—¿Tatsumi? ¿Estás aquí arriba?
Mi corazón dio un vuelco cuando la voz que había estado rondando mis pensamientos durante días sonó tan cerca. Frente a mí, cuatro delgados dedos se curvaron sobre el borde del puesto del vigía, justo un instante antes de que un par de orejas de punta negra se asomaran por el borde y apareciera el rostro de Yumeko, con su cabello ondeando detrás gracias al fuerte viento. Me vio y sus labios se curvaron en una sonrisa.
—¡Ahí estás! Te he estado buscando por todas partes —logró que le hiciera espacio y se escurrió dentro de la canastilla. Hizo una mueca cuando sus antebrazos golpearon el piso del puesto del vigía—. Ite. Bueno, eso fue emocionante. Creo que nunca había estado tan aterrorizada de mirar hacia abajo. Ni siquiera el viejo árbol de alcanfor en el bosque cerca del Templo de los Vientos Silenciosos era tan alto —todavía de rodillas y agarrando una de las cuerdas con ambas manos, se asomó por el borde de la canasta y sus orejas se plegaron, aplanadas, en su cráneo—. Ciertamente, estamos muy arriba, ¿verdad? Espero que Reika ojou-san no se enoje demasiado si decido quedarme aquí toda la noche.
—¿Qué estás haciendo aquí, Yumeko? —pregunté, sin moverme de mi lugar contra el costado de la canasta. Verla hacía que mi corazón latiera con fuerza, pero si eso se debía a la emoción, el miedo o alguna otra cosa, no podía asegurarlo.
—Estaba preocupada —la chica se deslizó alrededor del mástil hacia mí, sin soltar las cuerdas o los bordes del puesto del vigía—. No te había visto en casi dos días, y nadie sabía dónde encontrarte tampoco. Pensé que podrías haber… decidido irte.
Fruncí el ceño.
—Estamos en medio del océano —señalé la extensión interminable de agua que nos rodeaba, resplandeciente a la luz de la luna—. ¿Adónde iría?
—No soy un shinobi —todavía de rodillas, se acercó más, con los nudillos blancos por mantener las cuerdas apretadas—. No sabía si tenías alguna magia secreta de los Kage que te permitiera convertirte en un pez o algo así. Eeeh —una ráfaga de viento sacudió sus mangas e hizo que la cesta se balanceara, por lo que ella cerró los ojos y se abrazó al mástil—. Bueno, eso lo decide. Me quedaré aquí hasta que lleguemos al territorio del Clan de la Luna. No pasará mucho tiempo hasta que lleguemos a la primera isla, ¿cierto?
Dos cuerpos eran una multitud en el puesto del vigía, la canasta no estaba destinada a sostener a más de una persona. Suspiré, me puse en pie y miré a la chica que seguía abrazada alrededor del mástil.
—Dame tu mano —le dije, extendiendo la mía. Estiró su brazo para alcanzarme y agarró la palma de mi mano, pero mantuvo un brazo envuelto alrededor del poste de madera—. Suelta el mástil, Yumeko —insistí, y sus orejas se aplanaron de nuevo—. Confía en mí —la tranquilicé, manteniendo un firme agarre en su mano—. No te dejaré caer.
Ella asintió y soltó el mástil con cautela. La ayudé a erguirse, pero mientras se estaba poniendo en pie, una feroz ráfaga de viento causó que las velas se rasgaran violentamente. Yumeko hizo una mueca, como si quisiera pegarse otra vez al mástil, pero la empujé hacia delante para que se apoyara contra mí. Con una mano se aferró a mi hombro para mantener el equilibrio mientras la otra me apretaba los dedos como una prensa.
—Planta bien los pies —le dije con voz suave—. Dobla las rodillas y siente el ritmo de las olas mientras se mueven. Balancéate con la nave en lugar de permitir que ella te sacuda.
—Esto no es como escalar el árbol de alcanfor —murmuró, mirando fijamente la tela de mi haori mientras encontraba el equilibrio—. Incluso cuando el árbol se balanceaba, había ramas por todas partes de las que te podías agarrar en caso de que resbalaras. En este momento, no hay nada más que aire entre mí y una caída muy larga hacia las tablas. Tal vez Reika ojou-san me dará un discurso si me rompo el cuello cayendo del palo mayor.
