A. Pink - Los atributos de Dios

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Un conocimiento transformador del Dios viviente La demanda continua de este libro clásico, escrito por un predicador con un ministerio mundial, durante la primera mitad del siglo XX, demuestra el hambre profunda por un conocimiento salvador de Dios, que está presente en cada generación. Arthur Pink buscó dar a sus lectores, no solo un conocimiento teórico de Dios, sino que los dirigió a una relación de sumisión a Él, conforme a Sus preceptos bíblicos.Este libro de Pink, explora atributos como los decretos de Dios, Su presciencia, soberanía, santidad, gracia y misericordia (entre muchos otros), y los presenta de una manera muy útil para los pastores, maestros, y estudiantes de la Biblia. Pink enseña que, nuestro Dios, Quien es sobre todo nombre, no puede ser encontrado solamente mediante el escrutinio humano, sino sólo puede ser conocido si Se nos revela por el Espíritu, mediante Su Palabra viva.

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En el pasado se ha hecho observar con frecuencia que toda objeción hecha contra los decretos eternos de Dios se aplica con la misma fuerza contra Su eterna presciencia.

“Respecto a que si Dios ha decretado todas las cosas que acontecen, todos los que reconocen la existencia de un Dios, aceptan que Él sabe todas las cosas de antemano. Ahora bien, es evidente que si Él conoce todas las cosas de antemano, las aprueba o no; es decir, o quiere que acontezcan o no quiere que acontezcan. Pero sucede que el querer que acontezcan es decretarlas” (Jonathan Edwards).

Finalmente intente conmigo hacer una suposición y contemplar lo contrario. Negar los decretos de Dios sería aceptar un mundo, y todo lo que con él se relaciona, regulado por un accidente sin designio o por el destino ciego. Entonces, ¿qué paz, qué seguridad, qué consuelo habría para nuestros pobres corazones y mentes? ¿Qué refugio habría al que acogerse en la hora de la necesidad y la prueba? Ni el más mínimo. No nos queda nada más que las negras tinieblas y el repugnante horror del ateísmo. ¡Cuán agradecidos deberíamos estar porque todo está determinado por la bondad y sabiduría infinitas! ¡Cuánta alabanza y gratitud debemos a Dios por Sus decretos! Es por ellos que “ sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28). Bien podemos exclamar como Pablo: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén”. (Romanos 11:36).

Capítulo 3

EL CONOCIMIENTO DE DIOS

La omnisciencia de Dios

Dios es omnisciente, lo conoce todo: todo lo posible, todo lo real, todos los acontecimientos y todas las criaturas del pasado, presente y futuro. Conoce perfectamente todo detalle en la vida de todos los seres que están en el cielo, en la tierra y en el infierno. “Conoce lo que está en tinieblas” (Daniel 2:22). Nada escapa a Su atención, nada puede serle escondido, no hay nada que pueda olvidar. Bien podemos decir con el salmista: “Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender” (Salmo 139:6). Su conocimiento es perfecto; nunca se equivoca, ni cambia, ni pasa por alto alguna cosa. “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). ¡Sí, tal es el Dios al que tenemos que dar cuenta!

“Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” (Salmo 139:2–4). ¡Qué maravilloso Ser es el Dios de la Escritura! Cada uno de Sus gloriosos atributos debería darle honor y provocar que debería provocar que Lo consideremos más honorable. La comprensión de Su omnisciencia debería de postrarnos ante Él en adoración. A pesar de ello, ¡cuán poco meditamos en Su perfección divina! ¿Acaso será debido a que, aun el sólo pensar en ella, nos llena de inquietud?

Cuán solemne es este hecho: ¡nada se Le puede esconder a Dios! “Y las cosas que suben a vuestro espíritu, yo las he entendido” (Ezequiel 11:5). Aunque Él sea invisible para nosotros, nosotros no lo somos para Él. Ni la oscuridad de la noche, ni las cortinas más cerradas, ni la más profunda prisión pueden esconder al pecador de los ojos de la Omnisciencia. Los árboles del huerto fueron incapaces de esconder a nuestros primeros padres. Ningún ojo humano vio a Caín cuando asesinó a su hermano, pero Su Creador fue testigo del crimen. Sara podía reír por su incredulidad, oculta en su tienda, mas Jehová la oyó. Acán robó un lingote de oro que escondió cuidadosamente bajo la tierra pero Dios lo sacó a la luz (Josué 7). David se esforzó en esconder su iniquidad, pero el Dios que todo lo ve no tardó en mandar uno de sus siervos a decirle: “Tú eres aquel hombre” (2 Samuel 12:7). Y a las tribus que quedaban al oriente del Jordán se les dice: “Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará” (Números 32:23).

