Stephen Zepke - La sensación más allá de los límites

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La obra del investigador neozelandés Stephen Zepke es una de las principales fuentes de consulta, en lengua inglesa, sobre estética y filosofía política contemporánea, y particularmente sobre los trabajos de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Adicionalmente, el autor es reconocido por su prolífica labor de crítica artística, acompañando con sus escritos algunas exposiciones y catálogos de reconocidos artistas actuales. Los doce ensayos que componen este libro son una muestra de esa intuición única, que recorre la obra entera de Stephen Zepke. Por un lado, abordan la discusión conceptual sobre los modos contemporáneos de producción de subjetividad y, por el otro, el reto de un diálogo directo con obras de arte singulares, en este caso, con los trabajos de las artistas contemporáneas Anita Fricek, Clemencia Echeverri, Rosario López y Eulalia de Valdenebro.

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Si uno quiere llegar alguna vez a vislumbrar en lontananza nuestra moralidad europea, a fin de compararla con otras moralidades precedentes o futuras, ha de hacer como hace un viajero que quiere conocer la altura de las torres de una ciudad: a tal efecto, el viajero abandona la ciudad. (Nietzsche 2001, 380) 3

Para revaluar la moralidad, por ejemplo, uno debe considerarla desde un punto exterior a ella misma, un punto “más allá del bien y del mal”. Pero este exterior no es trascendente, sino que lo producen aquellos que tienen la fortaleza para ir “fuera […] más allá”, a un lugar libre de la “suma de juicios de valor dominantes que son parte de nuestra carne y de nuestra sangre” (Nietzsche 2001, 380). La crítica inmanente encarna este pasaje como un tipo de biopolítica pero, a diferencia de Foucault, que entiende este término como referencia a las técnicas políticas usadas sobre poblaciones, para Nietzsche la biopolítica comienza con lo individual y su autocrítica. Esto hace de la superación una práctica necesariamente situada y una forma –extrema, ciertamente– de “lo personal es político”, una micropolítica afectiva. Así planteada, la autocrítica de lo individual supera el presente, pero también supera nuestra aversión (demasiado dialéctica) a este. Nietzsche continúa:

El hombre de ese más allá, que quiere tener a la vista los más altos criterios de valor de su tiempo, necesita antes, sobre todo, para conseguirlo, “dominar” esta época en sí mismo –esta es la prueba de su fuerza– y, por consiguiente, no solo su época, sino también su aversión y contradicción existentes hasta ahora frente a esta época, su sufrimiento por este tiempo, su falta de adecuación a este tiempo. (Nietzsche 2001, 380)

La crítica no revalúa el presente al negarlo porque la negación define la naturaleza humana del presente que debe ser superado; en cambio, revalúa la negación como afirmación, con el fin de darle al presente un nuevo futuro. 4Los únicos que pueden emprender esta tarea son los artistas, porque ellos tienen la capacidad de crear. “¡Arte y nada más que arte! –grita Nietzsche– es el gran instrumento que posibilita la vida, la gran seducción de la vida, el gran estimulante de la vida” (Nietzsche 2000, 566). Tenemos que ser “artistas-filósofos”, “poetas de nuestra vida” (Nietzsche 2001, 229), personas capaces de seleccionar aquello que en nuestro presente va más allá de este, capaces, esto es, de desarrollar nuevos ojos y oídos para sentir ese futuro, de desarrollar una nueva fisiología capaz de abarcarlo. El arte lo es todo para Nietzsche porque crea lo que aún no es; es la base no solamente de su ontología sino también de su política. La política es una guerra que se libra entre fuerzas (valores) fisiológicas en torno al destino del futuro. El futuro de la humanidad puede o bien negar la vida al postular un mañana (Morgen) en continuidad con un hoy –un futuro nihilista o, como Nietzsche lo llama, “el futuro como progreso” (Nietzsche 2000, 76) 5– o bien afirmar la vida al emerger como la discontinuidad del presente, como un futuro radical que se enfrenta contra el presente (Übermorgen). El artista, argumenta Nietzsche –y esta es la esencia de su política–, crea algo que no niega el presente, sino que afirma lo que supera su humanidad y también su presente. Este es el “gran estilo” o, como comenta Deleuze con precisión, es el “estilo como política” (Deleuze 2005a, 324) . El artista se define por su generosidad, por la fuerza de lo que crea. Así que, si bien es cierto que no hay creación sin destrucción, la destrucción solamente es un resultado. Sin embargo, no hay creación ex nihilo, porque un artista solamente puede crear lo intempestivo o el tiempo futuro seleccionando lo que excede a su tiempo y espacio en su propio tiempo y espacio.

