 952 57 75 68
Capítulo I: La partida
Capítulo II: Montserrat
Capítulo III: Retazos de la memoria
Capítulo IV: La esperanza republicana
Capítulo V: Guerra y revolución
Capítulo VI: La Pobleta
Capítulo VII: Madrid existe
Capítulo VIII: Pedralbes
Capítulo IX: La Prasle
Capítulo X: El Edén
Epílogo
Siempre alcé mi voz contra la guerra. Cualquier problema de España, por grave que fuera, se habría solucionado mucho mejor en paz, procediendo con inteligencia y responsabilidad, que recurriendo a la violencia.
Aquella noche después de cenar fui al despacho a recoger mis papeles personales. Las tropas rebeldes se acercaban a Madrid de forma amenazante. Los asesores militares aconsejaron que me trasladase a un lugar seguro donde pudiera desempeñar mis funciones sin peligro. Aunque procuraba mantener el sosiego, abandonar Madrid me causaba un profundo pesar. Mientras encendía un cigarro, me acerqué a la ventana del despacho. La noche cubría la ciudad, apagando su actividad y extendiendo un tenso silencio que desvelaba la tragedia que estábamos padeciendo. ¿Qué sería de Madrid? ¿A donde nos llevaría aquella alocada lucha fratricida? Las vivencias y los pensamientos se agolparon en mi cabeza produciendo un fuerte desgarro. Al cabo de cinco años la esperanza republicana recibió el ataque armado de los que no creían en los españoles, ni en la democracia. Ardieron iglesias y casas del pueblo, cayeron asesinados dirigentes de uno y otro bando y se lanzaron apelaciones a la lucha. El miedo y el odio quebraron las relaciones de convivencia. Miedo al desafío democrático, odio destilado durante siglos en la conciencia de los oprimidos, miedo a quienes concebían la vida de manera diferente, odio a la insolencia de los humildes, miedo a ser devorado por el adversario... Una parte de los españoles temía y odiaba a la otra. Así, una oportunidad para construir una España mejor se convirtió en una vertiginosa carrera hacia la catástrofe.
Al día siguiente, 18 de octubre, partí del Palacio de Oriente con destino a Valencia. Saludé a mis colaboradores procurando infundirles ánimo, pero sus miradas mostraban una expresión afligida, como si presintieran que aquel viaje no fuese a tener retorno. La comitiva se encaminó por la calle Mayor hacia la carrera de San Jerónimo, protegida por el Batallón Presidencial y la Guardia de Asalto. Las calles estaban tranquilas, sin el bullicio y la tensión de los últimos meses. Al atravesar la Puerta del Sol miré por la ventanilla hacia la Real Casa de Correos y no pude evitar que brotaran algunos recuerdos emocionantes.
—Adiós Madrid, adiós... —musité en voz baja.
El 14 de abril de 1931 la Puerta del Sol se abarrotó de personas de todas las edades y condiciones que celebraban con entusiasmo la proclamación de la República. Alfonso XIII, consciente del veredicto de las urnas, abandonó España. Realmente, la monarquía se había derrumbado por la incapacidad de los propios monárquicos para atender las demandas de cambio. Los siete años de dictadura del general Primo de Rivera despertaron un sentimiento antimonárquico que favoreció el advenimiento de la República. El nuevo Gobierno trató de satisfacer las necesidades más apremiantes, pero se encontró con grandes dificultades. Unas provenían de la estructura social de España, que ofrecía violentos contrastes; otras de la crisis económica internacional, que multiplicó el desempleo y la pobreza. La República creó una ilusionante expectativa de progreso sin los estragos de una conmoción violenta. Los sucesivos Gobiernos procuraron mejorar las condiciones de las personas desfavorecidas, desarrollando reformas políticas y sociales que fueron rechazadas por los poderosos. Los dirigentes republicanos continuamos desempeñando nuestra labor en condiciones sumamente complejas. Elegidos por sufragio universal y convencidos de que la vida pública debía estar presidida por la racionalidad, estábamos persuadidos de que el mejor servicio que podíamos prestar era habituar a la ciudadanía al normal funcionamiento de la democracia, pero a partir de 1934 se desencadenó una escalada de violencia que perturbó gravemente la convivencia.
El 18 de julio de 1936 un importante grupo de militares se alzó contra la República. Las principales ciudades y centros industriales permanecieron leales, extendiéndose la impresión de que aquella perturbación sería superada al poco tiempo. Aquel mismo día encomendé a Diego Martínez Barrio, Presidente de las Cortes, la formación de un nuevo Gobierno con la misión de hacer todo lo que fuera necesario para detener la guerra. Martínez Barrio se puso en contacto con los generales rebeldes y propuso a Emilio Mola un acuerdo generoso para solucionar los problemas que habían originado la revuelta. El general rechazó la oferta, viéndonos forzados a hacer la guerra. Si en aquella circunstancia las potencias europeas hubieran tenido una conciencia pacífica y solidaria, la guerra se habría ido agotando. La interposición de una barrera sanitaria a lo largo de nuestras fronteras y costas, que hubiera impedido la entrada de soldados y de armas, nos habría obligado a rendirnos a la cordura, haciendo las paces como anhelaba la mayoría de los españoles, pero la intervención de los ejércitos de Alemania y de Italia encendió la contienda y torció su rumbo.
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