Bernard Charlot
La relación con el saber
Elementos para una teoría
Traducción del francés
Sibila Núñez
Charlot, BernardLa relación con el saber. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2014. - (Formación docente. Temas en educación; 6)E-Book.ISBN 978-987-599-327-31. Formación Docente. I. TítuloCDD 371.1 |
Título original: Du rapport au savoir. Éléments pour une théorie
Anthropos, París, 1997
© Bernard Charlot
© 2006 Ediciones Trilce para la versión en español
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Índice
Prólogo | 5
Introducción | 12
Capítulo I
“El fracaso escolar”Un objeto de investigaciónincontralable | 15
Capítulo II
¿La reproducción, el origen socialy los hándicaps son “la causadel fracaso escolar”? | 23
Capítulo III
Para una sociología del sujeto | 41
Capítulo IV
El pequeño hombre obligado a aprender para ser: una perspectiva antropológica | 65
Capítulo V
El saber y las figuras del aprender | 75
Capítulo VI
La relación con el saber: concepto y definiciones | 100
Conclusión | 114
Bibliografía | 117
Prólogo
Este libro –La relación con el saber. Elementos para una teoría1– forma parte de un conjunto de obras cuyos autores provienen de distintas disciplinas2, aportando todos ellos nuevas y más potentes herramientas conceptuales para comprender mejor los problemas centrales del mundo educativo (y también del de la formación) de hoy en día. Lamentablemente para el mundo de habla castellana, la mayoría de esas obras están todavía en francés, que es su idioma original. Afortunadamente, la oportunidad de irlas traduciendo y publicando empieza a materializarse para bien de todos.
Bernard Charlot3 es considerado como uno de los padres de la noción de rapport au savoir que junto con el autor hemos acordado en traducir al castellano como “relación con el saber”4. A su lado tenemos también a Jacky Beillerot, que diez años antes de la publicación de esta obra defendía en París V una tesis de doctorado llamada “Saber y relación con el saber: disposición íntima y gramática social”5en la cual rastrea profundamente los orígenes de la noción de relación con el saber. Al igual que Charlot, quien remite muchas veces a esa obra, Beillerot da cuenta de la multiplicidad de interpretaciones (a veces banalizaciones) de que es objeto esa noción.
La relación con el saber es una noción imprecisa, de contornos y condición inciertos, que no existe ni para el filósofo ni para su vecino, el sociólogo; y aunque ‘relación con el saber’ figura en la lista de descriptores de las ciencias de la educación, la expresión es difícil de utilizar en ese contexto.6
Beillerot reconoce que esta noción –de origen lacaniano– excita de alguna manera la imaginación de aquellos que toman contacto con ella, proporcionándoles un nombre para algo que querían decir y no sabían cómo. Él dice que tiene un efecto de objetivación, y para nosotros, profesores y maestros del siglo XXI esta no es una virtud menor. En los últimos veinte o treinta años, si no más, hemos venido asistiendo a un fenómeno que no deja de sorprendernos, de alarmarnos, y de sugerirnos que cada día es peor que el anterior: ¿quién aprende realmente algo a lo largo de su paso por las aulas? Todos tenemos la sensación de que en una relación inversamente proporcional al crecimiento de la matrícula escolar (que nos evoca siempre algo mejor, más equitativo, más democrático) lo que en total se “logra” en materia de aprendizajes parece ser lo mismo de siempre, pero repartido entre muchos más…
Muchos años de Didáctica Clásica y Tecnológica, conductismo y otros asociacionismos mediante nos han dejado la sensación de que el único sujeto activo a la hora de decidir acerca de la enseñanza de saberes es el Estado, quien delega en los profesores la tarea (en cierto sentido, la misión) de lograr que los estudiantes aprendan lo que se les enseña. La persecución del vellocino de oro de una fórmula de enseñanza perfecta nos ha tomado años, y aún hoy no ha sido totalmente abandonada por muchos que piensan que, al menos en teoría, es posible encontrarlo para dar cumplimiento a nuestra misión.
La evidencia de este innegable y creciente “fracaso” escolar despertó de inmediato un interés cada vez mayor de muchos sociólogos, que –como señala Charlot– de la mano de la teoría de la reproducción, convirtieron la cuestión en una especie de malformación genética y hereditaria. Este determinismo llevó la calma a algunas mentes durante un tiempo: las misiones “imposibles” (cómo hacer que los individuos provenientes de ciertos contextos sociales “aprendan”), en tanto son precisamente imposibles, no dan lugar ni a culpas ni a reproches. Como la paz de los sepulcros, también eso contribuyó a acentuar los perfiles desprofesionalizantes de la representación social y política de los profesores y maestros.
Sin embargo, para mucha gente en distintas partes del mundo, esta solución no acababa de ser “buena”. ¿Para qué tener en la escuela a aquellos que están social y culturalmente predestinados al fracaso? Frente a esta situación, el trabajo de Charlot alumbra una nueva perspectiva: ¿fracasan realmente los fracasados? Lo que sucede con esta gente que no llega a aprobar los cursos escolares ¿es realmente un “fracaso”? La idea de que el fracaso escolar no existe, sino que en realidad es un objeto socio-mediático antes que un posible objeto de investigación es muy removedora. Lo que hay en realidad son sujetos que no han logrado los resultados esperados como consecuencia de su paso por el sistema educativo, y esto da un giro de 180º a muchos de los planteos que actualmente se nos presentan como válidos. A los que no han aprendido en la escuela ¿les falta algo? ¿Hay algo que deberían tener y no tienen, como si les faltara un ojo o una pierna? Definitivamente no, sostiene Charlot, los que no han aprendido algunas cosas no son de ninguna manera handicapés7 (que es el término con el cual el mundo francófono designa a los minusválidos). Su lectura “en positivo” de la acción de los estudiantes es aire fresco para los que combatimos día a día en las trincheras del sistema educativo. Como se verá en la lectura del libro, no aprender no significa necesariamente no poder hacerlo, sino antes bien, no querer o… no estar en condiciones de querer aprender eso que la escuela sugiere que uno debería aprender en ese momento y de esa forma. Como dice Charlot:
Todo ser humano aprende: si no aprendiera, no se volvería humano. Pero aprender no es equivalente a adquirir un saber, entendido como contenido intelectual: la apropiación de un saber-objeto no es más que una de las figuras del aprender. (p. 75)
En realidad no estamos acostumbrados a ver con tanta contundencia la recuperación de la calidad de sujeto de los estudiantes, aun de los más pequeños. Es cierto que la tradición piagetiana y la vygotskiana pueden ser consideradas como fundantes en esta materia, pero la lectura mecanicista y meramente asociacionista de que fueron objeto por muchos trabajos de pedagogía o de didáctica las volvió casi irrelevantes para comprender los fenómenos educativos, tanto en relación con el aprendizaje como con su ausencia. Si la recuperación de la condición de sujeto de los docentes –convertidos en funcionarios y en subalternos políticos y sociales desde finales del siglo XIX– ha dado un enorme trabajo, la recuperación de la condición de sujetos de los alumnos, que a veces tienen sólo 4 ó 5 años y que arrastran su estatuto de minoridad a lo largo de todo su pasaje por el sistema educativo (al menos en primaria y secundaria, y habría que ver cuándo realmente lo abandonan en los niveles terciarios), va seguramente a dar mucho más trabajo aun con la ayuda de Charlot, Beillerot, Blanchard-Laville, y otros más.
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