Julie Kagawa - La noche del dragón

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Para salvar de una muerte inminente a todos aquellos que ama, Yumeko ha entregado al enemigo el último fragmento del Pergamino de las Mil Oraciones. Ahora la chica mitad zorro
kitsuney su dispar banda de acompañantes deberán evitar que el Maestro de los Demonios invoque al Gran Dios Dragón para que éste cumpla un deseo que sumirá al Imperio en el caos.
El asesino del Clan de la Sombra, Kage Tatsumi, ha recuperado el control de su cuerpo y ha aceptado un trato con Hakaimono, el demonio que habita en su interior, para que ambos ayuden a Yumeko a detener el cataclismo.Pero incluso con sus habilidades combinadas, esta insólita escuadra de héroes sabe que las fuerzas del mal pueden ser imposibles de superar. Peor aún, ellos ignoran que existe otro interesado en el Deseo, alguien que ha actuado desde el principio en las sombras, y que aguarda el momento adecuado para revelarse. Lo que la crítica ha dicho de
La sombra del zorro:"¡Una de mis series de fantasía favoritas de todos los tiempos!" Ellen Oh, autora de
Prophecy y la serie Spirit Hunters"Kagawa utiliza elementos de la mitología japonesa y su folklore para desplegar una historia épica… Una aventura repleta de acción."
Kirkus Reviews «Los lectores no saldrán de casa hasta devorar el capítulo siguiente.»
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—Basta de estas tonterías —por encima de nosotros, la bruja principal levantó una garra ensangrentada—. Es hora de que todos ustedes mueran. Destrúyanlos —ordenó, y los montículos de cadáveres parecieron hincharse y volverse todavía más grotescos, con nuevos brazos y caras emergiendo a través de los pútridos cuerpos. Se abalanzaron hacia el frente y uno de ellos cayó sobre Chu. El komainu gruñía mientras quedaba enterrado bajo una montaña de carne podrida y manos ávidas.

Okame-san maldijo y disparó una flecha que golpeó el montículo de cadáveres que yacía sobre Chu. La flecha se hundió en la carne podrida, pero no hizo nada más.

—¡Kuso! —escupió de nuevo y aprestó otra flecha de su carcaj, pero Reika ojou-san de pronto extendió la mano y le arrebató la flecha de las manos.

—¿Qué…?

—No a los cadáveres —espetó ella. Levantó el ofuda, que tenía un débil brillo, enrolló el talismán en el cuerpo de la flecha y se la arrojó de regreso—. La bruja, ronin. ¡Dispárale a la bruja!

Los montículos de cadáveres se cerraron sobre nosotros, con las manos agitándose. El hedor era abrumador. Okame-san dio un salto atrás, levantó su arco y envió la flecha hacia la cabeza de la bruja principal, que se regodeaba por encima de nosotros. Como antes, el dardo golpeó la barrera, pero esta vez la punta de flecha pareció atravesar la cúpula carmesí, y el ofuda se encendió con un brillo cegador. Con un sonido como el que hace la porcelana al quebrarse, la barrera se hizo añicos, lo que provocó los gritos de alarma y furia de las hechiceras mientras se apartaban, levantando los brazos.

—¡Malditos sean! —la bruja principal siseó y nos fulminó con la mirada, pero Tatsumi saltó a la cima del desván con un gruñido, y la bruja apenas tuvo el tiempo justo para gritar de terror antes de que Kamigoroshi la partiera por la mitad. Las otras dos dieron gritos de alarma e intentaron huir, pero el furioso asesino de demonios las derribó antes de que dieran tres pasos siquiera, y sus cuerpos cayeron con un golpe húmedo sobre las tablas de madera.

Un estremecimiento recorrió el aire. Lentamente, los montículos de cadáveres dejaron de moverse y comenzaron a desmoronarse mientras los cuerpos quedaban flácidos y se desplomaban en el piso. Chu se retorció para liberarse del montículo de cadáveres inmóviles, se sacudió violentamente y regresó con Reika ojou-san, que observaba los ahora inertes cadáveres con una mirada de falso triunfo.

Okame-san respiró hondo.

—¿Saben? Desde que los conocí a ustedes, chicos, he visto muchas cosas raras —anunció, con un labio encrespado mientras miraba a su alrededor—. Fantasmas hambrientos, demonios, ciempiés gigantes que quieren comerte. Pensé que las cosas ya no podrían ponerse peor, que ya lo había visto todo —sacudió la cabeza—. Pero al parecer, estaba muy, muy equivocado.

—¿Todos están bien? —pregunté cuando Tatsumi se dejó caer de la plataforma. Sus ojos todavía brillaban de un rojo sediento de sangre, sus garras, cuernos y colmillos se mantenían por completo visibles. Su mirada se encontró con la mía, y me estremecí ante la gélida furia que brillaba en su interior, pero me obligué a enfrentar al demonio que me devolvía la mirada—. Ése debería ser el final de todo esto, ¿cierto? La maldición debería levantarse ahora que el aquelarre está muerto.

