Las corrientes me arrastraron hacia abajo y no pude encontrar la fuerza para subir de regreso al aire. Me estaba hundiendo, fría y paralizada, observando cómo la superficie se alejaba más y más. La oscuridad se arrastró por los bordes de mi visión, como un enjambre de insectos que se cerraba sobre mí, pero al levantar la vista una vez más, creí distinguir un resplandor púrpura que se acercaba veloz.
Entonces, la oscuridad me inundó, y ya no supe más.
8
ENTRAR EN EL JUEGO
Suki
Suki ignoraba que el océano podía extenderse por siempre. Su madre había hablado del océano algunas veces, en los años previos a su muerte. Ella era originaria de Kaigara Mura, un diminuto pueblo costero en el territorio del Clan del Agua. Cuando contaba historias de su infancia, eran sobre una playa blanca llena de caracoles marinos y esa brillante extensión de agua que se expandía hasta el horizonte. Pero después de haber pasado toda su vida dentro de los altos muros y las atestadas calles de la ciudad imperial, Suki no habría podido imaginar cómo sería.
Ahora, que sólo veía agua en todas las direcciones, llegó a la conclusión de que era aterrador.
—Me encanta el océano —suspiró Taka. Se sentó en la puerta abierta del carruaje volador, con sus cortas piernas colgando al aire, mientras se elevaban sobre la interminable extensión de agua. El interior de la gissha, el carruaje de bueyes, era cuadrado, carecía de ventanas y tenía el espacio suficiente para estar en pie sin golpearse la cabeza contra el techo. Las puertas de bambú en la parte trasera por lo general estaban cerradas, pero ahora colgaban abiertas, revelando el cielo azul y las nubes flotantes. Normalmente, estos tipos de carros lacados de dos ruedas eran arrastrados por un solo buey y estaban reservados para los escalones más altos de la nobleza. Era claro que el fantasma de una simple doncella y un pequeño yokai parlanchín no calificaban como tales, pero al dueño del carruaje, Seigetsu-sama, no parecía incomodarle su presencia, así que ella no lo cuestionaba al respecto.
Taka tomó una respiración profunda y las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba.
—También me encanta cómo huele —suspiró—. Como a pescado, a sal y a lluvia —levantó la vista hacia ella, el pequeño yokai, con las manos llenas de garras y un enorme ojo, sonrió mostrando todos sus dientes, y sus colmillos brillaron a la tenue luz del carruaje—. ¿No te alegra estar de regreso, Suki-chan? Te hubieras perdido todo esto.
Suki se las arregló para esbozar una sonrisa débil, y Taka volvió a mirar las olas. Ella dio media vuelta desde las puertas abiertas y volvió a echar un vistazo a la figura en la esquina, que permanecía sentada con las piernas cruzadas, de espaldas a la pared y con los ojos cerrados. Seigetsu-sama, el hombre al que había seguido desde la ciudad imperial, a través de las tierras del Sol, hasta los picos más altos de las Montañas Lomodragón. Cuál era la razón por la que ella, un espíritu errante sin vínculo con el mundo, había elegido viajar a través del Imperio con un bello y misterioso desconocido y un yokai de un solo ojo, todavía no estaba segura. Quizá se debía a que todavía sentía curiosidad por Seigetsu-sama. Con su largo cabello plateado y sus extraños poderes, seguía siendo tan enigmático como la noche en que lo había conocido. Quizá se debía a que él podía, con la ayuda de Taka, ver el futuro. Y, aún más inquietante, le había dicho a Suki que ella tenía un papel muy importante que desempeñar en los próximos eventos.
Esto asustaba mucho a Suki. Era el fantasma de una simple doncella, insignificante. Al menos, eso pensaba. Los recuerdos de su vida anterior se volvían más brumosos con cada día que pasaba. No podía recordar mucho de su antigua vida ahora. Si lo pensaba mucho, recordaba a su padre, la casa que habían compartido y sus últimos días como sirvienta en el Palacio Imperial. Pero esos recuerdos eran dolorosos, y Suki no tenía interés alguno en demorarse en ellos. Quizá por eso se estaban desvaneciendo.