De ser posible, los hombres despojarían a la Deidad de Su omnisciencia —¡prueba de que “los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden” (Romanos 8:7)! Los hombres impíos odian esta perfección divina que, al mismo tiempo, se ven obligados a admitir. Desearían que no existiera el Testigo de sus pecados, el Escudriñador de sus corazones y el Juez de sus acciones. Intentan quitar de sus pensamientos a un Dios como el que describe Oseas 7:2: “Y no consideran en su corazón que tengo en memoria toda su maldad”. ¡Cuán solemne es el Salmo 90:8! Todo aquel que rechaza a Cristo tiene buenas razones para temblar ante Él: “Has puesto nuestras maldades delante de ti; nuestros secretos están ante la luz de tu rostro”.

Pero, para el creyente, la omnisciencia de Dios es una verdad llena de consolación. Lleno de asombro, Job dice: “Más él conoce mi camino” (Job 23:10). Esto puede ser profundamente misterioso para mí, completamente incomprensible para mis amigos pero, ¡ Él conoce! En momentos de agotamiento y debilidad, los creyentes recuerdan con certeza que “ Él conoce nuestra condición; “se acuerda de que somos polvo” (Salmo 103:14)! Cuando nos asalten la duda y la desconfianza ellos apelan a este atributo, diciendo: “ Examíname , oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139:23–24). En el tiempo de triste fracaso, cuando nuestros actos han desmentido a nuestro corazón, nuestras obras repudiado a nuestra devoción, y hemos oído la pregunta escrutadora que escuchó Pedro: “¿Me amas?”, hemos dicho como Pedro: “Señor, tú lo sabes todo ; tú sabes que te amo” (Juan 21:17).

Aquí encontramos un estímulo para orar. No hay razón para temer que las peticiones de los justos no sean oídas, ni que sus lágrimas y suspiros escapen a la atención de Dios, ya que Él conoce los pensamientos e intenciones del corazón. No hay peligro de que un santo sea pasado por alto en la multitud de aquellos que cada día y cada hora presentan sus peticiones, porque la mente infinita de Dios es capaz de prestar la misma atención a millones, que a uno solo de los que buscan Su atención. Asimismo, la falta de un lenguaje apropiado y la incapacidad de dar expresión al más profundo de los anhelos del alma no comprometerá nuestras oraciones, porque “Y antes que clamen, responderé yo; mientras aún hablan, yo habré oído” (Isaías 65:24).

Pasado y futuro

“Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su entendimiento es infinito” (Salmo 147:5). Dios no solamente conoce todo lo que sucedió en el pasado en cualquier parte de Sus vastos dominios y todo lo que ahora acontece en el universo entero, sino que, además, Él sabe todos los hechos, desde el más insignificante hasta el más grande, que tendrán lugar en el porvenir. El conocimiento del futuro por parte de Dios es tan completo, como lo es Su conocimiento del pasado y del presente; y esto es así porque el futuro depende enteramente de Él. Si algo pudiera en alguna manera ocurrir sin la directa mediación o el permiso de Dios, ello sería independiente de Él, y Dios dejaría, por tanto, de ser Supremo.

El conocimiento divino del futuro no es una simple idealización, sino algo inseparablemente relacionado con Su propósito y acompañado del mismo. Dios mismo ha designado todo lo que ha de ser, y lo que Él ha designado debe necesariamente efectuarse. Como Su Palabra infalible afirma: “Él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Daniel 4:35) y “Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá” (Proverbios 19:21). El cumplimiento de todo lo que Dios ha propuesto está absolutamente garantizado, ya que Su sabiduría y Su poder son infinitos. Que los consejos Divinos dejen de ejecutarse es una imposibilidad tan grande como lo es que el Dios tres veces Santo mienta.

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