Si bien desde la Segunda Guerra Mundial se han realizado francos desarrollos en el ámbito de la historia reciente, aún hoy es conflictivo para la historiografía determinar su objeto de estudio, en tanto permanece el debate dentro del campo académico para definir a qué hace referencia la “historia reciente”. La propia amplitud en la terminología para denominar su objeto de estudio demuestra que se trata de un campo en construcción (algunas variantes posibles son “historia reciente”, “pasado cercano”, “historia contemporánea”, “historia actual”, entre otras) (Aróstegui, 2004; Franco y Levín, 2007). Diferentes criterios se han utilizado para determinar cuál es su objeto: cronológicos, metodológicos y epistemológicos relativos a la historiografía. En nuestro caso coincidimos con Franco y Levín (2007, p. 35) en que tal vez la especificidad de esta historia no se defina exclusivamente por reglas temporales, epistemológicas o metodológicas, sino principalmente con criterios subjetivos y cambiantes que al interpelar a las sociedades contemporáneas transforman los hechos del pasado reciente en problemas actuales. Esto ocurre indudablemente con aquellos eventos que se consideran traumáticos y se han vuelto objetos primordiales de esta historia. (Carretero y Borrelli, 2008, pp. 203-204)
1.3. Problemas y críticas
La consolidación de la historia del tiempo presente como subdisciplina de la historia ha estado acompañada de diversas discusiones en torno a las novedades que plantea, a la vez que han recaído sobre ella críticas, algunas de las cuales ya fueron expuestas, pero que en este momento retomaré, con un poco más de profundidad, en dos grandes grupos para presentarlas a continuación.
La primera crítica recae sobre las fuentes para el estudio de la historia del tiempo presente. En principio parece reprocharse la carencia de fuentes, claro está, si se piensa en particular sobre los documentos escritos; no obstante, hay que tener en cuenta que ellos no son ni la única fuente ni la más importante para conocer el pasado. “Lo que interesa al historiador es conocer lo mejor posible su objeto, […] y para ello puede y debe manejar toda la información disponible. Para el estudio del pasado reciente, hay una fuente ‘privilegiada’ que es el testimonio oral” (Díaz, 2007, p. 16; véase también Traverso, 2007, p. 72). De hecho, en la “historia contemporánea una parte importante del trabajo de investigación se hace con testigos vivientes”, en un ejercicio de “confrontación entre la investigación y la memoria” (Bédarida, 1998, p. 25).
Salvada la carencia de fuentes, aparece entonces en el escenario el argumento opuesto pero complementario, a saber: a pesar de que no hay carencia de fuentes para consultar, su sobreabundancia torna imposible su control, debido a la inaccesibilidad a los archivos existentes de forma paralela a los oficiales, tales como “los archivos privados, los recuerdos, testimonios, entrevistas, historia oral, medios de comunicación, prensa concretamente, las múltiples publicaciones de documentos oficiales o semioficiales. La llamada ‘literatura gris’, los trabajos de los periodistas de investigación, etc.” (Bédarida, 1998). Entonces, “dada la imposibilidad de la investigación que carece de fuentes, es preciso que sean agotadas las masas de materiales disponibles” (Bédarida, 1998, p. 24), y para que la sobreabundancia de fuentes no desborde los esfuerzos del historiador en la construcción del pasado, entra a cobrar relevancia el criterio de selección que se emplee (Moreno, 2011, p. 291).
La segunda gran crítica recoge un problema de distancia en relación con el periodo estudiado; este a su vez presenta varias aristas. En primer lugar, aparece una discusión metodológica “acerca del quehacer del historiador: la necesidad de una distancia en el tiempo que medie el encuentro entre el investigador del pasado y este” (Toro, 2008, p. 36); en palabras de Gadamer, “cuando [un tema] está suficientemente muerto como para que ya solo interese históricamente” (Gadamer, citado en Toro, 2008, p. 42).
