El profesor y doctor Luis Gonzaga Roger Castillo, el último hombre renacentista, tuvo la amabilidad de ayudarme en la traducción e interpretación de no pocos oscuros textos latinos de los siglos V al VIII y compartió conmigo su enciclopédica maestría en filosofía, hermetismo, religiones comparadas, y media docena más de disciplinas y saberes.
Mis compañeras del Centro de Estudios bizantinos, Neogriegos y Chipriotas, las doctoras Maila García Amorós y Panagiota Papadopoulou, me auxiliaron con la traducción de textos griegos y el doctor Carlos Martínez, también compañero del centro, me facilitó varios trabajos y fuentes. El doctorando Daniel Hernández hizo otro tanto y me ayudó a comprender bajo una nueva óptica las enigmáticas conexiones entre Bizancio y el norte de Hispania a inicios del siglo VII.
Miguel Jerónimo Navarro, doctorando, discípulo y amigo, me ha ayudado a consultar obras antiguas y medievales, analizar piezas de arte visigodo, etc. Su ayuda ha sido todo un alivio y sus ideas y opiniones sobre la influencia del modelo palatino bizantino entre los visigodos me han resultado muy esclarecedoras.
Pero, sin duda, mi centro de investigación, el Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de Granada, gira en torno a dos grandes personas y maestros: la doctora y profesora titular Encarnación Motos Guirao, mi maestra y amiga, siempre dispuesta a ayudarme y a ofrecerme su consejo y el catedrático Moschos Morfakidis Filactós, tan sabio como generoso. Gracias por tantos años de enseñanzas y amistad.
La doctora Gracia López volvió a ofrecerme la aclaración de algunos términos árabes y su ayuda con los textos en dicha lengua. Gracias.
El arqueólogo Jaime Vizcaíno, el maestro de la arqueología bizantina en España, me ofreció su saber y unas estupendas imágenes sobre uno de sus descubrimientos en la antigua Cartago Spartaria y de la famosa inscripción de Comenciolo y por si fuera poco, su amistad y el recuerdo de un inolvidable momento sentados en las gradas del teatro de Cartagena como dos buenos ciudadanos romanos.
Juan José Sánchez Guerrero, jefe del centro de coordinación y gestión de la biblioteca universitaria de Granada, siempre ha velado porque pudiera acceder a todos los libros, artículos y documentos que necesité y siempre me ha ofrecido su amistad generosa. Gracias, Juanjo.
Mis hijos, Ciro Alejandro y Darío Ulises, ejercitaron de nuevo una bíblica paciencia con su padre y me auxiliaron miríadas de veces consultando concilios y crónicas que el travieso escáner se empeñaba en oscurecer y que me obligaban una y otra vez a volver al viejo papel por mor de una palabra que la informática no había logrado rescatar del todo. Ellos también han sido mis ojos y siempre son el centro de mi corazón.
Mi hermana Esperanza, un ángel de la guarda, mi hermana Mari y mi cuñado Antonio Fernández, otro par de ángeles guardianes, siempre están cuidándonos y haciendo más fácil nuestra vida. Muchas gracias.
En fin, soy un hombre con suerte y eso quiere decir: amigos, muchos y buenos. Vosotros sabéis lo importantes que sois para mí. Gracias de corazón.
Escribía el escritor argentino Julio Cortázar en «Destino de las explicaciones», relato brevísimo contenido en Un tal Lucas (1979), que:
En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones. Una sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también el basural.
Puede que esta no sea la más hermosa de las citas para iniciar el prólogo de un libro. Estoy de acuerdo con usted. Cierto. Sin embargo, es probable que sea una buena reflexión de partida para esta obra que tiene ahora entre sus manos y que se dispone a leer tan pronto como este preludio llegue a su fin.
La Historia, y las pequeñas historias –con minúscula– que la componen, se nos presenta por múltiples vías, pero no de una forma sencilla y lineal, sino a través de la superposición de cientos de relatos, y también a través de la cultura material, tan cotidiana a veces como pueda serlo una moneda o los restos de una iglesia, un palacio o una simple granja. Esta compleja y necesaria superposición no siempre nos permite vislumbrar con claridad el pasado, en especial si este es tan lejano como aquel de los días de Alarico, de Leovigildo, o del malogrado Wamba. Necesitaremos, por tanto, un guía, alguien que dé algo de luz al legado de aquellos siglos, de modo que este se vuelva aprehensible, cercano. Ese será el papel de nuestro autor, José Soto Chica. Él, que tanto sabe de ver en la oscuridad, será nuestro lazarillo, pues los siglos centrales de estas historias sobre los visigodos transcurren en una supuesta oscuridad que, sin embargo, resultará fascinante bajo una tea adecuadamente orientada ante nuestros ojos.
La Antigüedad tardía, periodo en el que se desarrolla plenamente el mundo visigodo y en que se producirá su consolidación plena, primero, en la Galia y, más tarde, con mayor éxito, en las antiguas provincias hispanas, es una época de claroscuros. Una época en la cual, la historia de los godos o de cualquier otro pueblo, no puede ser otra que la historia misma de la gran Roma, pues es esta la que, además de dejar testimonio escrito de todo lo acaecido, marca las pautas de relación con el resto de poderes. Así, en las siguientes páginas veremos cómo, desde los primeros contactos con los godos, Roma se muestra rectora de las relaciones. A través de pactos logrará su participación en la guerra contra los persas sasánidas de Sapor I y con cuantiosos subsidios despertará el interés de este y otros pueblos por la política del Imperio y por todo aquello que ocurría en el interior del limes . Pues no nos engañemos, los limites del Imperio no eran más que las permeables fronteras que envolvían el verdadero tesoro de Roma, el Mediterráneo. El mare nostrum era la auténtica Roma. A través de él se desarrollarán los más importantes capítulos de una historia, la de la Antigüedad tardía, absolutamente vertebrada y en la cual nada puede concebirse sin el tejido interconectado que supone este mar y la romanidad que articuló, desde el proceso de expansión territorial tardorrepublicano, los territorios provinciales, entre los cuales Hispania siempre desempeñó un importante papel. Esta romanidad estaba, a su vez, basada en un peligroso binomio: Romanitas vs. Barbaricum, el cual encerraba la paradoja de sustentarse sobre un desequilibrio imprescindible, el de la superioridad de la civilización romana frente a la barbarie de las gentes que poblaban dentro y fuera del Imperio. Pero ¿qué ocurrió en estos postreros siglos de la otrora floreciente Roma?, ¿se rompió acaso ese equilibrio en pos de una progresiva integración de elementos bárbaros en el seno de una transformada romanidad? Así fue y, en gran medida, ello se debió a las actuaciones godas que jalonaron de importantes hitos político-militares la historia del Bajo Imperio.
En realidad, fue la propia Roma la que concedió carta de naturaleza a unos godos que, a partir del foedus del 332, comenzarán a instituirse como intermediarios entre las distintas gentes, a uno y otro lado del limes, y Roma. Estas gentes formaban parte de una realidad étnica muy compleja que la actual historiografía –desdeñados ya los principios esencialistas que acompañaron la ciencia histórica en épocas pasadas– nos muestra cada vez con más claridad como híbrida, fruto de un intenso mestizaje tanto interno como externo, el cual facilitó sin duda el desarrollo de los mecanismos de integración necesarios para que el barbaricum , los bárbaros, acabaran convertidos en portadores de la romanidad más allá de la tan pregonada «caída» de Roma del año 476.
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