—No vas a caer —le dije—. Relájate y concéntrate en el movimiento del barco. Una vez que te sientas cómoda con el ritmo, será fácil bajar.
Se enderezó y por fin levantó la mirada. Encima de su cabeza, sus orejas de zorro se erizaron y su postura se relajó contra mí.
—Oh —susurró. Sonaba asombrada—. Se puede ver todo el océano desde aquí arriba —miró esa brillante extensión negra a su alrededor, las plateadas olas ondulantes debajo de la luna, y respiró lentamente—. En verdad se extiende por siempre, ¿cierto?
Sus dedos rozaron mi piel, arrastrando una línea de calor sobre mi brazo, y mi corazón latió en mis oídos. De pronto, me di cuenta de que estábamos solos aquí, lejos de nuestros compañeros y de cualquiera que pudiera vernos. Además, nuestros cuerpos estaban muy cerca. Podía sentir la delgada figura de Yumeko inclinándose ligeramente hacia mí para mantener el equilibrio, su suavidad bajo mis dedos. En el pasado, tener a alguien tan cerca me habría hecho sentir muy incómodo y desesperado por poner distancia; ahora estaba lleno de una urgencia aterradora e incomprensible por acercarla todavía más.
—Deberías bajar —dije con brusquedad—. La isla de Ushima no está lejos. Esperamos llegar al puerto de Heishi al amanecer.
Asintió, distraída. Todavía estaba mirando el agua y la luz de la luna se reflejaba en sus ojos.
—Todo es tan grande —murmuró, como si no quisiera hablar más alto—. Parece que somos las únicas cosas aquí afuera. Apenas unas motas diminutas entre el océano y el cielo. Eso permite darte cuenta de lo pequeño e insignificante que eres en realidad. Luchas siempre tan duro, pensando que estás atrapado en esta gran batalla de vida o muerte, cuando en realidad sólo eres un insecto atrapado en una telaraña —hizo una pausa, y una leve sonrisa cruzó su rostro—. Ése era uno de los dichos de Denga. Yo no solía entender lo que él quería decir, pero ahora… creo que lo entiendo.
Con un suspiro, echó la cabeza atrás y miró las estrellas.
—Me siento como un bicho en este momento, Tatsumi —susurró—. ¿Cómo se supone que debo detener a Genno, su ejército o la llegada del Dragón? No soy tan fuerte.
—Yo seré tu fuerza —le dije suavemente—. Déjame ser tu arma, la espada que atraviese a tus enemigos. Puedo hacer eso, al menos —ella se estremeció contra mi cuerpo, y mi corazón se aceleró en respuesta—. La fuerza no es el único camino a la victoria. Tú me lo dijiste, ¿lo recuerdas? Tienes otras formas de pelear, Yumeko.
—Magia de zorro —murmuró Yumeko—. Ilusiones y artimañas. No tengo poder real como tú o como Reika ojou-san. Lo intentaré, Tatsumi. Lucharé lo más duro que pueda, pero Genno sabe lo que soy, ¿qué tan útil es mi magia en realidad?
—Lo suficiente para derrotar a un señor oni —dije—, el demonio más fuerte que Jigoku haya conocido. Lo suficiente para mantener el pergamino oculto del asesino de demonios de los Kage mientras atravesaban juntos la mitad del Imperio, y para mantenerte con vida pese a que la inmortal daimyo del Clan de la Sombra desea matarte. Y para hacer que un señor de los Kage grite y baile como una marioneta cuando un roedor ilusorio corre por su hakama —esto último la hizo reír, y a mí me hizo sonreír también. Gracias al ronin, había oído hablar de la infame ceremonia del té con el noble Iesada, y de la vergonzosa e hilarante forma en que ésta había terminado. Me había encontrado con el noble Kage sólo una vez, y aunque mi mitad humana estaba acostumbrada a la arrogancia casual y la pompa de la aristocracia, mi naturaleza demoniaca había querido desencajar esa expresión altiva de su rostro para entregársela, húmeda de sangre, de regreso en la mano.
Finalmente respiré:
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