—Lo suficiente para salvar un alma humana de Jigoku, y a un oni de estar atrapado en una espada por toda la eternidad —terminé. Los ojos del zorro dorado se encontraron con los míos, y mi corazón dio una extraña sacudida.
Con un escalofrío, di media vuelta y le dije a mi corazón que se quedara quieto, que no sintiera. Me sostuve del borde del puesto del vigía y contemplé el agua. ¿Qué estaba haciendo? Cada vez que Yumeko estaba tan cerca, mi guardia bajaba y mis emociones corrían el peligro de quedar expuestas, y así había sido como Hakaimono me había dominado la primera vez. Ahora era todavía más peligroso, con mi lado demoniaco libre de restricciones y tan cerca del control que yo podía sentir su ira y su sed de sangre hirviendo en mi interior.
—Aunque podrías arrepentirte de esa decisión, una vez que Genno esté muerto —le dije a la kitsune a mis espaldas—. Es posible que me hayas salvado, pero también salvaste a un demonio. Hakaimono todavía está aquí, en mi interior, nunca lo olvides.
Sentí que ella me miraba, el viento tironeaba nuestro cabello y hacía que la plataforma se balanceara.
—Gomen, Tatsumi —dijo al fin, haciéndome fruncir el ceño, confundido—. Ni siquiera te pregunté si querías convertirte en un demonio. ¿Desearías no haberte salvado?
—No —reconocí—. Me alegro de estar aquí, de tener la oportunidad de redimirme al detener la Noche del Deseo y matar a Genno. Pero… no puedo confiar en mí, en que no conduciré una masacre contra todos, amigos o enemigos —antes, podía acallar la ira y la sed de sangre de Hakaimono porque no eran mías. Me habían entrenado para separarme de toda emoción, para poder controlarlo. Ahora esa ferocidad era parte de mí. Una vez que comenzara a matar, era posible que no pudiera detenerme.
—No estoy asustada.
El miedo y la ira en mi interior se agitaron. Ella todavía no entendía lo que yo era, lo que en verdad yo podía hacer. Suficiente de esto, Tatsumi. Si realmente te importa la chica, debes ponerle un alto a este juego ahora mismo. Tú eres un demonio, no tiene sentido que estés esperando algo. Y si esto continúa, llegará el día en que te vuelvas en su contra y ella no lo verá venir. Termina con esto de una vez por todas.
Me giré y permití que la ira burbujeara hasta la superficie. La furia y la sed de sangre que siempre estaban allí ahora, ardiendo dentro de mis venas. Sentí cómo mis cuernos se volvían más grandes y calientes, y proyectaban un brillo carmesí en el rostro de Yumeko. Sentí las runas y los símbolos ardientes surgir a lo largo de mis brazos y trepar por mi cuello, brillando a través de mi haori. Cuando las garras de obsidiana se deslizaron desde mis dedos, y los colmillos curvos se asomaron en mi mandíbula, miré a Yumeko y entrecerré los ojos, que sabía que brillaban con un escarlata taciturno.
Los ojos de Yumeko se abrieron ampliamente y ella se encogió. Por un momento, me miró fijamente, al demonio que había aparecido en la plataforma con ella. Mantuve mi mirada dura, peligrosa, permitiendo que ella viera la sed de sangre apenas controlada, ignorando la fatigada desesperanza que me corroía el interior. No quería hacerle esto a ella. Yumeko era la primera persona que me había visto como algo más que el asesino de demonios de los Kage, más que sólo la espada que esgrimía. Odiaba que me recordara así: un demonio. Un señor oni, cruel e irredimible. Pero tenía que hacerse. Mejor terminar con esto, que aprendiera a temerme y odiarme ahora, que esperar hasta el día en que, inevitablemente, la traicionaría.
—Esto es lo que soy ahora —dije con frialdad, dejando que el áspero gruñido de Hakaimono impregnara mi voz—. Ésta es la fusión de un demonio y un alma humana. Estoy agradecido por lo que hiciste, Yumeko. Nunca pienses lo contrario. Pero deberías quedarte lo más lejos posible de mí. De lo contrario, esto podría ser lo último que veas.
Yumeko parpadeó y sus orejas se plegaron en su cráneo. Una expresión extraña cruzó su rostro, una de desafío y determinación, como si estuviera reuniendo todas sus reservas de valor. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, ella dio un paso adelante, tomó mi cara entre ambas manos y… me besó.
