Abel Gustavo Maciel - El último tren

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El tiempo se disloca para narrar los antecedentes y las consecuencias de ciertos hechos trágicos ligados a las distintas generaciones de una familia y a una siniestra secta pagana de cuyas liturgias se desprende un mítico ser con cabeza de animal que interfiere en la vida de cada uno de los personajes.
Tomando como punto de origen la campaña del desierto, se va develando esta presencia fantástica en los distintos acontecimientos del país hasta nuestros tiempos.
Las historias familiares se vinculan intrínsecamente y confluyen en un mismo desenlace: un místico viaje final en tren sobre verdes llanuras; un último tren que conduce a la última estación en la que los propios demonios acechan.
En esta novela, lo fantástico y lo real conviven en experiencias psicológicas y mitológicas donde la locura parece justificar el orden mágico de nuestras vidas.

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La conoció en un ágape ofrecido por la embajada de Colombia a propósito de incentivar el comercio entre los países. Algunos peces gordos asistirían a la reunión y don Alexis resultaba un buen operador en las relaciones públicas. Luego de establecer los contactos previstos la vio allí, sentada y bebiendo en soledad su copa de champagne. Un vestido de corte lujoso cubría su delicada figura. El profundo escote motivaba comentarios entre los varones presentes.

—¿Quién es esa mujer? —preguntó a uno de sus socios argentinos.

—Una gatita difícil, jefe. Desciende de la más imponente nobleza militar del país. Esos que cortaban orejas y conquistaron el Sur… Además, dicen que está loca. Nadie se atreve a encararla.

—Veremos qué tan difícil resulta —el colombiano mostró decisión en la voz.

Tomó asiento a la mesa donde la mujer dejaba transcurrir el tiempo. Le sonrió sin hablar. Ella retribuyó el gesto. A partir de ese día don Alexis incorporó a la misteriosa mujer en su estructura de poder. Podía confiar en su profesionalidad para alternar con los socios de mayor jerarquía.

A su vez, desconocía la vida paralela que ella llevaba. En ciertos períodos la mujer se ausentaba sin aviso previo y no había manera de localizarla. Se contaban historias rayanas en el horror sobre ese extraño personaje y la familia de la cual provenía. Don Alexis no hacía caso a ninguna. Le parecían tonterías. De hecho, tampoco le interesaba su pasado. Alicia era un alma libre. Como tal, sabía él que ella no respondería a ningún mandato humano. A pesar de estos reparos en los últimos tiempos había investigado algunos pasos de su socia. La información resultaba fragmentada, aleatoria, repleta de oscuridad.

—¿Cómo van las cosas con el muchacho?

La pregunta pareció casual. Inofensiva. Semejante a un comentario realizado para matar el tiempo. Alicia estaba bebiendo. Su rostro se puso rígido. Apretó los labios convirtiéndolos en una delgada línea apenas perceptible.

—No sé a qué te referís —fue la respuesta, nerviosa pero controlada.

Don Alexis intentó confraternizar con un tono amistoso.

—Mirá, querida. No me interesa tu vida privada. En realidad, tus asuntos íntimos pertenecen a un territorio alejado de nuestro mundo. Simplemente no quisiera que te metas en problemas…

—No entiendo el comentario. ¿Qué problemas debo evitar?

El colombiano sonrió, indulgente. Sentía aprecio por su socia y se daba cuenta de haber tocado un punto neurálgico en la armadura de esa mujer.

—No es bueno acostarse con chicos, linda. Ya sabés lo que dice ese refrán que tienen ustedes…

Alicia encendió un cigarrillo. Al principio el golpe bajo la había movilizado de su natural semblante impasible. Ahora asimilaba el comentario con gran serenidad.

—Es solo un juego que me permito —respondió, echando al aire una voluta de humo—. Los niños pueden ser tan interesantes como los adultos. Es cuestión de perspectiva.

—De todas formas, cuídate. No me gustaría que sufras más de la cuenta.

—Las personas como yo, querido Alexis, no nos podemos dar el lujo de sufrir. El dolor simplemente es un indicador de la debilidad humana. Te dije, solo se trata de un juego.

Vallejo no insistió con el asunto. Le alcanzaba que ella supiera que él sabía… En esos difíciles tiempos donde la guerra entre traficantes arreciaba necesitaba más que nunca a esa mujer para realizar intervenciones calculadas. Los informantes hablaban de un muchacho del bajo Belgrano. Aparentemente, un desequilibrado amante de las drogas blandas y con profundos problemas para establecer vínculos. Tal vez Alicia decía la verdad. Podía tratarse solo de un juego. Siempre le había interesado experimentar con manipulaciones y personas. Pero con los chicos nunca se sabe.