Teniendo en cuenta la cercanía del historiador con el pasado reciente, diversos críticos han objetado la poca perspectiva de análisis que puede tener el historiador, pues es incapaz de conocer los efectos en el futuro del pasado relatado. “Él relatará la historia desde ‘su’ perspectiva, una perspectiva de cercanía temporal, que ignora, en parte, los efectos de aquellos acontecimientos que relata. No obstante, esta limitación no invalida el esfuerzo por esclarecer el pasado inmediato” (Díaz, 2007, p. 17). Bédarida (1998) es uno de los autores que cataloga a esta como “la verdadera objeción a poner a la historia del tiempo presente”, porque en ella se “debe analizar e interpretar un tiempo del cual no conoce ni el resultado concreto ni el final” (p. 24). Sin embargo, como lo propone Moreno (2011), ante este panorama lo que debe prevalecer es la conciencia del historiador, que parta “de la incapacidad objetiva de llegar a dilucidar el final de los acontecimientos que narra” (p. 291).
Si bien la narración resultaría parcial y, desde una perspectiva, cercana, es preciso mencionar que corresponde también a cada generación escribir su historia, y así, quienes lleguen con posterioridad, tendrán siempre la posibilidad de modificar la visión que se tenía del pasado a partir del conocimiento de los efectos del mismo: “El saber histórico nunca es un saber acabado; siempre se puede ‘rehacer’ la historia y, más aún, se debe rehacer, es un imperativo ético, un deber del historiador para con la sociedad” (Díaz, 2007, p. 20).
La historia del tiempo presente se muestra entonces como una historia provisional porque el “tiempo”, o el marco temporal seleccionado como objeto de estudio, obliga al historiador a presentar no solo las cosas como fueron, sino también como podrían haber sido de cambiar algunas de las circunstancias. En ese sentido, se trata también del “tiempo” de la historia virtual. (Moreno, 2011, pp. 291-292)
Para mencionar el caso argentino al que alude María Paula González (2012), “[se] evidencia que la reconstrucción del pasado reciente es necesariamente inacabada, cambiante y en permanente revisión” a partir del “recorrido por la reconstrucción del pasado reciente […], con sus avances, retracciones, olvidos, silencios, expansiones y calmas, con sus narrativas de la memoria y sus investigaciones de la historia” (p. 8; véase también Sanmartín, 2014, p. 43).
La segunda crítica, relacionada con la distancia entre el historiador y el pasado reciente, se refiere a la “objetividad” de estos estudios, ya que “la sacrosanta noción de ‘distanciamiento’ (recul), [aparecía] […] como el signo y la garantía indispensable de la objetividad” (Bédarida, 1998, p. 23).
Una profesora […] suele decir que “el historiador no tiene que ser objetivo, tiene que ser honesto”. ¿Qué significa esta afirmación? Por una parte, reconocer que la objetividad, tal como se la entendía en el siglo XIX, no es posible ni deseable. No es posible porque el historiador –como sucede con cualquier científico en su respectiva disciplina– siempre está implicado en el proceso de conocimiento. La pretensión objetivante del viejo paradigma positivista debería ser, a esta altura, cosa del pasado. (Díaz, 2007, p. 17)
La proximidad entre el historiador y el tema, en términos cronológicos, no debiera considerarse “como un criterio determinante para validar la objetividad de una investigación histórica, ya que por sí misma la distancia temporal no la asegura” (Toro, 2008, p. 42). Además, porque “la objetividad absoluta nos es inaccesible. Reconociendo también que no se alcanzan sino verdades parciales y limitadas, no la verdad global y absoluta” (Bédarida, 1998, p. 27). Esta nueva historiografía plantea realmente “una nueva mirada al tema de la distancia en el tiempo”, y en esta cercanía en “el estudio de problemas que se traslapan con la situación existencial del historiador” (Toro, 2008, p. 48) hay que admitir que, como las visitas al pasado hechas por los historiadores son guiadas por sus preocupaciones (p. 42), en sus trabajos están obligados a explicitar sus valoraciones (Bacha, 2011, p. 6): “No es ningún secreto […] que el historiador es un sujeto humano y como tal actúa en sus investigaciones” (Sanmartín, 2014, pp. 44-45).
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