Julie Kagawa - La noche del dragón

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Para salvar de una muerte inminente a todos aquellos que ama, Yumeko ha entregado al enemigo el último fragmento del Pergamino de las Mil Oraciones. Ahora la chica mitad zorro
kitsuney su dispar banda de acompañantes deberán evitar que el Maestro de los Demonios invoque al Gran Dios Dragón para que éste cumpla un deseo que sumirá al Imperio en el caos.
El asesino del Clan de la Sombra, Kage Tatsumi, ha recuperado el control de su cuerpo y ha aceptado un trato con Hakaimono, el demonio que habita en su interior, para que ambos ayuden a Yumeko a detener el cataclismo.Pero incluso con sus habilidades combinadas, esta insólita escuadra de héroes sabe que las fuerzas del mal pueden ser imposibles de superar. Peor aún, ellos ignoran que existe otro interesado en el Deseo, alguien que ha actuado desde el principio en las sombras, y que aguarda el momento adecuado para revelarse. Lo que la crítica ha dicho de
La sombra del zorro:"¡Una de mis series de fantasía favoritas de todos los tiempos!" Ellen Oh, autora de
Prophecy y la serie Spirit Hunters"Kagawa utiliza elementos de la mitología japonesa y su folklore para desplegar una historia épica… Una aventura repleta de acción."
Kirkus Reviews «Los lectores no saldrán de casa hasta devorar el capítulo siguiente.»
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—Esto es… —Daisuke-san negó con la cabeza. Su expresión, que por lo general se mantenía fría e imperturbable, había palidecido ahora por la conmoción— una blasfemia —susurró finalmente—. ¿Por qué alguien haría algo así?

Tatsumi se giró. Sus ojos brillaban rojos ante la luz tenue, y sus cuernos y garras estaban completamente expuestos. Habían aparecido tatuajes siniestros en sus brazos y cuello, que titilaban como si fueran de fuego. Su boca se retorció en una sonrisa escalofriante por completo ajena a Tatsumi.

—Esto es magia de sangre —nos dijo—. Mientras más sangre, muerte y sufrimiento involucra, más poderoso es el hechizo. Y esto significa que las brujas de Genno están muy cerca.

—De hecho, Hakaimono —resonó una voz en lo alto.

Levanté la vista y descubrí a un trío de figuras en el borde del desván, mirándonos. Eran mujeres, o tal vez lo habían sido en algún momento. La que estaba al frente era alta y parecía marchita, con garras negras enroscadas saliendo de sus dedos y un brillo amarillo en los ojos. Las otros dos tenían un aspecto más humano, aunque ambas exhibían cicatrices al rojo vivo abiertas en sus brazos y piernas, y una de ellas tenía una terrible herida en el rostro y un agujero cicatrizado donde debería estar su ojo.

La bruja al frente apuntó una larga garra hacia Tatsumi.

—Sabíamos que vendrías, Primer Oni —dijo con voz ronca—. Tú y tus compañeros no abandonarán este lugar con vida. No les permitiremos que interfieran con los planes del Maestro Genno. Él convocará al Dragón, y el Imperio temblará con su regreso. Y ustedes morirán aquí, al igual que todos los que se opongan al Maestro de los Demonios.

Extendió una mano y una oleada de poder oscuro se elevó por el aire. A nuestro alrededor, las pilas de cadáveres comenzaron a moverse. Se agitaron, se revolvieron juntos, y luego se levantaron en enormes masas de carne, miembros y cuerpos, docenas de cadáveres fusionados en monstruos terribles y grotescos. Se tambalearon y se deslizaron de las pilas, con numerosas manos extendidas hacia nosotros, innumerables voces gimiendo como una sola.

—Bueno, esto es asqueroso —dijo Okame-san, levantando su arco. Los montículos de cadáveres se estaban reuniendo en torno a nosotros, en un círculo que se iba estrechando poco a poco. Disparó una flecha que atinó con un sonido sordo en la cabeza de un monstruo. La cabeza se desplomó, con la flecha sobresaliendo de la cuenca del ojo, pero el resto de los rostros gimiendo y de los brazos estirados hacia nosotros no parecieron inmutarse—. Podríamos estar en problemas, aquí.

—Yumeko, retrocede —dijo Tatsumi cuando Daisuke-san desenvainó su espada y Chu estalló en su forma real con un gruñido. Al avanzar, el guardián del santuario formó las puntas de un triángulo con Tatsumi y Daisuke-san, mientras Reika ojou-san, Okame-san y yo permanecíamos en el centro. Con el corazón palpitante, abrí las manos y el fuego fatuo cobró vida en mis palmas, iluminando los rostros horribles de los muertos que se cernían sobre nosotros. Tatsumi sonrío en un gesto sombrío y levantó su espada—. Esto va a ser intenso.

Las pilas de cadáveres avanzaron tambaleándose hacia delante con gruñidos ahogados. Grité y levanté un muro de fuego fatuo, lo que hizo que algunos retrocedieran ante la repentina luz. Mientras se tambaleaban hasta detenerse, Tatsumi y Daisuke-san se lanzaron a través de la pared de kitsune-bi y en medio de los muertos.