Por un momento, el asesino de demonios me observó con una mirada espeluznante y contemplativa, como si estuviera considerando saltar al frente y atravesar mi vientre con su espada. Pero luego se espabiló, y los rasgos demoniacos se desvanecieron mientras se giraba para observar más allá de las puertas del almacén. Seguí su mirada y vi que la calle estaba llena de cuerpos inmóviles. Un pesado silencio flotaba en el aire, y sentí mi estómago revolverse mientras miraba los montones de cadáveres. Tanta muerte y destrucción, todo porque el Maestro de los Demonios no quería que lo siguiéramos para reclamar el pergamino.

—¡Por los veleidosos bigotes del Heraldo, lo lograron!

Nos giramos. Un hombre se encontraba parado en una puerta en el extremo opuesto del almacén. Nos miró y luego a los montículos de cadáveres con los ojos muy abiertos. No era samurái, vestía ropas ásperas pero resistentes, y su piel estaba curtida por el sol.

—Mis hombres y yo los estuvimos observando —continuó el extraño mientras otro par de rudos humanos golpeados por el sol asomaba la cabeza y nos miraba—. Los vimos atravesar las puertas con su magia, luego escuchamos una horrible conmoción. Hemos estado atrapados aquí durante días, intentando encontrar una manera de flanquear las hordas de muertos. No sé quiénes son ustedes, extraños, o qué hechicería usaron para romper la maldición en esta ciudad, pero me siento en verdad agradecido.

—¿Quién es usted? —preguntó Tatsumi.

—Oh, mis disculpas —el hombre ofreció una rápida reverencia, y sus hombres lo secundaron—. Aquí Tsuki Jotaro, primer oficial del Fortuna del Dragón Marino —hizo una pausa y frunció el ceño ante un recuerdo doloroso—. Bueno, en realidad, ahora que el capitán Fumio está muerto, supongo que ocuparé su puesto. Nos detuvimos aquí para comerciar con Umi Sabishi cuando el pueblo comenzó a llenarse de muertos andantes, y ya no conseguimos regresar a nuestro barco. Ahora que ustedes han solucionado el problema, por fin podremos volver a casa.

—A las tierras de Tsuki —confirmó Daisuke-san, como si no pudiera creer nuestra buena fortuna.

Jotaro asintió.

—En cuanto pueda encontrar y reunir al resto de mi tripulación —dijo—, tengan por seguro que abandonaremos este lugar maldito de inmediato. Pero, quienesquiera que ustedes sean, cuentan con mi eterna gratitud, extraños. Salvaron esta ciudad, mi tripulación y mi barco. Si puedo ser de alguna ayuda, sólo tienen que pedirlo.

—En realidad… —Reika ojou-san dio un paso adelante, sonriendo— hay algo en lo que puede ayudar.

6

EN EL PUESTO DEL VIGÍA

TATSUMI

No disfruté el viaje en barco.

No por causa del océano, y tampoco por el constante balanceo. Era un buen nadador y había sido entrenado en todo tipo de plataformas inestables desde que era joven. El mareo nunca había sido una preocupación para mí, a diferencia del ronin, que se había mantenido en una condición constante y ruidosamente miserable desde que zarpamos de Umi Sabishi Mura.

Era la noción de que yo estaba, esencialmente, atrapado en una pequeña embarcación con varias almas más, y que no habría escapatoria —para nadie—, en caso de que tuviera el repentino y sanguinario deseo de matarlos a todos. Podía sentir esos impulsos ahora, esa hambre de violencia y matanza que nunca desaparecía. Había pasado el último día y la mayor parte de la noche en el puesto del vigía, lejos de la tripulación y el resto de mis compañeros, de manera que mi naturaleza demoniaca no estuviera tentada a complacerse en una espiral asesina.

No te mientas, Tatsumi, dijo en un susurro una voz que no era del todo mía. Te estás escondiendo de… ella.

Callé y cerré los ojos, pero no pude escapar de la verdad. Yumeko. Últimamente, había estado pensando mucho en ella. Desde la terrible noche en que liberó mi alma del demonio que la poseía, la chica zorro era lo único en que podía pensar. Me preocupaba por ella en medio de las batallas y me sentía vacío cuando estábamos separados. Incluso ahora, aunque sabía que ella se encontraba a salvo en el barco, ansiaba verla y oírla reír. Deseaba…

“Desear es para tontos, Tatsumi”. La voz de Ichiro-sensei resonó en mi cabeza, fría y ecuánime, repitiendo una de las muchas directrices del asesino de demonios de los Kage. “Desear lo que no puede ser sólo debilita tu determinación. Eres el asesino de demonios de los Kage. Nunca debes dudar, nunca debes cuestionarte, o tú y todos los que te rodean estarán perdidos”.

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