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Ignacio Nazapatto
Delirios y afines : compilación neurótica / Ignacio Nazapatto. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-1337-3
1. Relatos. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: info@autoresdeargentina.com
Diseño de portada: Agustín Covarrubias
A mi Padre
Prólogo
En realidad, yo no sé escribir; bueno, sí, porque lo estoy haciendo, pero me voy por las ramas y después no sé cómo volver. Al gato de un amigo le pasó lo mismo, lo de irse por las ramas, y lo tuvieron que ayudar a bajar…
Qué se yo… Lo que quiero es dejar en claro que esto que están a punto de leer es algo que encontré en una caja, al lado de un árbol. Fue así: yo salí de mi casa a caminar, a bajar la comida (porque la panza llegó para quedarse), la cosa es que estoy dando la vuelta a la manzana (que es como la vuelta carnero, pero vegana, según tengo entendido) y veo a metros una caja violeta polvorienta, pero la pasé de largo. Cuando volvía, descubrí que seguía ahí; miré para todos lados, la revisé así nomás y me la llevé.
La verdad, yo disfruté de leer todo y no entender nada, pero hice esta compilación, porque mi señora, la María, es profesora de literatura y lengua, y sabe un montón. ¡No sabés lo que sabe! ¡Un montón! Bueno, ella fue la que armó esta compilación y le puso el título y todo, pero lo firmé yo, porque yo lo encontré.
Espero que les guste como a mí me gustó, y que lo entiendan como lo entendió mi señora. ¡Todo entendió! Yo lo leí varias veces y nada… entre la letra (¡no saben la letra que tenía este tipo! O tiene, ni idea) y ese quilombo de palabras, uno se pierde, pero se deja disfrutar.
Ignacio “Zapa” Nazapatto
Buenos Aires, 20 de septiembre de 2019.
Parte I
Cortos literarios
Desidia
Desintegrado —casi entero, o no del todo desmoronado— sigo en pie, camino… Lucho con el monstruo del quererse a uno mismo, digo “lucho” porque temo descubrir que soy un tipo macanudo; en lugar de enfrentarme al miedo, me escudriño (como desdoblándome) de lejos y me juzgo: “¡Ahí va el pelotudo! ¡abran cancha que esta imbecilidad es descomunal!”.
Estoy siendo testigo de la batalla más polémica y ridícula, por demás extenuante: una parte de mí se siente capaz de lograr todo lo que se proponga y lo que ya se propuso; otra parte de mí, cree todo lo contrario. Francamente, la hinchada de este último equipo tiene bastante presencia, los otros son feroces también, pero están tardando más en avivarse…
¡Que festín! Simplemente me dejo caer, derretir en la profundidad de mi cabeza y todo alrededor se desvanece. Los buitres del tirano maquinar hunden sus garras en las carnes invisibles de mi consciencia, se alimentan de la pulpa de mi autoestima. Los gusanos de la putrefacción avanzan sobre mis palabras de aliento y de valoración de las propias energías, las cuáles están acumuladas en el rincón más oscuro de esa obscuridad. La pena rellena los huecos que dejaron sentimientos positivos de un tiempo pasado.
Agobian las nubes al sol con su espesura, penetra a las nubes el sol con su oro. El cielo es un vitraux y lo que hace la suerte de divisor de aquellas porciones de colores son las ovejas de gas que flotan tiñéndose de sol, con tal de taparlo.
Pequeño desencuentro
A veces quisiera poder crear una burbuja aislante, que me apartara de todo, para enfrentarme a la nada (casi) misma. En esta burbuja, a veces, y solo a veces, quisiera estar parado en medio y de un brusco ademán, como si de mitosis se tratase, duplicarme, generar otro ser a mi imagen y semejanza, otro yo. Le magullaría la cara a golpes, le rompería toda la nariz y le haría tragarse su propia sangre. Pero después me dolería a mí seguramente; entonces, mejor me abrazo, es más barato e higiénico.
Personalidad explosiva
Hoy fantaseé con seres humanos reventando por sí solos, espontáneamente y de la nada, como protestando por lo que ya se ha tornado intolerable del mundo. Una explicación incomprensible —y que no sirve como tal, pero resulta casi posible— podría ser una especie de micro segundo de una situación, donde la luz comienza a parpadear en el ambiente y de pronto un estruendo ineludible sorprende azarosamente al, o a la, entonces omnipresente. Y digo así, porque deduzco que, después de reventar, esa persona pasaría a estar prácticamente en todos lados.
De la nada
Aquel día, fui a un lugar al que raramente voy. De hecho, durante todo el camino me persiguió una intuición que me decía que no tenía que ir. Pero entré al supermercado del barrio, saludé a los empleados, agarré un canasto y ahí empezó mi paseo entre las góndolas.
De tanto que di vueltas, las esquinas de los estantes se habían redondeado, no encontraba lo que buscaba, pero encontré lo que nadie en mi situación querría encontrar: hallé mi inseguridad. Estaba en la góndola de los lácteos decidiendo —hace quién sabe cuánto tiempo— si llevar entera o descremada. Por alguna estúpida razón fugaz, en vez de escaparme por otro pasillo, decidí pasarle por detrás, rogando que no se diera vuelta, pero lo hizo y, naturalmente, me atacó. Gran parte de todo terminó hecho trizas, sachetes desangrándose, yogures con severa pérdida de masa encefálica, y entre el desastre, estaba yo, parado, inmóvil, atónito.
A mi atacante lo encontrarían momentos después, incrustado en el mostrador de la carne, al final de aquel pasillo donde había ocurrido este episodio.
—¿Cómo se considera? —preguntó sentencioso el juez.
—Inocente. Fue en defensa personal —contesté con plena seguridad.
Pena de mente
El cuerpo dice basta por un rato. La mente apunta hacia adelante, sin acusar recibo de los medidores que indican el estado general del cuerpo todo. El alma está en su natural estado de constante transición y purificación; en su núcleo, la esencia, pura y luminosamente viscosa, empalagosa a la vista, yace en su recipiente de cristal etéreo, fundido en un crisol de agua primordial y en aleación con metales intangibles, como la sed de trascendencia y el anhelo de transformación.
La mente apunta hacia adelante. La inmovilidad la irrita, el movimiento la aquieta. El cuerpo puede seguir, pero tiene dolores naturales de la biomaquinaria causados por el uso y desgaste.
El soma y la psiquis discuten sobre qué acción tomar.
El cuerpo, acostumbrado a buscar siempre el límite, encuentra esta vez una necesidad de paz nunca antes suscitada, así declara: “Me es menester en momentos como el presente hacer lo necesario para evolucionar, sin distracciones y con constancia”.
Sin duda era un momento insólito, mal celebrado con una contraposición de argumentos que enfrentaba a los intereses de dominio de la mente y a la sencillez de lo exigido por el cuerpo. El juez Karma falló a favor de la solicitud de paz, cito: “Tratándose esta de una situación peculiar de transiciones múltiples, la petición de aquietamiento integral es válida y rige a partir del día de la fecha”. Por supuesto, nadie sabe cuál es ese día ni la fecha, pero históricamente se firmó un acuerdo en el cuál se exige a la entidad mental el relevamiento de las tropas de ansiedad y pelotones de pensamientos no deseados, por tiempo indefinido. Se añadió una cláusula donde se exige que la intervención de dichas fuerzas coercitivas sea supervisada por toda la cúpula jerárquica, así representantes de todos los sectores pasarían a tener voz y voto en la cuestión. De no ser respetada la cláusula se procedería a prescindir de las fuerzas en discordia.
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