Los montículos de cadáveres rugieron, se estiraron hacia nosotros con docenas de manos, arañando con sus dedos llenos de garras. Daisuke-san giró y dio vueltas alrededor de ellos, su espada se volvió un manchón borroso y las extremidades cercenadas comenzaron a caer al suelo. Tatsumi gruñó mientras saltaba en el aire, blandiendo a Kamigoroshi para atravesar por el medio a una pila de cadáveres. Los cuerpos emitieron desagradables sonidos al ser cortados, y el hedor que manaba del montículo hizo que mis ojos lloraran y mi estómago se revolviera.

Sacudiendo la sangre de su espada, Tatsumi se giró hacia otro de los montículos, pero las extremidades de los cadáveres apilados se retorcieron y se volvieron a levantar como dos entidades separadas más pequeñas que se abalanzaron hacia él una vez más. A unos metros de distancia, Daisuke-san estaba luchando por mantener la distancia entre él y un par de montículos de cadáveres. Sin importar cuántas extremidades cortara, cuántas cabezas desmembrara, las pilas seguían llegando.

—¡Yumeko!

La voz de Reika ojou-san resonó, aguda y asustada. Me di la vuelta justo cuando una sombra cayó sobre mí por detrás, con una docena de manos arañándome desde todos los ángulos. Solté un grito y envié una ola de fuego fatuo a las muchas caras del monstruo, lo que hizo que éste se encogiera de miedo, pero sin detenerse. Una mano fría y húmeda me sujetó por la muñeca y me arrastró. Grité de asco y horror.

—¡Purificar!

Un ofuda pasó a toda velocidad más allá de mi cabeza y se pegó a la masa pútrida del monstruo que me había sujetado. Con un estallido de luz espiritual, parte del montículo fue arrojado en pedazos. Retrocedí tambaleante, con los dedos del brazo cercenado todavía aferrados a mi muñeca, mientras la pila de cadáveres aullaba y se transformaba en un montículo de muertos. Éste avanzó vacilante una vez más, pero el enorme bulto carmesí de Chu se estrelló contra él con un rugido, y lo echó atrás.

—Puaj —sacudí mi brazo rápidamente para soltar los dedos que todavía se enroscaban alrededor de mi muñeca—. Esto no está funcionando, Reika ojou-san —jadeé. Detrás de mí, escuché el furioso gruñido de Tatsumi y el chasquido de su espada desgarrando los montículos de cadáveres, y vi el destello de la espada de Daisuke-san mientras cortaba extremidades y cuerpos, pero siempre había más—. ¿Cómo matamos cosas que ya están muertas?

—Los cadáveres son sólo títeres —espetó Reika ojou-san, agachándose mientras una mano pálida la arañaba—. Elimina a los titiriteros, y cortarás las cuerdas.

—¡Oh! —exclamé, y miré a las brujas, sonriéndonos en el borde del desván, y luego a Okame-san, que se encontró con mi mirada a través de las cosas muertas—. ¡Okame-san!

—¡Yo me encargo! —sin dudarlo, el ronin levantó el arco y lanzó tres disparos rápidos al trío de brujas de sangre que estaban sobre nuestras cabezas. Las flechas volaron infaliblemente hacia sus objetivos, pero justo antes de alcanzarlas, golpearon un muro invisible de fuerza que las hizo desviarse. Por un momento, una barrera parpadeó a la vista, rodeando a las brujas de sangre en una cúpula negra y roja. La hechicera principal soltó una carcajada.

—Luchen y esfuércense todo lo que quieran, patéticos mortales —dijo entre dientes—. Nadie detendrá el glorioso regreso del Maestro Genno.

—¡Reika ojou-san! —llamé, saltando hacia atrás y arrojando fuego fatuo a la cara de un cadáver, aunque con poco efecto—. Hay una barrera…

—La vi —la miko lanzó una mirada de absoluto disgusto al trío de brujas antes de sacar otro ofuda de su haori—. Sólo necesito un minuto —sostuvo la tira de papel con dos dedos y la llevó a su cara—. Mantenlos lejos de mí mientras tanto.

—¡Minna! —llamé, mientras Chu se abalanzaba entre su señora y un par de montículos de cadáveres que se arrastraban hacia ella—. ¡Todos! ¡Protejan a Reika ojou-san!

De inmediato, Tatsumi y Daisuke-san retrocedieron para flanquear a la doncella del santuario, mientras que Okame-san, Chu y yo cubríamos el frente. En realidad, fue principalmente Chu, quien se había convertido en un rugiente y furioso torbellino de dientes y garras, y atacaba a cualquier cosa muerta que se acercara demasiado. Tomé un guijarro del piso, lo tiré hacia los montículos de cadáveres y apareció un segundo komainu, gruñendo y azotando con sus enormes patas, lo que aumentó la confusión y el caos. Reika ojou-san cerró los ojos, murmuró algunas palabras y el papel en su mano comenzó a brillar.

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