“Tengo el corazón contento, el corazón contento, lleno de alegría. Tengo el corazón contento desde aquel momento en que llegaste a mí. Le doy gracias a la vida y le pido a Dios que no me faltes nunca”. Dios quiso que la vida los entrelazara. ¿Acaso no es motivo de inmensa alegría? ¡Qué maravilla descubrir un matrimonio que al mirarse a los ojos, estallan de felicidad!
Un matrimonio feliz, genera una sensación indescriptible para los esposos, brinda gran seguridad a los hijos, sobre todo, éstos crecerán en una sólida familia que les provocará el deseo de construir una familia semejante a la de sus padres. Un matrimonio feliz hace una familia feliz. La felicidad de una familia atrae, no solamente a los extraños, sino a los mismos miembros, dado que todos desean volver a casa cada vez que, por un motivo determinado, debieron partir.
Una familia feliz, es el sueño de Dios, el sueño de los novios que se prestan a decidir sus bodas matrimoniales, el sueño de los esposos que minuto a minuto de la vida van construyendo el hogar, el sueño de los hijos cuando proyectan en el futuro la realidad que experimentan en sus padres. ¡Por una familia feliz existe, trabaja y evangeliza Hogares Nuevos! Que todos los esposos sean capaces de brindar el hermoso y profundo testimonio de un corazón contento, lleno de alegría. Por esto, le dan gracias a la vida y a Dios y le piden que nunca le falte el uno al otro, sino que la felicidad que hoy experimentan se proyecte en la eternidad.
Díganselo hoy y siempre, como quieran o con las palabras del Cantar de los Cantares: “¡Qué hermosa eres, amada mía, qué hermosa eres! ¡Qué hermoso eres, amado mío, eres realmente encantador!”
Para dialogar en pareja.
1.- Contarse mutuamente, cuánto vale cada uno para el otro.
2.- Como matrimonio: ¿están contentos y alegres por el otro? ¿Son un matrimonio feliz? ¿Qué aspectos deben disponerse a hacer crecer para que brille más aún la felicidad matrimonial?
3.- Piensen y concreten una invitación mutua para celebrar lo contento que está su corazón por quien tienen a su lado.
4.- Nuestra sociedad, ¿ayuda a valorar al cónyuge? ¿Qué riesgos concretos, en la desvalorización social de la vida matrimonial, pueden afectar a los matrimonios hoy en día?
Para orar juntos.
Señor Jesús, tomados de la mano,
queremos agradecerte el habernos puesto
juntos en el camino de la vida,
dándonos la oportunidad de ser felices en nuestro matrimonio y familia.
Desde que nos llamaste a construir una familia,
estamos muy contentos, nuestro corazón
rebalsa de alegría, somos felices.
Ayúdanos a sostener nuestra familia desde tu fortaleza,
que nunca nos falte la gracia,
para que hasta el final de nuestros días,
podamos gozar de la belleza
de nuestro matrimonio y familia.
Amén.
Debo cuidarte a ti y no tú de mí
“Hagan lo que deseen que los demás
hagan por ustedes”
(Mateo 7,12)
Tuve una experiencia de esas que, de un modo u otro, seguramente todos han vivido, la que me dio paso a una reflexión, que hoy quiero compartirles.
Resulta que cuando llevé a mi mamá a vivir conmigo, en sus últimos tres meses de vida, me di cuenta de que le faltaban algunas prendas de vestir. Fui personalmente a comprarlas a una ciudad distante 30 km de casa. En el primer negocio al que entré, una señorita me atendió muy amablemente, y cuando fui a pagar la cuenta, me dijo: “llévala, si le va bien vuelves a pagarla, sino, me la devuelves”. Así se repitió un par de veces más. Luego fui a otro negocio a comprar zapatos (necesitaba números grandes), allí los pagué y los llevé. No funcionaron, volví, los cambié, debía pagar una diferencia, y me dijo el señor que me atendía: “llévalos, luego vemos”. En ambos lugares no sabían quién era yo, ni qué hacía, ni dónde vivía. En uno de los lugares sólo sabían que mi nombre era Ricardo, nada más…
A los días fui a pagar, agradecí… y me fui caminando en silencio, momento en el que surgió la reflexión que a continuación les comparto.
