Julie Kagawa - La noche del dragón

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Para salvar de una muerte inminente a todos aquellos que ama, Yumeko ha entregado al enemigo el último fragmento del Pergamino de las Mil Oraciones. Ahora la chica mitad zorro
kitsuney su dispar banda de acompañantes deberán evitar que el Maestro de los Demonios invoque al Gran Dios Dragón para que éste cumpla un deseo que sumirá al Imperio en el caos.
El asesino del Clan de la Sombra, Kage Tatsumi, ha recuperado el control de su cuerpo y ha aceptado un trato con Hakaimono, el demonio que habita en su interior, para que ambos ayuden a Yumeko a detener el cataclismo.Pero incluso con sus habilidades combinadas, esta insólita escuadra de héroes sabe que las fuerzas del mal pueden ser imposibles de superar. Peor aún, ellos ignoran que existe otro interesado en el Deseo, alguien que ha actuado desde el principio en las sombras, y que aguarda el momento adecuado para revelarse. Lo que la crítica ha dicho de
La sombra del zorro:"¡Una de mis series de fantasía favoritas de todos los tiempos!" Ellen Oh, autora de
Prophecy y la serie Spirit Hunters"Kagawa utiliza elementos de la mitología japonesa y su folklore para desplegar una historia épica… Una aventura repleta de acción."
Kirkus Reviews «Los lectores no saldrán de casa hasta devorar el capítulo siguiente.»
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—Nunca es tan fácil.

—Tal vez lo será esta vez —miré hacia un lado y hacia el otro en el callejón para asegurarme de que todavía estaba vacío, y asentí—. Muy bien, parece que está despejado. Sólo… actúa como si estuvieras muerta, Reika ojou-san. Arrastra los pies un poco.

Me fulminó con la mirada, pero la ignoré y salí al callejón.

Casi en cuanto salí, hubo un movimiento al final de la calle y apareció un cuerpo, golpeando la esquina de la casa de sake. Me miró con sus ojos grises y me quedé congelada, preguntándome si podría oler mi aliento y escuchar los latidos de mi corazón, indicadores seguros de que no era uno de los muertos resucitados. Pero después de un largo y escalofriante momento, el cadáver se volvió y se alejó tambaleándose, y entonces exhalé lentamente, aliviada.

—Has sido bendecida por el mismo Tamafuku —murmuró Reika ojou-san detrás de mí—. Esperemos que esa gran suerte tuya se mantenga hasta que lleguemos al almacén.

Con cuidado, nos dirigimos hacia los muelles, tratando de permanecer fuera de la vista, pero sin que pareciera que estábamos tratando de permanecer fuera de la vista. Era casi imposible. Los cadáveres vivos llenaban las calles, arrastrándose sin rumbo por el barro o tan sólo parados en un lugar, sin mirar nada. Sin embargo, no parecían notarnos cuando pasábamos a su lado; parecía que la ilusión, o la presencia de las máscaras blancas que ocultaban nuestras caras, estaban funcionando.

A través del fuerte hedor a sangre y descomposición, percibí el débil y limpio olor del océano y escuché el chapoteo de las olas contra las piedras. Atravesamos el espacio entre dos edificios y aparecieron los muelles, una serie de largas pasarelas de madera que se extendían sobre el agua. Unos cuantos barcos más pequeños y botes pesqueros se balanceaban suavemente cerca de la orilla, y un solo barco grande estaba cerca del final de los muelles.

Había muchos más muertos levantados aquí, deambulando por los muelles e incluso tropezando con las cubiertas de los barcos. Pero la mayoría pululaba alrededor de un largo almacén de madera en el extremo más alejado de los muelles. Podía sentir una oscuridad emanando del edificio, una magia que se sentía como gusanos retorciéndose y moscas zumbando, la mancha inconfundible de la magia de sangre.

Miré a los demás, buscando sus ojos detrás de las máscaras.

—¿Ahora qué? —pregunté.

Tatsumi se encontró con mi mirada.

—Sigamos adelante —murmuró con voz muy baja—. El almacén es nuestro objetivo.

Eché un vistazo a los enjambres de cuerpos que se agitaban entre nosotros y el distante almacén, y mi piel se erizó. No había manera de pasar sin tener que arrastrarnos a un brazo de distancia de la multitud de muertos. Una mirada superficial era una cosa, pero ¿mis ilusiones se mantendrían si nos acercábamos tanto? ¿O si alguno de ellos nos tocaba?

Cuando comenzamos a caminar, metí la mano en mi obi y encontré una de las hojas que había escondido en los pliegues. La saqué y liberé otro pequeño pulso de magia de zorro, luego dejé que la hoja cayera al suelo, justo cuando el primer grupo de cadáveres levantó la vista y nos vio.

No reaccionaron a nuestra presencia, no al principio. Pero a medida que continuamos, abrazando el borde de la calle, más y más cabezas comenzaron a girar. Miradas planas y muertas me siguieron y, cuando nos acercamos al almacén, varios cadáveres se separaron del enjambre principal y comenzaron a avanzar hacia nosotros, entre tropiezos. Podía sentir la tensión en los cuerpos detrás de mí, las manos posándose sobre las empuñaduras de las espadas, los suaves pero amenazantes gruñidos de Chu, mientras los muertos se aproximaban.

