SINCLAIR LEWIS
Traducción de:
Amaya Bozal e Íñigo Rodríguez Villa-Aramburu
Glosario, documentación y notas:
Amaya Bozal
EDITA A. Machado Libros
Labradores, 5. 28660 Boadilla del Monte (Madrid)
machadolibros@machadolibros.com• www.machadolibros.com
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Título original: It Can’t Happen Here
Copyright © Sinclair Lewis, 1935
Copyright © renewed Michael Lewis, 1962
© de la traducción: Amaya Bozal e Íñigo Rodríguez Villa-Aramburu, 2012
© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.
DISEÑO DE LA COLECCIÓN: M. aJesús Gómez, Alejandro Corujeira y Alfonso Meléndez
REALIZACIÓN: A. Machado Libros
ISBN: 978-84-9114-019-1
PRESENTACIÓN
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
ANOTACIONES A LA TRADUCCIÓN
CUANDO A mediados de los años ochenta del recién pasado siglo XX una voluptuosa y curvilínea morena de nombre “Diana” engullía cual reptil una rata delante de millones de miradas más o menos adolescentes, casi con toda seguridad ninguno de aquellos expectantes alucinados televidentes sabía en ese momento que la escena que estaban admirando formaba parte de la adaptación de una novela escrita cincuenta años antes como alarma sobre los crecientes fascismos europeos de entonces. Una probabilidad de la que –según defiende el argumento de la obra en la que se inspiró– no quedaban excluidos los Estados Unidos de las libertades. La imagen pertenece a la ya mítica serie de ciencia ficción “V” (1984) y el libro en el que se basó la serie se trata de la novela que aquí presentamos, Eso no puede pasar aquí (1935), de Sinclair Lewis (1855-1951).
Según Kenneth Johnson, creador y guionista de la serie, en un principio su idea era mucho más sencilla, no era más que una adaptación televisiva y fiel a la novela. Al final, la imagen sugerida por los posibles productores de una ocupación alienígena de corte reptiliano en nuestro planeta (primero con falsas buenas intenciones y, luego, sometiéndolo a la fuerza –y gracias al colaboracionismo de un buen número de seres humanos–), se impuso, para alegría de todos aquellos adolescentes que fuimos. Así nació esta alegoría de ciencia ficción sobre un Reich estadounidense que, si bien podría resultar solo anecdótico, no lo es tanto cuando se piensa en el momento en que aparecen y, sobre todo, reaparecen ciertas obras. La serie de televisión se escribe en los años ochenta, en plena era Reagan. Seguramente, para muchos los malvados alienígenas no eran sino aquellos que estaban al otro lado del telón de acero. Para otros, los reptiles estaban mucho más cerca. Como dirían los que gustan de conspiraciones extraterrestres: “están entre nosotros”.
Quizá solo como una más o menos acertada alegoría de ciencia ficción, la obra de Lewis podía llegar a las pantallas. Ya en 1936 la novela quiso ser llevada al cine, pero no pasó la censura de los estudios del Hollywood de por aquel entonces, censura que controlaba Will Hays, leal republicano que vio en el libro un ataque claro a su partido. Sin embargo, la representación teatral de la obra gozó de un gran éxito: 500.000 personas vieron las funciones (en las que Lewis hizo sus pinitos, como se suele decir, como actor, donde hacía el papel protagonista, el director de un periódico local, Doremus Jessup) en las 260 semanas que estuvo en cartel. Casi un éxito equiparable al que alcanzó la mencionada serie de televisión.
Aun así, no hay esculturales lagartas, ni atractivas o fornidos resistentes, ni armas láser, ni naves nodrizas en la obra de Lewis. Pero el libro original, bastante olvidado durante muchos años –aparece en la polémica lista del canon de Harold Bloom (1994)–, vuelve a ser reseñado y reeditado a mediados de los años 2000. En la era Bush (hijo), a quien algunos ociosos internautas –siguiendo con la anécdota de la analogía alienígena– consideran un honorable reptiliano. Se pueden ver divertidos montajes al respecto en YouTube. Por tanto, quizá sea cierto, y siguen entre nosotros. Una parte del mensaje de la obra de Lewis puede ser precisamente este en lo que respecta a la sociedad norteamericana: no nos podemos confiar, el germen está entre nosotros, y en cualquier momento puede surgir. Quizá no como un régimen puramente fascista –cualesquiera sea la orientación ideológica de este–, entre estandartes, uniformes, discursos agradecidos y nacionalismo de saldo, pero sí como un gobierno que se exceda recortando algunas libertades en nombre del bien común, de la seguridad e incluso de la propia democracia.
Cuando Lewis escribió la novela afirmó no estar demasiado atento al detalle, o no especialmente, de lo que sucedía en Europa. Tomó la forma de los regímenes en auge en el viejo continente para buscar analogías en su entorno sociopolítico. Un entorno propio con el que llevaba años siendo crítico desde diversas perspectivas en sus novelas anteriores. Eran los años treinta, apenas pasado el crack del 29, una época de crisis profunda en la que, como vemos hoy, resuellan especialmente alto las soflamas fáciles en los que el culpable, claro, siempre es el otro. Anteriormente a ninguna crisis, Lewis ya había escrito alguno de sus mejores libros, antes y de pleno en los felices años veinte; pero no por felices renunció a hacer crítica, en ocasiones satírica, de la sociedad que construiría y después arruinaría aquella década dorada.
Con Calle mayor (1920) ya nos dibuja el provincianismo de las pequeñas ciudades del medio-oeste americano en el que creció, ciudades como la Gopher Prairie de la novela.
Tan parecidas entre sí que produce hastío ir de unas a otras. En todas ellas, al oeste de Pittsburg, y a menudo al este también, hay el mismo almacén de maderas, la misma estación de ferrocarril, el mismo garaje Ford, la misma fábrica de mantequilla, las mismas casas de dos pisos que parecen cajones. Las casas nuevas revelan los mismos intentos de diversidad: los mismos hotelitos, las mismas casas cuadradas, de estuco y ladrillo. Las tiendas ofrecen artículos standard anunciados por todo el país; los periódicos de regiones distantes unas de otras tres mil millas publican idénticos originales suministrados por las agencias; el muchacho de Arkansas luce el mismo traje hecho, flamante, que el muchacho de Delaware; ambos hablan una jerga idéntica, extraída de las mismas páginas deportivas, y si uno de ellos es estudiante y el otro trabaja en una barbería, no hay modo de presumir quién es uno y quién es otro.
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