No podemos negar la presencia del pecado original en la humanidad. Pero, ¡qué mundo construiríamos si el amor fuese la motivación de cada acción! ¡Qué familias habitarían en estos tiempos!
Cuando el amor es realidad, cada uno siente que el otro cuida de él, y no que debe cuidarse del otro. “Debo cuidarte a ti y no tú de mí”. Qué convivencia se daría si cada uno cuida al otro, y no cuidarse del otro. Me escandalicé cuando vi por primera vez un negocio enrejado en la difícil Medellín de Colombia, allá por los años ’80. Hoy se los ve por donde quiera que vayas en nuestra Latinoamérica. Se vive con temor, miedo. Mucha gente vive en la desconfianza hacia al otro. Unos amigos de la Obra, no sólo fueron asaltados, sino que sus datos han caído en manos de una banda que secuestra, extorsiona, y son víctimas de la presión psicológica. ¡Cómo no desconfiar! Trasladando esta situación, al interior de muchos, diríamos: ¡Cuántos corazones enrejados por desconfianza o miedo a ser invadidos!
Cuando alguien generosamente presta un dinero, una herramienta, un libro, debe anotarlo para no olvidarse a quien lo prestó. Debería ser distinto. Quien debe anotar es aquel que recibió el préstamo para cuidar las cosas del otro.
Un matrimonio muy apreciado me comentaba, en relación a la separación de un hijo, que “había cosas que no entendíamos. Por ejemplo, cómo tenían repartidas las actividades. A vos te toca tal cosa, a mí lo otro. Hoy es responsabilidad tuya. Parecía más un contrato de convivencia que dos esposos que se amaban. Jamás entre nosotros ocurrió así. Al amarnos, cada uno se dispone a ayudar al otro, a cuidar al otro”. Cada uno cuida al otro en el amor, pero en convivencias sin amor todo se mueve por las conveniencias y los difíciles acuerdos surgidos del egoísmo.
Todo esto es un lenguaje desconocido para el mundo de hoy. Para investigar si alguien había dicho algo semejante, puse la frase “debo cuidarte a ti y no tú de mí” en un buscador de internet, y me respondió: “Tal vez quiso decir: debes cuidarte a ti y no tú de mi”. Fue coherente con lo que se escucha tanto hoy: “hago la mía”; “haz la tuya”; “dedico tiempo a mis gustos”; “debo pensar más en mí”. ¡Un mundo cargado de individualismo! Vivimos en medio de una generación en la que muchos han sido castrados de la capacidad de amar.
Volvamos a la realidad familiar. En muchos hogares se vive como si fuesen un simple ámbito de convivencia, donde los miembros se conocen medianamente, tienen una vinculación matrimonial, o familiar en el caso de los hijos, en el que cada uno debe cuidar no ser invadido en el espacio adquirido, ni invadir el espacio del otro, para no generar conflictos y desavenencias, que puedan alterar la ficticia “paz” lograda. ¡Falta el amor!
Por otro lado, la insistencia en pensar en sí mismo, genera enormes ‘yo’, que chocan con los otros permanentemente, porque jamás piensan en otra cosa que no sea en cuidarse a sí mismos. La incapacidad de amar, no les permite lanzarse en la búsqueda del otro, en sus necesidades, en sus cuidados. Esposos que no son cuidados por la esposa. Esposas olvidadas por sus esposos. Padres que lo dieron todo por sus hijos, y cuando a éstos les toca… la solución se encuentra en un geriátrico. “Debo cuidarte a ti, y no tú de mí”. Esta premisa se relaciona directamente con la regla de oro del evangelio “hagan lo que deseen que los demás hagan por ustedes” (Mt 7,12).
A la hora de sus conveniencias, ¡cuántos exigen lo que nunca hicieron por el otro! Nunca sirvieron y exigen ser servidos. Jamás respondieron a tiempo, pero cuando les toca a ellos debe ser “ya”. Y así, podemos sumar tantos ejemplos…
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