—Parece que la farsa ha terminado —murmuró Okame-san, y lo vi alcanzar su arco—. Así que la pregunta ahora es: ¿qué tan rápido podemos llegar al almacén antes de que el pueblo entero nos ataque?

—Espera, Okame-san —susurré, tendiéndole una mano—. Todos. No hagan nada todavía.

Los ojos del ronin fruncieron el ceño detrás de la máscara, pero dejó caer la mano de su arma.

—Si tú lo dices, Yumeko-chan —murmuró, y su mirada se dirigió a la multitud de muertos que se acercaba a nosotros—. Pero, eh, esos muertos se siguen acercando… ¿Qué es lo que estamos esperando exactamente?

Un grito resonó en los muelles. De inmediato, todos los muertos en el área se enderezaron y se volvieron hacia el sonido. Una figura se encontraba parada al final de la calle, mirando con horror los cadáveres vivos, con los ojos muy abiertos por el miedo. Tenía mi cara, mi ropa y mi cuerpo, y gritó con mi voz cuando se alejó tambaleándose de la muerte, tropezó con su túnica y cayó al suelo.

Con gritos y gemidos escalofriantes, la horda se tambaleó detrás de ella, corriendo como hormigas que descienden sobre el cuerpo de una langosta. La falsa Yumeko se puso en pie y estuvo a punto de caer de nuevo sin parar de gritar, luego escapó con la multitud detrás de ella, que le pisaba los talones. Cuando dio vuelta en una esquina y desapareció de mi vista, le di una orden mental a la ilusión de que siguiera corriendo tanto como pudiera y me volví hacia los demás, que observaban asombrados a los muertos alejarse de nosotros.

—¡Vamos, minna! Mientras están distraídos.

Okame soltó un resoplido de risa, sacudiendo la cabeza, mientras avanzamos de nuevo hacia el almacén.

—Eso lo resuelve —murmuró—. Cuando esto termine, tú y yo necesitamos visitar una sala de juego, Yumeko-chan. En sólo una noche podríamos amasar más riquezas que el emperador.

Nos dirigimos al almacén, que era un largo edificio de piedra y madera que parecía estar bien cerrado. Nos acercamos y me estremecí cuando la magia oscura que irradiaba hizo que mi piel se erizara y mi estómago se retorciera. Las puertas dobles estaban cerradas y sin vigilancia, pero Reika ojou-san extendió un brazo y nos detuvo.

—Esperen —sacó un ofuda y lo arrojó a las puertas. Cuando la tira de papel tocó la madera, hubo un pulso de magia que se encendió de color púrpura por un instante, y el ofuda se convirtió en cenizas. Reika asintió con gesto sombrío—. Hay una barrera alrededor del almacén —nos dijo—. Magia de sangre extremadamente poderosa que busca alejar lo ajeno. O retener algo adentro. Como quiera que sea, no queremos tocarlo.

—¿Cómo entraremos, entonces? —preguntó Okame-san.

—Denme unos minutos —dijo Reika ojou-san. Sacó otro ofuda y lo sostuvo entre dos dedos—. Podría ser capaz de disiparla…

Tatsumi desenvainó su espada y ésta chirrió cuando salió a la luz, lo que hizo que se erizaran los vellos de mis brazos. Sin decir una palabra, caminó hacia las puertas del almacén y bajó a Kamigoroshi para embestir.

En el instante mismo en que la hoja brillante tocó la barrera, se escuchó un chillido, el sonido de porcelana al quebrarse y un pulso de energía implosionando. Me encogí y aplané mis orejas, mientras la sensación de estar cubierta de cosas retorcidas y serpenteantes fluía sobre mí antes de dispersarse en el viento. Reika ojou-san parpadeó.

—O Kage-san podría hacer algo así… —finalizó la doncella.

Tatsumi levantó un pie y pateó las puertas, que se abrieron bruscamente, se soltaron de sus engranajes y golpearon el piso al caer. Sin dudarlo, avanzó con la espada pulsando contra la oscuridad y desapareció por el marco.

—Correcto —suspiró Okame-san mientras el resto de nosotros se apresuraba tras Tatsumi—. Supongo que un acercamiento sutil ya quedó descartado.

Reika ojou-san resopló.

—¿Cuándo hemos concretado un acercamiento sutil?

El interior del almacén estaba oscuro y cálido, el aire rancio. En cuanto crucé las puertas, el hedor pesado y empalagoso a podredumbre, sangre y descomposición me golpeó como un martillo. La razón de esto era obvia: había cuerpos por todas partes, apilados a lo largo de la pared y en las esquinas. Algunos montículos llegaban más arriba de mi cabeza. Los enjambres de moscas se arrastraban sobre las pilas sangrientas, su zumbido monótono llenaba el aire, y varias cosas peludas se alejaron de donde habían estado masticando la carne expuesta. Llevé ambas manos a mi nariz y boca, mientras mis entrañas se retorcían por el horror y perdía el control sobre las ilusiones que nos servían de fachada. Con pequeños estallidos de humo blanco, las imágenes de máscaras y cadáveres desaparecieron, y volvimos a ser nosotros.

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