Sin embargo, había un recuerdo que seguía brillando, sin importar cuánto intentara enterrar su pasado. Un encuentro casual con un noble, durante su primer día en el Palacio Imperial. Llevando una bandeja de té, literalmente se había estrellado con él mientras estaba perdida en los pasillos del palacio, y en lugar de castigarla por haberse atrevido a tocarlo, el noble caballero le había sonreído y le había respondido con amabilidad, para enseguida señalarle la dirección correcta. Ella no podría olvidar la forma en que él le había hablado, como si fuera una persona real. Incluso después de su muerte, el rostro del noble permanecía tan brillante y claro en su memoria como el día en que se conocieron.
Taiyo no Daisuke del Clan del Sol. Un noble imperial, tan por encima de la posición de ella como un príncipe de un granjero. Él era la verdadera razón por la que Suki no podía trascender, por la que no podía seguir adelante. Taiyo no Daisuke también formaba parte de la profecía de Taka, otra pieza clave en el juego al que Seigetsu-sama seguía haciendo referencia. Un juego con consecuencias de vida o muerte.
Suki ya había salvado al noble de la muerte inminente una vez, cuando les advirtió a él y a sus compañeros sobre un ataque demoniaco que podría haberlos matado a todos. No obstante, ella no habría podido hacerlo —no habría encontrado el coraje para actuar—, sin Seigetsu-sama: le había mostrado el camino, la había alentado a salvarlos. Ahora, el juego continuaba, y las vidas del noble del Sol y sus amigos seguían colgando en la balanza.
En vida, ella había amado a Daisuke-sama. Ya no estaba segura de poder hacerlo como un fantasma; todo —incluso las emociones— se había vuelto nebuloso. Pero estaba comprometida con esto ahora. Para bien o para mal, ella seguiría el juego hasta el final.
Salieron de las nubes y, de pronto, una isla tan brillante y tan verde como una joya preciosa apareció debajo, en el medio del mar. Los ojos de Taka se iluminaron y una gran sonrisa cruzó su rostro mientras se ponía en pie.
—¡Ahí está la isla! Maestro, ya estamos aquí. Hemos llegado.
—Silencio.
El tono de Seigetsu-sama fue áspero. Helada, Suki se volvió cuando el hombre de cabello plateado se levantó y comenzó a moverse despacio, como en un sueño. El rostro del noble hizo que un escalofrío recorriera su espalda; ella no lo había visto tan conmocionado como ahora. Él se tambaleó y apoyó una mano contra la pared del carruaje para estabilizarse, lo que hizo que Taka jadeara.
—¿Se encuentra bien, Maestro?
Seigetsu-sama no pareció escucharlo.
—No —murmuró, pero estaba claro que estaba hablando para sí—. El juego estará perdido sin ella. No lo permitiré…
Sus ojos dorados se movieron hacia Suki, y Suki retrocedió al encontrarse ante el vacío detrás de ellos. En esa mirada, vio un hambre que podía tragarse las estrellas y drenar el océano. Pero entonces, Seigetsu-sama parpadeó y volvió a su elegante normalidad.
—Suki-chan —su voz era una caricia, tranquila y reconfortante—. Me temo que debo pedir tu ayuda. No, yo… debo rogar por tu ayuda —dio un paso adelante y le tendió una mano de dedos largos—. Por favor. El juego está equilibrado en el filo de una navaja, y un solo error podría echar abajo todo. Si una pieza desaparece, el resto le seguirá. También el noble Taiyo a quien Suki-chan sigue amando.
Daisuke-sama. Suki tembló, recordando las siniestras palabras de Taka en medio de la profecía. “El príncipe de cabello blanco busca una batalla que no puede ganar. Se romperá bajo la espada del demonio, y su perro lo seguirá hasta la muerte”.
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