“Vamos a cuidarnos las espaldas”, se dijo esa mañana cuando recibía mayor información sobre el joven en cuestión. Dio precisas instrucciones de que vigilaran los movimientos del joven y su familia. Luego decidiría si solo se trataba de un juego o de alguna otra cosa de mayor importancia. No se atrevía a oficializar la investigación. En el fondo, le temía a esa enigmática mujer de mirada lejana y garbo distinguido.

—¿Y qué pasa con los hermanitos...? —preguntó Alicia mostrando un dejo de revancha en la voz.

—Descansan en la habitación de al lado —respondió el colombiano con desgano.

—Llegaste a tiempo —dijo ella con sarcasmo—. Los dos juntos representan una carga difícil de soportar, principalmente en la cama…

—No era esa mi intención, querida. Perdona por la contingencia, pero debía tenerlos en posición de total indefensión.

—En algún momento sentí que debía cargármelos a ambos. Por suerte tus hombres aparecieron en el momento preciso… Pobres muchachos. Esperaban otro tipo de servicio.

Don Alexis apuró el último trago de la copa que descansaba en su mano. Encendió un cigarrillo. Comenzaba a sentirse liberado de la carga cotidiana que debía soportar.

—No les tengas compasión, hermosa. Son dos chacales. Operan comprando socios en la frontera del norte para traicionarme.

—Eso suena duro, Alexis. Significa que violaron el código.

—De eso se trata. Son traidores. Hay mucho en juego en estos momentos… Debo manejar la situación con gran tacto. Estamos en tierra de nadie…

Alicia volvió a servirse coñac en el pequeño barcito. No le ofreció al colombiano otra copa. Sabía que era espartano en sus modales.

—¿Y qué vas a hacer con ellos? —preguntó, demostrando desinterés en el asunto.

—No existen demasiadas opciones, queridas. A veces no queda más remedio que matar…

CAPÍTULO SIETE

1

[ ]

La bandada de pájaros se elevó de repente por sobre las nubes de tonalidades grises. Revoloteando alocada en lo alto estalló en mil pedazos, de tal forma que mediante alguna extraña metamorfosis en la caída libre produjo infinidad de flores silvestres lloviendo lentamente sobre mi cabeza. Es extraño regresar de un sueño donde los personajes principales te persiguen en alguna selva de exótica vegetación. Uno corre y corre convencido de que la suerte está echada. No hay escapatoria posible y el peor momento se acerca. Ese donde aparecen los rostros de tus propios perseguidores. Cuando desperté percibí una pálida iluminación rondando a mí alrededor. Creí encontrarme apoyado sobre una lápida de cementerio dado el frío que congelaba mis pulmones.

En la medida que la experiencia psíquica se transforma en un estilo de vida, uno aprende a regresar de los sueños para acomodarse rápidamente a las nuevas circunstancias. Realmente, no tan nuevas. Los objetos vuelven a repetir sus variaciones frente a sentidos incapaces de discernir aquello que encierran los pequeños detalles. La habitación no presentaba atractivos. Las rústicas paredes estaban pintadas de blanco con pintura a la cal. A simple vista podían observarse grietas de dimensiones diferentes. A través de ellas se filtraba humedad generando manchas oscuras que salpicaban el recinto. El aspecto del ambiente era tétrico.

La habitación se veía cerrada. No existían ventanas ni respiradero alguno. La atmósfera enrarecida penetró mis pulmones. El sabor no resultaba diferente a la resaca personal que tenía todos los días. La había naturalizado en los últimos años y me seguía a todos los ámbitos donde la vigilia disponía de mi presencia. Una lámpara incandescente colgaba de un cable pendiendo del techo. Ofrecía tenue luz de color amarillento. La luminosidad resultaba pulsante a simple vista. Transformaba las paredes en un organismo palpitante y amenazador, monstruo circundante y silencioso. Las rejas y la pesada puerta metálica completaban el panorama. Comprendí rápidamente la situación. Tuve la sensación de haber vivido todo aquello en algún sector de espacio-tiempo extraviado en mi frágil memoria. Era una pesadilla distante repitiendo cíclicamente las distorsiones del tiempo. La realidad de aquel cuarto se impregnaba de los escenarios fantásticos alcanzados por mi status psíquico en los viajes oníricos. La escena de los perseguidores y la selva exótica regresaba desde la memoria emocional.

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