¿Qué…?
Aturdido, me puse rígido y perdí al instante el control de la ira y la sed de sangre. Las garras y los colmillos se retrajeron, y los símbolos brillantes en mis brazos se desvanecieron, para disolverse como ascuas en el viento. Mis manos se levantaron para tomar sus hombros y sentí su cuerpo presionarse contra el mío, el rápido latir de su corazón contra mi pecho.
No duró mucho el breve y gentil tacto de sus labios sobre los míos. Justo lo suficiente para poner de cabeza mi mundo y dejarme tambaleando antes de que ella retrocediera. Turbado, miré a la kitsune, cuyos penetrantes ojos dorados, abiertos, decididos y aún por compelto ausentes de miedo, me estaban mirando.
—Confío en ti —las palabras fueron un murmullo en mi alma. Las puntas de sus pulgares rozaron mi mejilla con insoportable ternura, y cerré los ojos contra la suavidad—. Oni o humano, no importa cómo cambie su apariencia. Tu alma sigue siendo la misma. No tengo miedo, Tatsumi, no puedo decirlo más claro.
—Yumeko —al abrir los ojos, miré a la chica y rodeé suavemente su muñeca con mis dedos. Ella me observaba, inhumana, ingenua, perfectamente hermosa. Ella iba a ser la ruina de ambos, y de pronto eso dejó de importarme.
—¡Oiiiiiiiii! —un grito llegó desde abajo—. ¡Ustedes, en el puesto del vigía! ¡Ojos al océano! ¿Pueden ver algo extraño?
Un gruñido retumbó en el fondo de mi garganta, pero solté a Yumeko y me alejé, luego miré a la base del mástil. Uno de los marineros estaba allí, señalando frenéticamente al costado del barco.
—¡Hay algo ahí afuera! —gritó mientras Yumeko miraba también hacia abajo, con las orejas de zorro girando, curiosas—. ¡En el agua! Podría estar dando vueltas alrededor del barco, pero no podemos verlo. ¿Ustedes ven algo desde allá arriba?
Miré por encima de la extensión negra y brillante del océano, y un escalofrío se deslizó por mi columna.
Había algo en el agua. Algo enorme. Pude ver una inmensa sombra deslizándose justo debajo de las olas, la creciente protuberancia de agua cuando se acercaba al barco. Por instinto, repasé mi lista de grandes yokai y bakemono que habitaban en el mar (ushi oni, koromodako y el enorme umibozu), y ninguno de ellos era algo con lo que quisiera encontrarme en medio del océano.
—¿Qué es eso? —preguntó Yumeko, su voz apenas por encima de un susurro, como si temiera que si hablaba más alto llamaría la atención de la sombra. No respondí, temiendo saber la respuesta, esperando desesperadamente estar equivocado.
La protuberancia se hizo más grande y se elevó en el aire a medida que se acercaba. Con una explosión de agua de mar y el rugido de un tsunami, algo oscuro y enorme emergió de las profundidades y alcanzó una altura aterradora mientras se alzaba sobre nosotros. Una figura humanoide, pero negra como la noche, sin rasgos distintivos salvo por dos ojos brillantes en su cabeza lisa y calva. Esos ojos se fijaron en nosotros cuando el monstruo reparó en la embarcación, en el puesto del vigía. Su forma larguirucha era incluso más alta que el mástil del barco. Yumeko jadeó, y maldije por lo bajo cuando se confirmaron mis sospechas. Esto no era lo que necesitábamos en este momento.
—¡Umibozu! —gritó alguien desde la cubierta. Una voz frenética que resonó en la noche.
El pánico instantáneo barrió el navío cuando se hizo realidad el mayor temor de cada marinero: conocer a la monstruosa criatura conocida como umibozu en medio del océano. Casi nada se sabía de ellos: qué eran, cómo vivían, si había numerosos umibozu en las profundidades del océano o si la forma enorme y corpulenta que nos enfrentaba ahora era la única de su tipo. No se sabía por qué aparecía un umibozu cuando lo hacía. Éste nunca hablaba, no exigía ni daba indicación alguna de lo que quería. Pero ninguna nave sobrevivía a un encuentro con un umibozu. La criatura gigante, fuera lo que fuese, se levantaba del mar, destrozaba una embarcación y simplemente se sumergía nuevamente en las profundidades.
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