El artista es una “una señal del futuro”, una señal que apunta hacia afuera desde los bordes mismos del presente; tiene la capacidad de

husmear aquellos casos en que en medio de nuestro mundo y realidad modernos, en que sin ningún rechazo ni retraimiento artificiales de los mismos, es todavía posible el alma grande y bella, allí donde esta puede todavía ahora incorporarse también a circunstancias armónicas, equilibradas, recibe de estas visibilidad, duración, paradigmaticidad, y ayuda por tanto, mediante la estimulación y la envidia, a la creación del futuro. (Nietzsche 2007, II, 37)

Desde los horrores del presente, el artista afirma todo lo que escapa a este. Expresa así la fuerza de superación de la voluntad de poder, una fuerza que es el exterior interno de todo lo que la niega. La externalidad inmanente de la fuerza genética se aprecia en el famoso recuento que hace Nietzsche del nihilismo europeo en La genealogía de la moral. Allí, argumenta que a pesar de que la ciencia es la última versión del “ideal ascético” del hombre, pues esta renuncia al cuerpo en nombre de una “verdad” más elevada, esta “voluntad de nada” lleva empero en su interior su propia superación, que es el poder de querer. El hombre, escribe Nietzsche, “prefiere querer la nada a no querer” (Nietzsche 1997c, 128). Cuando entendemos la “voluntad de verdad” de la ciencia de esta manera, afirma Nietzsche, ocurre algo extraño: “[…] la voluntad de verdad cobra consciencia de sí misma como problema” (Nietzsche 1997c, 203). Esta conciencia crítica se sitúa de inmediato en nuestro mundo, pero solamente como aquello que lo transforma, como aquello que encarna el principio trascendental de la vida. Nietzsche concluye triunfalmente: “todas las grandes cosas perecen a sus propias manos, por un acto de autosupresión: así lo quiere la ley de la vida, la ley de la ‘autosuperación’ necesaria que existe en la esencia de la vida” (Nietzsche 1997c, 203). Por lo tanto, la afirmación crítica de la voluntad de poder crea un problema para el presente que, sin embargo, está afuera, pero no más allá, del presente. El más allá es más bien la garantía trascendente del presente humano, de los valores universales que justifican la negación por parte de la humanidad de todo aquello que la amenaza. “La moral de los esclavos –argumenta Nietzsche– dice no, ya de antemano, a un ‘afuera’, a un ‘otro’, a un ‘no-yo’; y ese ‘no’ es lo que constituye su acción creadora” (Nietzsche 1997c, 50). No es cierto que las masas no sean creativas, lo son. La diferencia radica en cómo y en qué crean. Las masas crean de acuerdo con los valores humanos consagrados como medida de todas las cosas, preservando un “presente” vivido “a costa del futuro” (Nietzsche 1997c, 28). Por su parte, el artista del futuro afirma lo que escapa a la humanidad, lo que la excede, y en ese autosuperarse construye un exterior que puede producir un cambio multiplicador que opera a escala de una sociedad, una cultura, una edad o una época. Esto es lo que hoy en día llamamos micropolítica. Pero no es una política que exprese objetivos o cuestione directamente lo existente. Es, más bien, una política de experimentación e invención, una política de creación que no ofrece un programa, sino solamente un método que supone convertirse en un artista, crear valores distantes de los actuales para abrirse así a un futuro indeterminado.

Nuestros valores se expresan primero en nuestras percepciones y sentimientos y luego en nuestros deseos y creencias. Además, Nietzsche argumentaría que, si bien las palabras son signos de los conceptos, los conceptos son signos de sensaciones recurrentes, expresiones de nuestras “vivencias internas” (Nietzsche 1997d, 249-250). Las sensaciones en sí mismas son interpretaciones de la existencia, valoraciones que niegan o afirman los poderes de la vida y, por lo tanto, dice Nietzsche: “todas las percepciones están permeadas por juicios de valor” (Nietzsche 2000, 229). Como resultado, “es lícito someter a examen a todo individuo para ver si representa la línea ascendente o la línea descendente de la vida. Cuando se ha tomado una decisión sobre esto se tiene también un canon para saber lo valioso que es su egoísmo” (Nietzsche 1989, 113). El individuo que se sitúa en la línea ascendente posee, según Nietzsche, un cuerpo bendecido por una sensibilidad “animal”, una sensibilidad que no se opone a lo humano, sino que es lo que hay de animal en lo humano. Esta sensibilidad animal revalúa los valores humanos al afirmar su propia voluntad de poder, deleitándose en la intoxicación del acto creativo, entusiasmándose con la crueldad de ejercer una fuerza superior y disfrutando los “éxtasis de la sexualidad” (Nietzsche 2000, 529). 6Este sentimiento liberado del “bienestar animal” y este “deseo” son los que “constituyen el estado estético” (Nietzsche 2000, 528), haciendo del arte nada menos que “la perfecta seguridad funcional de los instintos inconscientes reguladores” (Nietzsche 2007c, 50).

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